Antología. Ken Wilber

Antología - Ken  Wilber


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a sí mismo, nosotros –usted y yo– recordamos, de un modo difuso –o tal vez sumamente intenso– que somos uno con lo Divino. Esta reminiscencia –que alienta en lo más hondo de nuestra conciencia– es la que nos impulsa y estimula a comprender, despertar y recordar qué y quién siempre hemos sido.

      De hecho, podríamos llegar a decir que todas las cosas intuyen, de una u otra forma, que su Fundamento es el Espíritu mismo y se ven urgidas, impulsadas y apremiadas a actualizar esta realización. Pero, antes de llegar a ese despertar de lo divino, todas las cosas buscan al Espíritu de un modo que realmente impide su realización ¡de otro modo nosotros lo actualizaríamos ahora mismo!

      Es, pues, como si buscáramos al Espíritu de maneras que ciertamente lo impiden. Buscamos al Espíritu en el mundo del tiempo, pero el Espíritu es atemporal y no puede encontrarse allí. Buscamos al Espíritu en el mundo del espacio, pero el Espíritu es aespacial y no puede encontrarse allí. Buscamos el Espíritu en este o aquel objeto, fascinante o conmovedor, pero el Espíritu no es un objeto y, en consecuencia, no puede verse ni comprenderse en el mundo de los objetos y de las emociones.

      Dicho en otros términos, buscamos el Espíritu en formas que impiden su realización y nos obligan a la búsqueda de gratificaciones sustitutorias que nos impulsan y nos encierran en el mundo atribulado del tiempo y del terror, del espacio y de la muerte, del pecado y de la separación, de la soledad y del consuelo.

      Ése, precisamente, es el proyecto Atman, el intento de encontrar el Espíritu con modos que ciertamente lo impiden y nos llevan a buscar todo tipo de gratificaciones sustitutorias. Y, como veremos, toda la estructura del universo manifiesto se ve movilizada por el proyecto Atman, un proyecto que prosigue hasta al momento en que nosotros –usted y yo– despertemos a ese Espíritu cuyos sustitutos buscamos desesperadamente en el mundo del tiempo y del espacio. La pesadilla de la historia es la pesadilla del proyecto Atman, la búsqueda estéril en el tiempo de lo que, en última instancia, es eterno; una búsqueda que necesariamente genera terror y tormento, un yo desolado por la represión, paralizado por la culpabilidad, acosado por la enajenación, una desdichada tortura que sólo se desvanece en la Esencia radiante cuando concluye la gran búsqueda, cuando la contracción abandona el intento de descubrir a Dios (real o sustituto), y el movimiento en el tiempo concluye en lo No nacido, en lo No creado, en la gran Vacuidad pura que se asienta en el Corazón mismo del Kosmos.

      De modo que, cuando lea este libro, trate de recordar el gran evento, el instante en el que respiró y dio origen a la totalidad del Kosmos; recuerde el vacío del que se derramó como la totalidad del Mundo simplemente para ver lo que ocurría. Recuerde las miles de formas y fuerzas que le han llevado tan lejos; recuerde las galaxias, recuerde los planetas; recuerde las plantas que se orientan en dirección al Sol; recuerde a los animales que permanecen alerta día y noche, extenuados en su incesante búsqueda; recuerde a las mujeres y los hombres primitivos, anhelando la Luz; recuerde a la persona que ahora mismo sostiene este libro, recuerde, en suma, qué y quién ha sido, qué ha hecho y qué ha visto, recuerde quién se halla realmente detrás de todos esos disfraces, detrás de las máscaras de Dios y de la Divinidad, detrás de las máscaras que ocultan su verdadero Rostro Original.

      Permita que la gran búsqueda concluya, afloje su contracción esencial, repose en la inmediatez de su conciencia, deje que el Kosmos entero se precipite en su ser –dado que usted ya es su mismo Fundamento– […] y entonces sabrá que el proyecto Atman nunca existió, que usted nunca ha cambiado y que todo es exactamente como debe ser, cuando el canto del petirrojo resuena en una hermosa mañana en la que el sonido de la lluvia repiquetea en el tejado del templo.

      El ojo del Espíritu, 70-71

      EL NARCISISMO DE LA NUEVA ERA

      Una de las causas del narcisismo, pues, se asienta sencillamente en el fracaso del proceso de crecimiento y evolución, en especial en la difícil transición que conduce desde la fase egocéntrica hasta la sociocéntrica, una transición a la que ciertos aspectos de la conciencia pueden resistirse y quedar así «atrapados» en los dominios egocéntricos, con la consiguiente dificultad en adaptarse a las reglas y roles de la sociedad. Es evidente que algunas de esas reglas y roles no merecen ser respetadas y deben ser cuestionadas y rechazadas. Pero la actitud postconvencional –que observa, analiza y critica las normas de la sociedad– sólo puede alcanzarse después de los estadios convencionales, porque las competencias logradas en esos estadios constituyen precisamente un prerrequisito esencial para el desarrollo de la conciencia postconvencional. Dicho en otras palabras, quien no haya alcanzado los estadios convencionales difícilmente se hallará en condiciones de llevar a cabo una crítica postconvencional a la sociedad y tenderá, por tanto, a caer presa de la mera rebelión preconvencional. Recordemos que el lema del narcisismo es: «¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer!», un tópico que nunca está lejos de las olas preconvencionales de la existencia.

      Existe un estudio ya clásico a este respecto que tuvo como objeto los participantes de la protesta estudiantil de Berkeley de finales de los años sesenta (fundamentalmente en contra de la guerra del Vietnam) que, según los estudiantes, estaba motivada por una perspectiva moral más elevada, aunque la investigación, sin embargo, concluyó que la inmensa mayoría no se hallaba tanto en los estadios postconvencionales del desarrollo como en los preconvencionales (es innecesario decir que había muy pocos convencionales/conformistas porque, por definición, la convencionalidad no es muy rebelde que digamos). Obviamente, la moral postconvencional y mundicéntrica de la minoría de activistas resulta muy encomiable (y con ello no me refiero tanto al contenido concreto de sus creencias como al hecho de que llegaron a ellas a través de un razonamiento moral muy elaborado). En cualquiera de los casos, lo que quiero recalcar es el egocentrismo preconvencional de la mayoría.

      El ítem más fascinante de este tipo de investigaciones empíricas gira en torno a la gran diferencia que existe entre lo que podríamos denominar «pre» y «post», una diferencia que, lamentablemente, suele soslayarse por la aparente semejanza superficial existente entre pre-X y post-X (puesto que ambas son no-X). Con ello quiero decir, por ejemplo, que la no convencionalidad de las posturas preconvencional y la postconvencional (ya que ambas se hallan fuera de las normas y reglas convencionales) suele llevar erróneamente a confundirlas. En consecuencia, aunque «pre» y «post» suelan utilizar la misma retórica y la misma ideología, se hallan, de hecho, separados por un abismo en términos de crecimiento y desarrollo. Así pues, aunque casi todos los estudiantes de las protestas de Berkeley afirmaban actuar movidos por principios morales universales (como, por ejemplo, que «la guerra de Vietnam viola los derechos humanos universales y, que como ser moral, me niego a participar en ella»), la investigación demostró inequívocamente que sólo una pequeña minoría se hallaba en realidad motivada por principios morales postconvencionales y que la inmensa mayoría, por el contrario, estaba simplemente dejándose arrastrar por impulsos egocéntricos preconvencionales del tipo: «¡A mí nadie me dice lo que tengo que hacer! De modo que haz con tu guerra lo que quieras».

      Parecía pues que, en este caso, se utilizaron nobles ideales morales para justificar lo que, de hecho, no eran más que impulsos bastante menos elevados. Es la extraña similitud superficial que existe entre los estadios «pre» y «post» del desarrollo la que permite este tipo de coartada o, dicho en otros términos,


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