Luke, examina tus sentimientos. Fernando Vidal Fernández

Luke, examina tus sentimientos - Fernando Vidal Fernández


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      • Elijamos dándonos tiempo, no reaccionemos de manera espontánea.

      • Adónde vamos y con qué objetivos.

      • Desenredar y desanudar los líos.

      La segunda parte traza un método para elegir sobre las cuestiones en las que la familia se juega su proyecto. Sigue la propuesta de Ignacio de Loyola. Consiste en los siguientes pasos:

      1. En el primer tiempo:

      a) Plantead el dilema esencial sobre el que hay que decidir.

      b) Examinad los sentimientos de fondo en vuestro corazón. Son de dos tipos: alegría y desolación.

      c) Haced balance o examen sobre la cuestión.

      d) Imaginad alternativas.

      e) No dejéis tiempos muertos: decidid con y a tiempo.

      f) ¿Ya lo veis todo claro? Aseguraos de que no os engañáis y celebradlo.

      2. En el segundo tiempo, decidir: dadle una segunda vuelta a la decisión buscando encuentros, consultas y experiencias alrededor del dilema.

      3. En un tercer tiempo:

      a) Si aún no lo veis claro, revisad a ver si es el dilema auténtico o hay que replantearlo.

      b) Examinad las disposiciones básicas: ¿estáis decidiendo con humildad solo por amor?

      c) ¿Sois indiferentes a lo que se decida con tal de que se haga lo mejor?

      d) ¿Estamos salvando lo mejor de lo que aporta cada uno?

      3.1. Un primer modo para decidir en este tercer tiempo los pros y los contras.

      3.2. El segundo modo para decidir en este tercer tiempo: preguntas mayores para ir a la raíz:

      a) Al más bueno.

      b) Al más sabio.

      c) Al que más os ame.

      d) Aplicad criterios de elección: lo más urgente, multiplicador y decisivo; en lo que es vuestra competencia y estáis ya comprometidos; y donde no esté nadie o haya menos apoyo.

      3.3 Tres falsos caminos (binarios):

      a) Evitad decidir, pero no poner los medios para realizarlo.

      b) Evitad engañaros a vosotros mismos eligiendo en realidad según el interés del beneficio propio.

      c) Evitad elegir solo lo bueno pudiendo escoger lo mejor.

      En todo caso, dejad lugar al misterio, evaluad y celebrad.

      2

      PASIÓN POR PREGUNTAR

      En el programa de Radio Nacional de España El ojo crítico tienen un lema: «Pasión por preguntar». Hagamos nuestra esa pasión, porque es clave en el aprendizaje de discernir. Parece fácil preguntar, porque no tienes que saber la respuesta; pero, por el contrario, saber preguntar es difícil y hay que entrenar para hacerlo bien. Discernir es pensar bien las preguntas correctas que hay que hacer.

      En un vídeo viral que alcanzó visitas multitudinarias en Internet se planteaba un experimento navideño a un grupo de jóvenes. En noviembre de 2016, la Fundación Generación 2015 llevó a 27 jóvenes a un estudio en Madrid sin saber qué se les iba a preguntar. Primero se les preguntaba: «¿Quién es la persona más importante en tu vida?». Los jóvenes señalaban a sus familiares y amigos... Luego iba una segunda pregunta: «¿Qué le vas a regalar en Navidad?». La gente contestaba: libros, drones, videojuegos, teléfonos móviles, bombones, discos, etc. Entonces se les planteó: «Y si te tocara la lotería, ¿qué le regalarías?». Como los jóvenes contarían con una fortuna pensaban en un coche, una moto, una casa, un viaje alrededor del mundo, una bici, un caballo...

      Y entonces les hacen una pregunta que les deja a todos descolocados: «¿Y si fueran sus últimas Navidades?». Cuando los entrevistados afrontaban la posibilidad de que esa persona estuviera al final de su vida, se emocionaban. Los regalos navideños cambiaban totalmente: «No le regalaría nada. Mi presencia, creo», dijo uno. «Le pediría perdón por muchas cosas, por las veces que hemos discutido en serio. Trataría de esforzarme más en tener un mejor trabajo y en demostrarle que merezco la pena como hijo», contestó otro joven. «Me lo llevaría al pueblo de sus abuelos, a los que no ve nunca», dijo una chica. «Mi tiempo, a mí», concluyó otra. «La llevaría al pueblo, porque nunca la lleva nadie», y se refería a su abuela. «Ser más sinceros, decirnos las cosas que no nos hemos dicho: él por cómo es y yo por haberme vuelto más cómoda», reconoció una chica respecto a su pareja. «Intentaría reunir a la familia entera, ese sería mi regalo para ella, todos juntos otra vez», se propuso un joven. «Me lo traería a casa porque está en una residencia, y pasaría todos los días con él», dijo una joven sobre su abuelo, y añadió: «Pasear, jugar al mus, al dominó, llevarle a que me viera jugar al fútbol, cosas sencillas...». Una chica concluye: «Ponemos el corazón en lo que nos dicen que tenemos que ponerlo. Si nos paráramos a pensar, no lo pondríamos en las cosas» (se puede ver el vídeo en www.g2015.org).

      Nada como una buena pregunta para alcanzar la claridad. Si la realidad no nos dice nada o solo arroja sombras, es porque no hemos hecho la pregunta correcta. En este capítulo vamos a revisar de forma sencilla nuestro arte de preguntar y proponer algunas pistas útiles fáciles que pueden ayudarnos a mejorar.

      1. Preguntar es querer

      Generalmente damos muchísimas respuestas, somos rapidísimos e ingeniosos para las contestaciones. En el discernimiento se trata de encontrar más preguntas que respuestas. Cuando la familia discierne, tiene que formularse muchas preguntas para poder hallar cada respuesta que necesita. Solo las preguntas nos hacen encontrarnos con la realidad.

      Las interrogaciones no son signos de puntuación, sino llaves. No es casual el parecido físico que hay entre una llave y un signo de interrogación: ambos abren puertas. Las preguntas abren muchas puertas: la puerta para que salga nuestro interés, la puerta para que entren respuestas en nuestro interior, la puerta de los otros para saber por su voz.

      Las preguntas indican qué buscamos, dónde buscamos y a qué nivel de profundidad. El tipo de preguntas que hacemos dice mucho del tipo de persona que somos. No obstante, nuestros interrogantes no prueban lo que sabemos, sino lo que buscamos saber.

      Conocí a una mujer muy insatisfecha con su matrimonio. Me contaba que además se sentía culpable, porque parecía que no tuviera razón alguna para quejarse. Quería a su marido y le admiraba. Él –como ella– era una persona muy entregada a su profesión, cariñoso con su esposa y buen padre. Igual que era bueno en su trabajo era muy bueno en las actividades comunes del hogar y muy querido en la familia extensa. Ella se lo pasaba bien con él, pero había algo que le irritaba. ¿Qué pasaba entonces? Ella sentía que a él no le interesaba lo que ella hacía tanto como a ella le interesaba el trabajo de él. Mientras que ella conocía bien la actividad profesional de su marido, sentía que él minusvaloraba lo que ella hacía o, al menos, que no le prestaba atención. «Nunca me pregunta nada», me decía. Esa era su queja: él no le pregunta nunca nada. La relación era buena, y en un determinado momento ella se lo dijo: «Nunca me preguntas nada sobre lo que yo hago», le reprochó. Él se mostró sorprendido y se defendió: «Escucho lo que dices. Y si tienes algo que decirme, ya me lo cuentas». Pero, para ella, eso no era suficiente. Ella quería preguntas de él, que explorara, quería saber que él buscaba en ella, que tenía curiosidad y estaba pendiente, que ella estaba en sus preguntas.

      Preguntar es querer: pone de manifiesto tu interés, dónde están tus inquietudes y atenciones. Las preguntas nos mantienen creativos y en crecimiento. Las personas que se preguntan mutuamente crecen juntas.

      El caso contrario lo constituye una de mis queridas cuñadas: no se le pasa una.


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