Ciudad Pantano. Joaquín Peón Iñiguez

Ciudad Pantano - Joaquín Peón Iñiguez


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Me chingan chido, chiflando. Sobre los chinos, preferiría no opinar.

      Visto que todos se callaron y el silencio se hizo ruidoso, decidí brindar por los niños que escalan árboles y bardas, y ponen en riesgo su vida. Tampoco funcionó.

      ¿Qué le va a hacer uno? Diría uno en estos casos. El mundo se me esclareció como un carnaval de farsantes y como farsas comenzaron a volvérseme parodias. ¿Soy acaso una parodia de mí mismo? ¿Soy acaso la parodia de alguien más? El mero pensamiento me puso a temblar.

      # 5

      [Imagen de postal: Promocional del gobierno. «Amigo extranjero, si nos visitas de fuera o vienes a vivir aquí, recuerda que a donde fueras haz lo que vieras». Y la fotografía de un bigotón con sombrero devorando una iguana viva, embutida en un taco].

      FRAGMENTO DE CONFERENCIA:

      ¿Ficciones verosímiles para realidades inverosímiles? ¿Ficciones inverosímiles para realidades verosímiles? Inverosímiles los montes y reverdecen, dirán algunos pero yo a veces me lo pregunto. Otras veces, bailo para olvidar que la realidad también supera a las parodias.

      Cada ciudad contiene otra ciudad oculta, cada calle una calle subterránea y una aérea. En uno de los muchos planos paralelos de la territorialidad, la urbe se configura a razón de sus representaciones imaginarias.

      Buñuel retrató Ciudad Pantano como si hubiese una fuerza superior, un magnetismo que condenaba a los cuerpos a la tierra, a sus leyes, al sinsentido.

      En cambio, a mí me han bastado unas horas aquí para percatarme de que este territorio es a todas luces una broma. Alguien me tendió una trampa. ¿Fui yo? ¿Es mi mirada o será acaso que en esta ciudad todo es intrínsecamente parodia? Hombres que son burdos dibujos de un hombre verdadero. Mujeres a disposición de una modelización ridícula de sí mismas. Todos a la orden de un rol cuya lógica, en eso sí coincido con Buñuel, es el sinsentido.

      Me pregunto por qué lo que a otro le parece trágico, a mí me deshilacha en risa y carnaval. Me pregunto si el mundo no tiene salvación a menos que nos riamos lo suficiente de él. Lo mismo para los individuos que no se rían de sí mismos.

      Lo que quiero decir es que esta ciudad me ha hecho percatarme de que la realidad no es sino parodia de un mundo mejor. Y sí, me roba el aliento. A carcajadas.

      Por eso mi amigo Bustrofedón era la flatulencia inflamable al final del túnel: nada humano le fue divino. (…)

      # 6

      [Imagen de postal: Publicidad de un recinto funerario que ofrece descuentos a partir de tres muertos].

      Damas y caballeros del perreo intenso. Leidis an yentelmen of intens doging. Esta noche plena invita a untar el camarón. Dis plenti nait shal bi a greit nait for unteiting de chrimp. Así que a moverse como mayonesa. Quiero que me den más gasolina. Sou, lets muv laik gasolin. Ai guana yu to giv mi som mayonis. Sacudan el cuchi–cuchi y si se meten con el cucu que sea en los baños, no aquí, que hay pura gente decente. And sheik yor cuchi–cuchi and if yu mes wit de cucu, let it bi in de batrum, not jir, ders disident pipol jir.

      Eso gritaba el anfitrión del antro, un tipo tentativamente patrocinado por una marca de energéticos, cuando ingresamos. Respondía al nombre de Estrellititita, era un enano con falda corta y trenzas de estambre, como de circo. Nada que ver con nuestra Estrella. Era, no sé, como si la Sarandinha, de Fellini, esa bestia mítica de la sensualidad, ese demonio de la noche, hubiese reencarnado en una insípida edecán de una compañía de celulares.

      El primer sitio al que fuimos a dar esa noche me pareció a todas luces un montaje: artificial, sin colmillos, es decir, desalmado. El amor, el deseo, la imaginación, todo lo mejor del mundo tiene colmillos. Los jóvenes restregaban sus miembros contra el inmobiliario como si estuviesen ensayando una coreografía grotesca. El volumen estaba tan ALTO que resultaba imposible hablar, imposible bailar. Imposible, se diría in inglish.

      Mientras tanto, recordaba esos veranos remotos (es decir, lejanos, motorizados y pachecos) y me entró nostalgia de Habana Vieja, de los seres de la noche, del sonido de trompetas que emerge de ventanas, cloacas e intersticios de cada calle. De beber y conversar contigo hasta la madrugada, cantarle a los gallos para que despierten porque, quizás, esto no podrán negarlo románticos, cínicos o existencialistas, quizás el sentido de la vida sea beber y conversar. «Vamos, vemos, bebemos», era tu traducción al cubano del Veni, vidi, vici.

      Extrañé a mi Cuepitán, mi interlocutor, mi cotorro locotor. Si la Habana es danzón y Cancún es reggaetón, Ciudad Pantano es un idiota golpeteando la mesa con una pluma. Recuerdo cómo bailábamos hace décadas, como si el cuerpo pudiese hablar otro lenguaje, más sincero, más cándido, de lo que la mente jamás podría articular. Me acordé de Estrella, la auténtica, la ballena negra con esa voz que sacudía los siete mares. Y se lo dije al tal Chuchofedrón de poca monta. Aseguró entender a qué me refería y me llevó a conocer el sitio que buscaba.

      —Como dice el refrán pantanense —añadió mi insospechado guía—: «Al mal paso, darle pizza».

      # 7

      [Imagen de postal: Fotografía para apreciar el skyline —línea para esquiar— de Ciudad Pantano. Dos de los edificios más altos fueron insertados digitalmente].

      Salimos del bar y nos fuimos boca abajo contra la noche. Chuchofedrón se había involucrado, en contra de su voluntad, en un concurso de beber tequila púrpura y ahora caminaba con media estocada en el corazón.

      Laspalabrasseencimaban lasunassobrelasotras, el auto zzzumbaba mientras nos dirigíamos a un rumbo incierto, ascendiendo hacia la cúspide de la noche, como las ilusiones antes de caer. El mundo no funciona, pensaba. Casi nada es lo que aparenta ser. A mí no me engañan. Lo que vi al medio día no era un verdadero policía. De serlo, no estarían cerca de una avenida transitada, jugando un concurso de tiro, a ver quién le atina al centro de una dona. Y ese otro no era un verdadero vagabundo. De serlo, no viviría en un castillo edificado con cáscaras de plátano.

      Llegamos a un edificio abandonado, de unos cincuenta pisos de pretensión. Chuchofedrón dijo que era la construcción más alta de la ciudad, aunque se encontraba en total abandono. La policía la había incautado a uno de los capos del Cártel del Viejo Emprendurismo y, por complicaciones en los procesos burocráticos, no le habían designado otra función desde hace veinte años. El criminal tenía la mejor posición de vigilancia en la ciudad.

      Subimos centenares de escalones, con los pulmones puestos como huaraches, azotando hasta llegar a la azotea. Una vez ahí, el rostro de mi guía se transformó como si se le hubiese metido otra persona al esqueleto.

      —Oiga, maestro, presté atención a su conferencia y me quedé pensando en lo que dijo sobre esta ciudad, sobre cómo todo aquí es una parodia de un mundo ideal. Y, no sé, aquí nací, llevo toda mi vida aquí y siempre he tenido la impresión de que mi existencia es un chiste mal contado, por un tartamudo, quizás, y ahora que dijo eso…

      —Ah, amigo, las conferencias son para decir disparates, si no, uno termina por vender mentiras o peor aún, verdades.

      —¿Y cómo sabe que usted mismo no es la parodia de alguien más? He estado escuchando como se refiere a usted, como una suerte de intelectual de carnaval; pero no sé, no me la creo, ni siquiera parece cubano, le hace falta guaguancó.

      —Ah, amigo, lo que yo pretendo es el wowwowco.

      — ¿No se da cuenta? ¡Usted no es real!

      —Bueno, podría aceptar que soy una pobre representación de mí mismo. Pero suele suceder…

      —No, no es eso. Usted es una imitación poco imaginativa y, para ser francos, un tanto perezosa, de alguien que es una mejor versión de usted mismo.

      —¡Hey! ¡Usted qué va a saber! Tal vez no sea una versión perezosa, tal vez mi creador es un zoquete que hizo lo mejor que pudo con sus limitaciones. Tal vez quiso parodiar al parodista y desde entonces pasa los días llorando en su rincón. Si la vida te da limones, prepara una salsa de tomate.

      —Si


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