Juárez: visiones desde el presente. Отсутствует

Juárez: visiones desde el presente - Отсутствует


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Justicia. Al proclamarse el Plan de Tacubaya contra el presidente Comonfort, Juárez es perseguido y en Guanajuato asume la Presidencia de la República por ministerio de ley.

      Durante su primer periodo presidencial Juárez promulgó las llamadas Leyes de Reforma, que establecieron la separación de la Iglesia y el Estado, la reglamentación del matrimonio y los registros civiles, así como el traspaso de los bienes eclesiásticos a la nación. Luego de haber sido reelecto presidente en 1862, se inicia la intervención francesa en suelo mexicano, lo que obligó al presidente Juárez y a su gabinete a recorrer diversas ciudades de la República sin poder asentar su gobierno, aunque llevaba literalmente a cuestas la memoria de México, pues viajaba el Archivo General de la Nación en un carruaje anexo al que ocupaba Juárez. En 1867, luego de una larga y dolorosa guerra, el efímero emperador de México impuesto por Francia, Maximiliano de Habsburgo, es fusilado en el Cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro y, con su reelección en diciembre de ese año, Juárez proclama la restauración del orden republicano en el país. Durante los siguientes cinco años, Juárez resiste diversos levantamientos políticos y rebeliones militares en su contra hasta el 18 de julio de 1872 en que muere, repentinamente, en Palacio Nacional de la ciudad de México.

      Con el sincero deseo de equivocarme, dudo que la mayoría de los mexicanos de mi generación —o bien, los que ostentamos algún grado de estudios con menos de 45 años de edad— tengamos un retrato más o menos fiel de Juárez a partir de su biografía condensada y, por ende, percibo que tenemos bien afincada una cierta conciencia de México, que incluye eso que llamamos identidad nacional, pero con referentes muy frágiles. Es decir que, allende nuestras fronteras y lejos de México, o bien en los momentos cruciales en los que la patria parece exclamar o demandar de pronto nuestra más íntima atención, evocamos con orgullosa confianza la figura del Benemérito, pero sin mucho conocimiento de su obra o idea de su trascendencia y sí con una suerte de nostalgia sentimental que aplicamos por igual a otros iconos culturales, o incluso gastronómicos, que llevamos bajo la piel.

      Quienes fueron niños enrolados en primarias públicas de finales de la década de los años sesenta o primeros de los setenta del siglo XX no podrán olvidar, a ritmo de marcha y melodía heredada de los maestros agraristas de anteriores generaciones, aquello de “Benito Juárez, ¡oh, indio oaxaqueño! / que nos legaste una gran Constitución / y que la Patria, luchando con empeño / la liberaste del Pequeño Napoleón...” Figura monumental de Juárez grabada a cincel y paso redoblado quedaba en la memoria entonces infantil, y más si contrastamos ahora en el recuerdo adulto el monumental despliegue de afanes que ejecutó el Estado mexicano durante el Año de Juárez que vivimos en las escuelas de entonces, con viñeta diaria dedicada al Benemérito, telenovela de capítulo diario y mucha propaganda, discursos y parafernalia juarista por todos lados. De memoria, van los versos de “Bajo tu puño cayó Maximiliano / y el mundo entero te tuvo que admirar / Benito Juárez, el pueblo mexicano / eternamente te habrá de recordar” y veo entonces en el rostro de la mujer que ahora cumple poco más de 40 años la misma carita infantil que cantaba a voz en cuello, marcando el paso en su lugar en medio del patio escolar, y se escucha nítidamente lo de “Juárez, tu México canta / la eterna gloria que supiste conquistar / Juárez, tu raza levanta / un monumento que te habrá de perpetuar” y veo a la mujer con dos hijos en el umbral de la adolescencia, que quizá desconocen con risa nerviosa —o terriblemente moderna o ¿será globalizada?— cuando escuchan los últimos versos que cierran: “Eres eterna memoria / porque supiste construir un gran ideal / Juárez, serás en la historia / Benemérito de América Inmortal”.

      Efectivamente, a 200 años del natalicio de Benito Juárez y a poco más de 30 años de la fastuosa conmemoración del centenario de su muerte, que se vivió en cívico jolgorio de tintes muy populistas y en tonos de color rosa mexicano por doquier, parecería que ahora evocamos a la conciencia de México, recordamos a Benito Juárez, en un tono de mayor sobriedad republicana, aunque me temo que en medio de muchas y muy enrevesadas confusiones. Con dolor no exento de sincera preocupación escribo estos párrafos al tiempo en que el estado de Oaxaca —y en particular su otrora impecablemente bella ciudad del mismo nombre—, cuna y querencia del propio Juárez, vive uno de los más prolongados y difíciles conflictos de su historia. Efectivamente, en las noticias de todos los días se ha visto de nuevo la figura del abogado Juárez, levita y moño negro intactos, peinado de raya y serio como toda conciencia, pero menos que las efigies de los más bizarros, caducos y descalificados ideólogos de la humanidad. ¿Quién podrá explicar la inconciencia y sinrazón de alinear en manta el retrato de Juárez al lado de Marx o Engels? ¿Cuál será la irracional explicación que justifique que don Benito aparezca pintado, ya supuestamente entrados en el siglo XXI, entre el Che Guevara y Vladimir Ilich Lenin?

      Grandes confusiones padecemos quienes confirmamos que ahora, quizá más que nunca, son muchos los mexicanos que citan de memoria que “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz” y no sabríamos cómo responder a quien nos informara que esa frase es en realidad del escritor francés Benjamín Constant, de quien Juárez fue devoto lector; y grandes confusiones padecemos muchos mexicanos en cuanto agregamos a los escasos párrafos que nos sabemos de la biografía de Juárez la desconocida retahíla de argumentos netamente liberales que rodeaban en realidad a la figura de Maximiliano, aún más desconocida que la de Juárez. Nada menos que desconcertante será saber que a Juárez le gustaba bailar y que, según algunos de sus biógrafos, leía en francés con fluidez o saber que don Benito se carteaba en tono de sincera amistad con Abraham Lincoln y que, toda proporción guardada, sería un vocero entusiasta del Tratado de Libre Comercio de América del Norte que ya lleva una década en vuelo entre Canadá, Estados Unidos y México, aunque de contar con la voluntad de Juárez sin duda funcionaría en términos más provechosos para México y su economía.

      Algunos que aprovechan toda ocasión para engañosamente citar las palabras de Benito Juárez en pro de un propósito electorero o en abono de un discurso que justificase cualquier tipo de abuso o imposición se sorprenderían al leer, por ejemplo, un fragmento de la carta que le dirige don Benito al ministro inglés George Mathew el 22 de septiembre de 1860, desde Veracruz, donde dice:

      Los que sostenemos el orden legal no hemos ascendido al poder por los medios reprobables de la intriga ni de los motines militares. Fuimos llamados por el voto libre y espontáneo de la mayoría de la nación. Es nuestro objeto cumplir y hacer cumplir la ley y hacer efectivas las garantías que tiene el hombre para pensar, hablar, escribir, adorar a Dios según su conciencia y ejercer sus demás facultades, sin otro límite ni valladar que el derecho de otro hombre. Deseamos que la ilustración, las ciencias, las artes y el amor al trabajo que otros países poseen en alto grado, se aclimaten en nuestro país y damos hospitalidad al extranjero sin preguntarle quién es, de dónde viene, qué religión profesa ni cuál es su origen.

      Usted que ha sido testigo de los sucesos de México en los últimos tres años, convendrá conmigo en que la facción que hoy domina en esa capital debe su elevación al motín militar de Tacubaya, a la rebelión contra la ley que juró acatar y sostener. Desde el momento de su traición, ya no reconoció más ley que su voluntad caprichosa y por eso no ha podido imponerla a la nación, a pesar de sus desesperados esfuerzos; por eso en el corto período de dos años y medio ha arrojado del poder, de una manera vergonzosa, a dos de sus llamados gobernantes y seguirá arrojando a los demás, porque una vez que la voluntad voluble del hombre se sustituye a la ley, ya no hay más que anarquía o despotismo o las dos cosas juntas; por eso, en fin, ha ido perdiendo día a día y palmo a palmo el terreno que había conquistado con la fuerza de las armas; ni siquiera ha tenido la habilidad de algunos déspotas benéficos, halagando los intereses de la comunidad.

      Muchos mexicanos se sorprenderían al leer lo que ha resumido con lucidez José Manuel Villalpando: “En cuanto obtuvo su título de abogado, Benito Juárez dejó de ser indio para convertirse en ciudadano mexicano”. Con eso podríamos iniciar el desengaño ante quienes creen, con necedad, que el trato hacia y con los pueblos indígenas de México consiste no en su incorporación democrática en el amplio concierto, polifacético y multicultural de México, sino en una suerte de reservación en donde se mantengan intactos... ignorantes y aislados como en vitrina antropológica.

      En otro acertado párrafo


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