Una Vez Atado . Блейк Пирс
y se metió en la camioneta policial con Cullen. El hombre se quedó callado durante el viaje a la comisaría y sus compañeros del FBI tampoco dijeron nada. Supuso que, como ella, estaban pensando en la escena del crimen espantosa y en el comentario de Cullen que tendrían que lidiar con algo bastante desagradable en la comisaría.
Jenn odiaba los acertijos, tal vez porque la tía Cora a menudo era tan críptica y amenazante en sus intentos de manipulación. Y también odiaba vivir con la sensación de que algo de su pasado podría destruir su sueño hecho realidad de ser agente del FBI.
Cuando Cullen estacionó la furgoneta frente a la comisaría, Jenn y sus colegas se bajaron y lo siguieron adentro. Allí, Cullen los presentó al jefe de policía de Barnwell, Lucas Powell, un hombre de mediana edad con un mentón hundido.
—Vengan conmigo —dijo Powell—. Todos están aquí. Mi gente y yo no sabemos lidiar con este tipo de cosas.
¿A qué tipo de «cosas» se refería?
El jefe de policía Lucas Powell llevó a Jenn, sus colegas y a Cullen directamente a la sala de entrevistas de la comisaría. Adentro encontraron a dos hombres sentados en la mesa, ambos vistiendo chalecos amarillo neón. Uno era delgado y alto, un hombre mayor pero de aspecto vigoroso. El otro era más bajito, como de la altura de Jenn, y probablemente no mucho mayor que ella.
Estaban bebiendo tazas de café y mirando la mesa fijamente.
Powell introdujo primero al hombre mayor y luego al segundo hombre.
—Les presento a Arlo Stine, el conductor de carga. Y él es Everett Boynton, su conductor auxiliar. Cuando el tren se detuvo, ellos fueron los que descubrieron el cadáver.
Los dos hombres apenas levantaron la mirada.
Jenn tragó grueso. Seguramente estaban traumatizados.
Sin duda tendrían que lidiar con algo desagradable.
Entrevistar a estos hombres no sería fácil. Por si fuera poco, probablemente no aprenderían nada que los ayudaría a atrapar al asesino.
Jenn se apartó mientras Riley se sentó en la mesa con los hombres y habló en voz baja.
—Siento mucho que hayan tenido que lidiar con esto. ¿Cómo lo están sobrellevando?
El hombre mayor, el conductor, se encogió de hombros y dijo: —Estaré bien. Lo crea o no, he visto este tipo de cosas antes. Me refiero a muertos en las vías. He visto cuerpos aún más mutilados. Nadie se acostumbra a eso, pero… —Stine asintió con la cabeza hacia su auxiliar y agregó—: Pero Everett nunca ha pasado por esto.
El joven levantó la mirada de la mesa a las personas en la sala.
—Estaré bien —dijo mientras asentía la cabeza, obviamente tratando de sonar como si lo decía en eso.
Riley dijo: —Siento preguntar esto, ¿pero usted vio a la víctima justo antes de…?
Boynton hizo un gesto de dolor y no dijo nada.
Stine dijo: —Solo un vistazo. Los dos estábamos en la cabina. Pero yo estaba en la radio haciendo una llamada de rutina a la siguiente estación, y Everett estaba haciendo cálculos para la curva que estábamos tomando. Cuando el ingeniero comenzó a frenar y sonó el silbato, levantamos la mirada y vimos algo… no estábamos seguros de lo que era. —Stine hizo una pausa y luego agregó—: Pero estábamos seguros de lo que pasó cuando caminamos al sitio para echar un vistazo.
Jenn estaba repasando mentalmente lo que había investigado en el avión. Ella sabía que las tripulaciones de los trenes de carga eran pequeñas. Aun así, parecía que faltaba alguien.
—¿Dónde está el ingeniero? —preguntó.
—¿El maquinista? —dijo Toro Cullen—. Está en una celda de custodia.
Jenn quedó boquiabierta.
Ella sabía que «maquinista» era la jerga ferroviaria para un ingeniero.
Pero ¿qué demonios estaba pasando aquí?
—¿Lo metieron en una celda? —preguntó.
Powell dijo: —No tuvimos otra opción.
El conductor mayor agregó: —El pobre no quiere hablar con nadie. La única palabra que ha dicho desde que ocurrió es ‘Enciérrenme’. La repitió una y otra vez.
El jefe de policía local dijo: —Así que eso es lo que hicimos. Parecía lo mejor.
Jenn sintió una punzada de ira.
Ella preguntó: —¿No han traído a un terapeuta para que hable con él?
El subjefe ferroviario dijo: —Hemos pedido que venga un psicólogo de la empresa desde Chicago. Son las reglas del sindicato. No sabemos cuándo va a llegar.
Riley se veía sobresaltada ahora.
—Ciertamente el ingeniero no se culpa a sí mismo por lo que pasó —dijo Riley.
Al conductor mayor pareció sorprenderle la pregunta.
—Por supuesto que sí —dijo él—. No fue su culpa, pero no puede evitarlo. Era el hombre al volante. Es el que se sintió más impotente. Lo está carcomiendo. Odio que se haya encerrado tanto. Realmente traté de hablar con él, pero ni siquiera me mira a los ojos. No debemos quedarnos esperando que llegue una maldita psicóloga ferroviaria. Reglas o no, alguien debería hacer algo ahora mismo. Un buen maquinista como él se merece algo mejor.
Jenn se sintió más enfurecida. Ella le dijo a Cullen: —Bueno, no puedes dejarlo en esa celda solo. No me importa si insiste en estar solo. No puede ser bueno para él. Alguien tiene que tratar de hablar con él.
Todos en la sala la miraron.
Jenn vaciló y luego dijo: —Llévame a la celda de custodia. Quiero verlo.
Riley levantó la mirada hacia ella y le dijo: —Jenn, no estoy segura de que sea una buena idea.
Pero Jenn la ignoró.
—¿Cuál es su nombre? —les preguntó Jenn los conductores.
Boynton dijo: —Brock Putnam.
—Llévame a él —insistió Jenn—. Ahora mismo.
El jefe de policía Powell condujo a Jenn fuera de la sala de entrevistas y al final del pasillo. Mientras caminaban, Jenn se preguntó si Riley podría tener razón.
«Tal vez esto no es una buena idea», pensó.
Después de todo, sabía que su empatía no era su mayor virtud como agente. Ella tendía a ser cortante y franca, incluso cuando se necesitaba ser más sutil. Ciertamente no tenía la capacidad de Riley de ser compasiva en los momentos apropiados. Y si ni Riley se sentía a la altura de esta tarea, ¿por qué ella creía que debía hacerlo?
Pero no podía dejar de pensar en que alguien debería hablar con él.
Powell la llevó a la fila de celdas, todas con puertas sólidas y ventanas pequeñas.
—¿Quieres que entre contigo? —preguntó.
—No —dijo Jenn—. Creo que será mejor si tenemos privacidad.
Powell abrió una puerta a una de las celdas y Jenn entró. Powell dejó la puerta abierta, pero se apartó.
Un hombre de unos treinta años estaba sentado en el borde de un catre, mirando directamente a la pared. Llevaba una camiseta común y corriente y una gorra de béisbol hacia atrás.
Parada en la puerta, Jenn dijo en voz baja: —¿Señor Putnam? ¿Brock? Mi nombre es Jenn Roston y soy del FBI. Lamento mucho lo que pasó. Solo me preguntaba si quería… hablar.
Putnam no mostró ningún indicio de siquiera haberla escuchado.
Parecía decidido a no hacer contacto visual con ella, o con cualquier otra persona.
Y