Ciudad Pantano. Joaquín Peón Iñiguez

Ciudad Pantano - Joaquín Peón Iñiguez


Скачать книгу
/section>

      A Mercedes, esposa

      de Gabriel García Márquez.

      He notado que los libros

      dedicados a ella

      tienen muy buena

      recepción.

      Idiotas y Plagiarios y Magistas son otro tanto oro para decir mal de los modernos; y quando las otras digan que hacen vaynicas, si la preguntaren qué hace, diga que comentarios, notas y escolios, y sean á Plinio si fuere posible.

      QUEVEDO

      —Jugando con la literatura.

      —¿Qué tiene de malo eso?

      —La literatura, por supuesto.

      —Menos mal. Por un momento, temí que pudieras decir, el juego. ¿Seguimos?

      CABRERA INFANTE

      Salt peanuts! Salt peanuts!

      GILLESPIE

       ACLARACIONES

      La escasa representación femenina no se debe a las condiciones históricas, al canon machista de las letras latinoamericanas ni a un sesgo de la industria editorial, sino a asuntos irresueltos del antologador con su madre. Y de su madre con su madre, y de su abuela con su bisabuela.

      Ante el malentendido, se aclaró que peruanos y uruguayos fueron excluidos por motivos meramente discriminatorios. Cualquier mención a un hondureño podría llevar a esta editorial a la bancarrota.

      Cabe evocar a Orson Welles, en F de falso, ensayo audiovisual dedicado a los falsificadores de arte y el mito de la originalidad, relatando la receta húngara para preparar un omelette. «El primer paso consiste en robarse un par de huevos». El antologador hurtó una docena y luego los quemó en la tostadora.

      La presente antología ha recibido diversos comentarios por parte de una docena de críticos que murieron antes de que se publicara. «Como experiencia de lectura, prefiero los manuales de fontanería», señaló George Steiner. «El libro entero es un error tipográfico», dictaminó Emmanuel Carballo en entrevista. «¿Cómo obtuvieron mi dirección? Dejen de mandar spam», comentaron por correo los de Letras Libres. O, como escribiera Harold Bloom en Vice: «Digno de incluirse en el canon de las pérdidas totales de mi tiempo».

      ACLAMACIONES

      A la comida yucateca, el mar de Sian Kaan y los divorcios.

      ACUSACIONES

      A la clase política, al resto de las clases, a la gente que se chupa los dedos y vuelve a zambullirlos en el tazón de la botana.

      ACOTACIONES

      Para otras aclaraciones se recomienda el cloro, mucho más accesible que la claridad.

      AFILIACIONES

      Agorismo tropical.

      APELACIONES

      Cada quien es libre de chuparse los dedos cuando quiera. Lo que en verdad importa es no chupar los dedos del prójimo sin su consenso.

      NOTA AL PIE: dice Alan que la pulpa de tomate aliviana los juanetes.

       CHANGOS CHINOS

       RECHIFLADOS

      # 1

      [Imagen de postal: Toma aérea de Ciudad Pantano. El cielo, una humarada azul, y el río, que en la foto aparece en tonalidades de esmeralda, en realidad es café, con algunos destellos de verde fosforescente y negro petróleo].

      Querido Arcenio:

      Llevo tres días en Ciudad Pantano. Tengo la impresión de que he entrado a otro campo gravitacional. Nada aquí es lo que parece, puede que sea la casa de los espejos.

      El Instituto de Estudios Pantanenses me invitó a dictar una conferencia con el propósito de conmemorar el cincuenta aniversario de Los olvidadizos, y yo acepté el desafío, sumando por iniciativa propia la consigna de impartir la charla en el lenguaje de la efe, pero en ruso. Me interesaba, además, conocer esa urbe donde Buñuel filmó una de sus obras cumbre, tragicomedia sobre un tragibarrio donde toda la tragipoblación tragigasta la totalidad de su tragisalario en tragitransporte público para ir a tragitrabajar, y así tragillevan su tragidianidad.

      Ahora, tras una sucesión disparatada de eventos, me quieren inculpar de asesinato. Te envío estas postales en fuga. También te las envío en fuga, quise hacerlas una superposición polifónica, una frase musical con sujeto y contrasujeto.

      Al principio todo parecía en orden. El taxista del aeropuerto me platicó del clima y de política, sobre todo del clima político, de los chubascos demagógicos y las tormentas propagandísticas, pues las elecciones estaban a un par de semanas de realizarse. En esta ocasión, su relevancia trascendía la historia. Según me puso al tanto, mientras yo me puse al tonto, uno de los candidatos proponía volver a independizar Ciudad Pantano del resto del país. «La histeria me absolverá», era su eslogan de campaña. El otro fundó su ideario alrededor de la criogenia como medio para solucionar problemas sociales. Puesto en un contexto distinto resultaría estrafalario, pero como se trataba de políticos, pasé sus historias por desapercibidas, como si pertenecieran a la más rotunda normalidad y no como la primera pista que la ciudad me ofrecía para entender el disparatado mecanismo que al parecer la hace funcionar.

      —Ese de la criogenia es mi gallo —declaró el taxista antes de cobrar.

      # 2

      [Imagen de postal: El Monstruo del Pantano, legendario personaje de la ciudad, flotando en una llanta inflable, bebiendo un coctel, insultando a niños y turistas].

      La sensación de extrañeza se agravó después de mi encuentro con los empleados del hotel. El individuo del lobby me recibió embizcando la mirada, pronunciándose con tal cordialidad que casi era amenaza. Su sonrisa, como fijada con colágeno, me pareció síntoma de inminente paro, cardíaco o laboral. Eso o era una política de la empresa y le descuentan el día ante el menor gesto de hartazgo, aburrimiento, emoción sincera.

      —Disculpe, por favor, caballero. Atentamente le disculpo–entrego su habitación.

      Luego conocí al maletero, un tipo tan tímido que hablaba, no solo apretando los labios sino mordiéndolos hasta desfigurarse el rostro en una mueca de dolor. Cuando le pregunté qué esperaba de las inminentes elecciones, al cabo de unos segundos, vi cómo le escurría una gota de sangre por la barbilla. Por motivos que podrían ser paranormales, aunque no para normales, o si acaso, el caso, consecuencia sin secuencia de un perverso reverso con sentido ido a lo cosmicómico, mi maleta, que no era maleta sino buenera, se desvaneció en el trayecto.

      Peor aún, en lugar de un cuarto me habían reservado un palomar. Supongo que eso entendieron cuando pedí habitación con vista panorámica. En lugar de tina, había un balde. En vez de frigobar, hielera de unicel. No terraza, sí un charco enlodado. Y, lo peculiar, hasta donde alcanza mi memoria, hasta donde empieza el olvido, no ordené un desconocido durmiendo en un viejo camastro. Y no lo digo porque esperaba una cama en vez de una sandwichera vertebral.

      —Hey, hey —mientras sacudía al cuerpo—. Despierta, compadre.

      —Sí, sí, ya, ya. Despierto. Vigilaba. Confirmaba. Atento —el cuerpo se tambaleaba de regreso a la realidad—. Permita me presente, permita me pasado y permita me futuro. Mi nombre es Chuchofedrón y me ha sido encomendada la tarea de ser su guía durante esta breve estancia en Ciudad Pantano.

      Vaya degeneración de un nombre mítico, de nuestro amigo bustrofosfórico, pensaba, del rey de los parodistas, cuya corona era un pastel estrellado; el bustrobufón, que escribía siempre en sentido contrario, conducía una lancha de motor por la carretera y andaba en patín del diablo sobre el mar.

      —¿Chuchofedrón?

      —Sí, sí, el chuchofedrónico, el chuchofedrante, el mismísimo que chuchofedrona los días con singular ligereza.


Скачать книгу