Ciudad Pantano. Joaquín Peón Iñiguez

Ciudad Pantano - Joaquín Peón Iñiguez


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no creo que las parodias sean precisamente caricaturas. Además, las caricaturas, dentro de la lógica de su descabellada hechura, suelen tener una trama, un principio, un final. Este viaje, en cambio, me parece una sucesión desarticulada de episodios sin sentido.

      —¿No dijo usted en algún momento que sentía como si estuviera en otro campo gravitatorio? Por lo tanto, si yo brincara, caería cual caricatura en una tienda de almohadas o de púas o de consoladores, y de una u otra forma saldría ileso, y quizás hasta lo disfrutaría.

      —Me refería a otra gravedad que atrae a los cuerpos a la tierra con la misma exacta fuerza que la nuestra.

      Fue entonces que Chuchofedrón, portando una sonrisa demente, idiota, brincó al vacío con la confianza de un muñeco de palitos. Cayó cual yunque desde el cielo y aterrizó contra el pavimento como un pastel de carne.

      La oscuridad absoluta. La nada. ¿Cómo no tomarlo con humor?

      # 8

      [Imagen de postal: Fotografía de una escultura en bronce que se encuentra en el Palacio Ducal, en Venecia. El texto dice: «Conoce Ciudad Pantano y ¡sorpréndete!»].

      Me quedé pasmado. Fue un pasmo rápido, quizás fue un estornudo, si acaso duró un par de segundos porque de inmediato me percaté que me había situado como único sospechoso en potencial escena del crimen. En todo caso, ya había infringido la ley al ingresar a esa propiedad. Además, el detalle de que mi conferencia pudo conducir al muerto a suicidarse. Por eso, elegí huir como lo hicieran los grandes hombres de la historia pantanense: con la frente en alto y sin mirar atrás.

      Lo único que me detuvo fue una pareja de ancianos seniles que habitaba una oficina en el edificio. Las condiciones eran precarias, tanto las de su departamento como las de su cabeza. Ambos me abordaron para quejarse de cómo habíamos descuidado el edificio, de la frialdad del resto de vecinos que ni saludan y de la posibilidad de organizar miércoles con juegos de mesa. Les dije que compartía su indignación y que debían de acompañarme para plantar una queja ante las autoridades correspondientes.

      Fue así que escapé encubierto entre dos ancianos. Llegamos a mi palomar, embolsé mis pertenencias restantes, mis impertinencias de siempre, y abandoné a la pareja. Les dije que aguardaran su turno, que pronto llegaría.

      Con la oscuridad a mi favor, sorteé el resto de los obstáculos que la urbe interpuso en mi camino: salas de cine, azoteas por descubrir, un Cristo predicador. Y vendedores de seguros; pensé que estaban todos en el infierno pero no.

      Llegué a la costa cuando apenas amanecía. Me subí a un barco pesquero. Eran todos criminales, homosexuales, prostitutas. La hemos pasado de maravilla.

      Miami, en cambio, tampoco me ha gustado, así que seguiré remando. Sospecho que la Antártida debe ser un sitio civilizado.

      Disculpa que esta misiva venga en una docena de postales enviadas en desorden cronológico, por distintos servicios de paquetería, con variados tiempos de entrega, escrita con la técnica del micrograma.

      Sabrazos, abrasivos, abrasonsos, hermano.

      PD: ¿Te fijaste en la imagen de la funeraria? Es una auténtica joya. Si las joyas fueran un trozo de carbón

      NOTA AL PIE: Obsérvalo. Estúdialo. Todo asombra si se le presta la suficiente atención. Chúpalo en la medida de lo posible. Y después lame un par de sobacos.

       EL LABERINTO

       DE LA SOCIALIZACIÓN

      A todos, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como una secuencia particular, intransferible, de compromisos forzados.

      Víctimas de la historia y esclavos de la época, desesperados, en busca de identidad, ridículos, con tal de encontrar sentido de pertenencia, los pantanenses no están solos porque no sabrían cómo estarlo. En soledad no existen, son un ente enajenado. En cambio, son sociables, necesitados de atención y validación, al grado de ponerse penachos. Los penachos son símbolos de nuestro mal gusto para las fiestas de XV años.

      ¿Cuáles son las características distintivas del ser pantanense? ¿Por qué engalanan sus carros con cuernos afelpados de alce durante la temporada navideña? Esas son la clase de preguntas que me propongo responder.

      La cultura, el modelo social de los pantanenses, sus costumbres, su comprensión de lo político y lo afectivo, se instituyeron en cuatro o cinco pestañeos que duraron siglos. Ellos no se dieron cuenta. Estaban ahí, ensimismados, en el juego de pelotas, mientras la historia violentaba sus destinos.

      La socialización no es sino un complejo proceso de estratificación. Grupos organizados en función de infinidad de motivos absurdos, algunos clandestinos y otros constituidos fiscalmente. Ser social es procurar un estatus. Según la teoría sociológica de Lukas Doblwëbber, se han identificado más de 307 tipos de estatus. Estudios posteriores de Oliver Triplwëbber demostraron que, sin importar a cuál pertenezcamos, terminaremos muertos y, lo más probable, nada de lo que nos ocurra será en realidad importante.

      FIESTA Y MATRIARCADO

      Todos, en algún momento, fuimos niños de dos años y tuvimos el privilegio de habitar un mundo abierto en posibilidades, sin conciencia de que nuestra voluntad es endeble, la casualidad, vigorosa, y nuestra capacidad de elegir se va mermando en el transcurrir de cada semana. Lo mismo sucede con las civilizaciones. Nacen inocentes, se ilusionan, le piden al ratón de los dientes que les conceda el poder de volar, escalan hasta la cumbre de un árbol, aletean un poco, y se van de bruces contra la tierra.

      Los pantanenses precolombinos, impolutos de la influencia de otras culturas, instauraron costumbres y rituales, modos de ser e interactuar con el mundo, que divergían del modelo occidental.

      Basta fijarse en su esquema familiar para intuir los alcances de ese mundo, arcilla de neblina, que no pudo ser. Los antiguos pobladores se organizaron mediante paternidades y maternidades colectivas. Mientras las mujeres pasaban semanas tomando grandes y pequeñas decisiones, los hombres eran felices quedándose con los críos, salvo por ciertos críos francamente insoportables que ofrendaban a Ixquihualcan, Diosa de la Cosecha de Rábanos. Los rábanos nunca se dieron pero la selección de niños era excepcional. Los rábanos son signo de ensalada.

      El matriarcado fue un orden familiar que devino en orden social. Adelantadas a su época, las féminas gobernantes consideraron que las pirámides resultaban poco prácticas e implicaban un desperdicio de recursos. Sus esfuerzos, en cambio, se usaron en cultivar su literatura, la invención de los números negativos, y extensas asambleas para recordar cómo fue que los hombres habían errado décadas atrás.

      Como las mujeres suelen ser más diestras en el habla, la tarde entera podía irse conversando. En sus primeros años de vida, el pantanense estuvo inmerso en una dinámica que concibió la sociabilidad como valor imperante, y la ejerció de modo recreativo. Su dialéctica de la otredad estimulaba el desarrollo a través del desacuerdo.

      Durante siglos, los altos mandos implementaron sesiones diarias de baile después del desayuno, a la hora del atardecer y antes de dormir. El resto eran opcionales. El rito de extraer el corazón de los machos que no sabían bailar las coreografías de las fiestas puede ser interpretado como la extracción del corazón de una sociedad que no sabe bailar en la fiesta. La fiesta es la vida. Bailar es anhelada e insostenible simpleza, desertar del imperio de la razón.

      A veces los niños se mueren a los tres años de nacidos. A veces, por accidente, ruedan por escaleras en espiral, y fallecen de golpe. A veces alguien los empuja.

      CORDIALIDAD, CONQUISTA Y COLONIA

      La posibilidad de un mundo paralelo, con otra cosmogonía, otro lenguaje, se interrumpió de manera abrupta. Los conquistadores homogeneizaron las formas culturales, políticas. Se borró de la faz otra mitología fundacional. Nunca germinó en el aire la semilla de los mil frutos.

      La apropiación militar del territorio pantanense aconteció en el año 1591,


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