Juárez: visiones desde el presente. Отсутствует
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JUÁREZ, LAS RELACIONES DIPLOMÁTICAS CON ESPAÑA Y LOS ESPAÑOLES EN MÉXICO
PRESENTACIÓN
El bicentenario del natalicio de Benito Juárez —sólo él entre los héroes de nuestro panteón nacional tuvo natalicio y no nacimiento— nos ha dado la ocasión para reexaminar su legado y revalorar la dimensión del personaje. Existen figuras cuya presencia en nuestra cotidianidad nos es de tal suerte familiar que resulta oportuno, de cuando en cuando, detenernos en el camino para replantear lo que pensamos de ellos y evocar lo que continúan representando. Es el caso de Napoleón, Martí y Lincoln en la historia, Cervantes o Shakespeare en las letras, Beethoven en la música. Por muy familiarizados que estemos con su obra, siempre habrá nuevos enfoques, datos inéditos o percepciones en torno a su legado que sólo el transcurso del tiempo sugiere.
Aunque la figura de Juárez sea una de las más polémicas de nuestra historia, existe consenso, sólo roto por grupos ultraconservadores, en el sentido de que a él debemos los conceptos y las instituciones que constituyen el basamento del México moderno. Juárez estableció los cimientos de nuestra modernidad.
Hay al menos otra razón por la cual Juárez ha regresado al centro de nuestra actualidad: uno de los ejes centrales de la actuación pública del presidente indio fue la implantación de un Estado laico, después de tres siglos durante los cuales la Corona española y la Iglesia católica monopolizaron el poder. La lucha que culminó con el establecimiento de la Constitución de 1857 y las Leyes de Reforma constituyen el más notorio legado de Juárez, aunque hubo otros acaso no menos importantes: la visión necesaria para la construcción del Estado, la defensa de la nación, la consolidación de la vida republicana, la instauración de un sistema legal que abarcara a toda la sociedad, el ejemplo en el ejercicio austero, perseverante y entregado de la función pública y la lucha contra los ejércitos extranjeros. El laicismo o la laicidad, sin embargo, es la primera asociación que el nombre de Juárez suscita. La visión y la conducta política de Juárez mantienen su vigencia frente a quienes desearían borrar las fronteras entre la esfera pública y la privada; frente a quienes abogan hoy por reestablecer prácticas e influencias que un Estado genuinamente laico no permite. Por ello, y por otras muchas razones, Juárez y todo lo que él representa están de nuevo en el corazón de la agenda nacional.
La mayoría de nuestros historiadores y politólogos y un buen número de hombres de letras han abordado la figura de Juárez desde finales del siglo XIX. Sus opiniones son bien conocidas. Pero, ¿qué piensan las generaciones comparativamente jóvenes? Como parte de la revisión histórica que suscitó el bicentenario juarista, el Consejo Consultivo para el Bicentenario del Presidente Juárez, presidido por el Dr. Juan Ramón de la Fuente, y la Fundación para las Letras Mexicanas decidieron invitar a un grupo de escritores e historiadores contemporáneos, quienes no habían divulgado con anterioridad sus opiniones en torno a este tema, para que expusieran su visión del personaje desde la perspectiva de los albores del siglo XXI. Algunos no pudieron enviar sus textos dada su apretada agenda. Otros nos hicieron llegar los materiales que ofrecemos en este volumen.
Miguel Limón Rojas Presidente Fundación para las Letras Mexicanas | Héctor Vasconcelos Secretario Ejecutivo Consejo Consultivo para el Bicentenario del Presidente Juárez |
CONCIENCIA DE MÉXICO
Jorge F. Hernández
Aunque parezca descabellado, suene atrevido o sea metáfora cuestionable, la figura de Benito Juárez ha quedado impregnada en algún rincón del hipotálamo de todos los mexicanos como una representación de la conciencia nacional. Basta que uno defienda la soberanía nacional en cualquier tertulia de sobremesa para que aparezca en la imaginación la figura morena de Juárez, corbata y levita intactas; basta que alguien atente contra el llamado Estado de derecho o que los noticiarios sigan informando puntualmente sobre las constantes violaciones a la legalidad o los constantes abusos de los poderosos que creen siempre tener la razón para que uno evoque alguna epopeya incólume del más célebre abogado que haya ocupado la Presidencia de la República. Pocos podrían negar que ante la nociva persistencia que practican muchos mexicanos al utilizar la palabra indio como sinónimo de insulto, se filtra como una neblina invisible, como conciencia callada de culpa instantánea ante el monumento de bronce que llevamos todos en la mente: el joven pastorcito oaxaqueño, indio zapoteca puro, que modernizó a México antes de que este país cumpliera sus primeros 50 años de vida independiente.
Desconozco la vasta geografía de la conciencia, y menos aún la detallada topografía de eso que llaman identidad nacional, pero supongo que ambos mapas contienen anchos valles de principios inalienables, códigos y normas heredados por generaciones de ancestros, bosques enteros de ejemplos cívicos, largos sembradíos de citas célebres en flor, hazañas heroicas y una combinación infinita de legados, próceres y circunstancias que nos dieron patria. Añadiría mi maestro Luis González y González que en algún rincón del alma personal quedan también enraizados parajes y querencias, emociones y sabores íntimos y todo lo que nos es entrañable para completar la fórmula con eso que él llamaba matria. Sin embargo, creo comprobable que la conciencia —aun la más tranquila de todas— se trastoca con filiaciones y acomodos más propensos a la imaginación que fieles a la memoria. Hablo de verdades a medias o asimilación de algunas mentiras y hablo de la tergiversación de lo inverificable en abono de enmiendas improvisadas o propósitos endebles. En ese sentido, si aceptamos que Benito Juárez es el hombre que encarna la conciencia de México debemos iniciar el trazo de su semblante —a 200 años de su natalicio— con el reconocimiento honesto de que creyendo conocerlo de memoria lo desconocemos en la práctica; damos por hecha su biografía sin verdadera necesidad de leerla, o más aún, seguirla escribiendo.
Reproduzco en los cuatro párrafos siguientes la biografía de Benito Juárez que me aprendí a su debido tiempo y que escribí hace diez años con un claro afán de promover la vida y obra del Benemérito entre nuevas generaciones de lectores.
Su nombre completo fue Benito Pablo Juárez García y nació en San Pablo Guelatao, Oaxaca, el 21 de marzo de 1806. Fue hijo de indios zapotecas agricultores que perdió a temprana edad y sí, efectivamente, cuidó rebaños de ovejas muy probablemente acompañado tan sólo por una flauta de carrizo. Juárez aprendió a hablar español a los 13 años de edad, cuando se trasladó a la ciudad capital de Oaxaca. Se matriculó en el Seminario de la Santa Cruz, donde estudió latín, filosofía y concluyó el bachillerato en 1827. Seis años después se recibió de abogado en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, siendo el primer egresado de tal laico santuario de la educación. En 1831, ya siendo abogado titulado, fue regidor del ayuntamiento de Oaxaca y en 1833 fue electo diputado local.
Contrajo matrimonio en 1843 con Margarita Maza y en 1848 ocupó la gubernatura del estado de Oaxaca. Concluido su mandato en 1852, Juárez y otros liberales son desterrados por el general Antonio López de Santa Anna. Luego de un periodo de confinamiento en San Juan de Ulúa, Veracruz, es enviado a La Habana, Cuba, y de allí pasa a Nueva Orleans, Lousiana, a donde llega en 1853. Se unió al levantamiento de Juan Álvarez en contra de Santa Anna y, posteriormente, es nombrado ministro de Justicia en el gabinete del propio Álvarez, ya presidente de México.
Benito