La resurrección. Javier Alonso Lopez
El rastro del proceso
La ascensión
Entender la ascensión
A modo de resumen
Conclusión
Epílogo
Anexo gráfico
Bibliografía
Sobre el autor
Títulos publicados por ARZALIA
A mi madre, que me regaló
un espejo en el que mirarme.
Prólogo
El tema del que se ocupa este libro, la resurrección de Jesús, es absolutamente básico para el cristianismo. Pablo ha dejado escrito en su primera Carta a los corintios una sentencia memorable: «Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe» (15,17). La resurrección de Jesús, o mejor, la firme creencia en ella por parte de unos seguidores, al principio decepcionados por la cruel e infamante muerte de su Maestro, es fundamental para el nacimiento y desarrollo de la religión cristiana. Es en verdad la primera piedra de la construcción de una teología que con el tiempo será como una gran catedral del pensamiento… Y el honor de ser el fundamento y la base de ella se lo lleva la creencia en que Jesús no había muerto del todo. ¡Jesús vive entre nosotros!, exclamaban los primeros cristianos, absolutamente convencidos. Y para defender esta verdad estaban dispuestos a morir. Así que este libro toca el punto nuclear de los inicios de la religión más importante del mundo occidental.
No conozco a ningún autor de lengua española que sepa mezclar de mejor manera la información estrictamente científica con la amenidad y el entretenimiento cuando trata temas históricos. Y no es nada fácil, porque las mentes acostumbradas a la investigación técnica de la arqueología y de la historia sufren a menudo de una incómoda deformación profesional, que se destaca en que cuando intentan componer un libro sobre lo que han investigado con la intención de alcanzar al gran público, la exposición por escrito se muestra seca, árida, confusa y cansina para el lector. Y a otros les ocurre lo opuesto; se pasan al bando contrario, como un péndulo desbocado: sus obras son tan triviales que la información ofrecida al público es muy escasa, parca, incompleta. Javier Alonso muestra la justa medida entre los dos extremos: pura ciencia y puro divertimento.
Me ha divertido mucho leer el libro que el lector tiene entre sus manos. Doy testimonio, sabiendo bien lo que me digo, de que el autor está al día, perfectamente enterado, de lo que concierne a la investigación sobre el tema de la resurrección de Jesús, tanto de la investigación confesional como de la independiente. Es este otro punto que debe tener en cuenta el lector: este libro no es confesional, no pretende conducir a quien lo lee a un engrandecimiento de su fe. No lo pretende… ni tampoco lo contrario. El autor no es militante; no defiende bando alguno: ni intenta arteramente arrebatar la fe de los creyentes, ni procura fortalecerla. Simplemente muestra con objetividad los resultados de la investigación crítica del Nuevo Testamento, que es básicamente nuestra única fuente sobre la resurrección de Jesús.
¿Cómo lo hace? Situando al lector, en primer lugar, en el entorno en el que nace la fe en la resurrección: presenta así una visión breve, amena, didáctica de las creencias en la resurrección que existían en el judaísmo previas al siglo en el que vivió Jesús. Y aquí se llevará una sorpresa el lector, porque caerá en la cuenta de que —aunque Jesús no lo supiera— la creencia en la resurrección de los muertos que él defendió con tanto ardor contra los saduceos, según nos indica Marcos 12, era casi un hallazgo reciente en la religión judía. Hacia el 260 a. C. se compuso el libro del Eclesiastés por un autor desconocido, probablemente pretencioso, puesto que atribuyó su obra nada menos que al mismísimo Salomón. Ahora bien, este ignoto individuo no tenía aún ninguna idea clara de que pudiera existir el alma como entidad separable del cuerpo, ni de que hubiera otro mundo después de la muerte, ni sospechaba la existencia de un juicio divino, ni que Dios hubiera pensado en retribuir en ese otro mundo las acciones buenas o malas de los seres humanos. Por tanto, tampoco creía en la existencia del cielo ni del infierno. ¿Cómo entonces, en tiempos de Jesús, al menos entre esenios y fariseos, aparecían estas ideas como moneda corriente entre los piadosos?
Esto es lo que explica Javier Alonso con mano maestra en no demasiadas páginas como introducción y marco del tema principal de su libro. Y como el momento y el lugar en el que se expande el cristianismo por vez primera es el Mediterráneo oriental, Javier Alonso se encarga de introducir al lector en las ideas que los griegos y los romanos tenían de los temas en torno a la resurrección en el tiempo en el que empieza a extenderse el cristianismo tras la muerte de Jesús. En una palabra, la información sobre el entorno de las ideas cristianas en Atenas, Roma y Jerusalén —por decirlo con el nombre de las tres capitales— antes de Jesús resulta básica para que el lector entienda bien de qué se trata cuando se habla de la resurrección de Jesús.
También con el pulso firme y gran claridad, el autor expone el estado actual de la interpretación del Nuevo Testamento, que es nuestra única fuente para precisar cómo entendían los primeros cristianos la resurrección del Maestro. Todo lo que debe saberse sobre la composición y las fechas de los diversos escritos del Nuevo Testamento, y en concreto sobre Pablo de Tarso y los Evangelios, está en esta obra.
El libro procede luego a lo más interesante, el examen detenido, con sabrosas deducciones y conclusiones, de los textos que nos hablan del entierro y de la resurrección de Jesús. Como nuestra primera información es la del Nuevo Testamento, Alonso comprende que la primera tarea, la única antes de cualquier reflexión u opiniones, es hacer un análisis fino, pero comprensible, de los textos neotestamentarios y exponerle con claridad al lector si nos llevan a una conclusión satisfactoria… o no. Si, por el contrario, nos vemos envueltos en un mar de dificultades…, se dan al menos pautas para la comprensión del proceso que llevan al estado actual de las primeras informaciones.
El último capítulo trata, pues, con mano maestra, de reconstruir brevemente el proceso de cómo se llegó a construir la certeza firme en la resurrección de Jesús entre sus primeros seguidores y cómo fueron los fundamentos de esta certeza, las apariciones. La crítica de la consistencia, o no, de estos relatos es básica.
Al final, el lector obtendrá por sí mismo sus propias conclusiones, pues el libro le ofrece todos los materiales que hay para tomar una decisión. Es posible que el lector pueda intuir qué es lo que piensa el autor como persona sobre este difícil tema, pero —debo insistir— no es esa la intención de este espléndido libro informativo, breve, claro, ameno… que lleva a una gozosa reflexión y a la toma de decisiones personales, pero debidamente formadas de acuerdo con el método histórico más riguroso de nuestras fuentes.
Antonio Piñero
Introducción
Jerusalén, viernes 3 de abril del año 33, hora sexta
Hacía ya un buen rato que no se escuchaban los gemidos de los crucificados. Los soldados que vigilaban la ejecución en lo alto de la colina conocida como Gólgota soportaban inmóviles el calor del sol que desde hacía más de tres horas martilleaba contra sus cascos. En la distancia, algunos familiares, o simplemente curiosos, observaban la escena al pie de las murallas de la ciudad, sin poder acercarse más por la presencia de los legionarios.
El centurión al mando se pasó la mano por la frente, se secó el sudor, ahuyentó una mosca, miró al cielo y se ajustó el cinturón del que pendía su espada.
—Ya no queda mucho para que comience el día sagrado de los judíos. Vayamos terminando.
Con un simple gesto de la cabeza en señal de asentimiento, uno de los soldados abandonó su posición y se acercó a una mula en la que estaban cargadas las herramientas. Tomó un mazo y se dirigió a una de las cruces. Separó los pies, sosteniendo el mazo con ambas manos, alzó la vista un instante para ver el rostro del crucificado y descargó un golpe seco contra la pierna derecha del hombre. La tibia crujió como un madero viejo, y lo mismo ocurrió con la pierna izquierda, que recibió otro mazazo pocos