Viajeros de luz. Fina Navarro
tengo un poquito de miedo – me dijo.
Yo la senté en mi regazo y le pregunté.
—¿A qué le temes?
—Es que no sé dónde me van a llevar.
—¿Quiénes?
—Las personas que me dicen que ya me tengo que ir. Ellos son buenos, pero es que yo no sé…
La abracé, como se abraza en ese estado ampliado de conciencia.
—Si tú quieres, te puedo mostrar el lugar dónde vas a ir cuando dejes tu cuerpo. Es muy bonito. ¿Te apetece?
—Siiiii – me contestó mientras hacía palmas.
—¿Tú ves alguna luz a tu alrededor? —le pregunté.
—Sí.
Me levanté con ella en brazos.
—Mírala. Ya verás cómo cada vez se hace más grande, hasta que podamos entrar por ella.
Puso sus bracitos alrededor de mi cuello y escondió la cara en mi hombro. Pero su curiosidad pudo más y justo cuando llegábamos al Jardín de la Isla (ver Viajeros de Luz. El Camino), se volvió y abrió los ojos. Su carita se transformó en pura alegría.
—¡Oh! ¡Qué bonito! —decía, mientras lo miraba todo con asombro— Ellos me decían que era un lugar precioso, pero yo no lo sabía...
—Mira Abigail, mira cuantos animalitos. Y las flores ¡qué chulas!
—Me gusta mucho –exclamaba, mientras saltaba en mis brazos — ¿Qué es ese lugar tan bonito?
Señalaba a un mini jardín que había a la derecha, rodeado por una valla de madera.
—Eso es la guardería.
—Yo quiero verla, pero no para quedarme. Que yo ya soy mayor y voy al Cole.
—Sí, eres muy mayor, pero esta guardería es especial. Aquí vienen todos los niños de todas las edades. Incluso yo he estado aquí a veces. Este es un lugar mágico donde todos nos recuperamos de nuestro viaje, si así lo necesitamos.
Se bajó de mis brazos y, de la mano, me llevó corriendo a la guardería.
—Ven, vamos, corre… que quiero verla de cerca.
Yo sonreía mientras corría tras ella.
—Andaaa… ¡Qué chula! —exclamó al llegar a la puerta de la cerca— Mira, mira… ahí están los que me vienen a buscar cuando estoy en mi cuerpo. Andaaa… jajaja… estáis aquí también —decía a una pareja que estaba allí, mientras batía palmas.
Realmente la vi tan feliz que cualquier resquicio de dolor terrenal por la pérdida de un niño, desapareció por completo en ese momento. Saludé con la cabeza a las dos personas que se nos acercaban. Vestían con túnicas de un rosa tan pálido que parecía blanco, lo habitual en este lugar.
Abrieron la puerta de la cerca y nos invitaron a entrar. Nada más hacerlo, nuestras sensaciones eran de pura felicidad. Abigail se fue corriendo a verlo todo, mientras hablaba con otros niños que había allí. El suelo era una alfombra de hierba fresca y mullida, sembrada aquí y allá por diminutas flores de todos los colores inimaginables. Bajo un gran árbol, allí al fondo, había pizarras donde los niños podían dibujar, pintar y seguir aprendiendo. A la izquierda había una estantería con cajones de distintas formas, tamaños y colores, donde cada niño podía coger el juguete que deseara solo con meter la mano y pensar en lo que quería. A la derecha estaba la biblioteca donde había todo tipo de cuentos, algunos de ellos interactivos. Los niños y niñas reían mucho con ellos. Había de todas las nacionalidades.
Abigail estaba disfrutando de lo lindo. Sobre todo se sentía bien. Ya no le dolía nada. Estaba radiante pero, de pronto, nos miró muy seria.
—¿Qué ocurre preciosa? —le preguntó la cuidadora.
—Es que mis padres están tristes. Ojalá pudieran ver dónde voy a estar, así se pondrían más contentos, ¿verdad?
—Seguro que sí —le contestó.
La cuidadora me miró y me preguntó,
—¿Podrías ir a buscarlos?
—Por supuesto —le contesté con una sonrisa, pues la idea me había parecido genial—. Ahora mismo.
—Yo me voy contigo —dijo Abigail mientras me tendía la mano—, así no se asustarán cuando te vean.
Sonreí ante el detalle de la niña. Yo trabajo con el alma de las personas y, aunque a veces se puedan confundir porque no me conocen, no suelen asustarse. En ese estado de conciencia ampliada, es fácil la comunicación.
Y así lo hicimos. Volvimos. Abigail llamó al alma de sus padres y les explicó todo. Quién era yo. Que habíamos ido a la guardería del Jardín de la Isla y que quería mostrarles el lugar. Les habló de los cuidadores, que eran muy buenos.
Lo bonito es que yo estuve todo el tiempo en un segundo plano. Fue ella la que se encargó de llevarles de la mano por la puerta de la Luz, que seguía abierta, hasta el Jardín y de allí, a la guardería. Y todo el tiempo les estuvo hablando. Yo respeté su privacidad, manteniéndome un poquito detrás de ellos.
Allí, hablaron con los cuidadores y cuando estuvieron satisfechos, se volvieron. La expresión de sus caras era de una gran alegría y mucho amor. Sus almas, heridas por la pérdida de su hija, estaban empezando a entender. Aún así el trabajo con su parte consciente terrenal tendrían que hacerlo, antes o después, solos o con ayuda. Y de ese tremendo sentir sacarán su propio aprendizaje en esta experiencia de vida.
Nos despedimos de los cuidadores y Abigail se despidió de los otros niños.
—Enseguida vuelvo —les dijo, mientras saludaba con su mano–. Voy a despedirme de mis papás y vuelvo.
Les traje de vuelta. Todos estábamos contentos y muy alegres. Los tres se abrazaban entre sí. Les insté a volver con sus cuerpos y les di las gracias por tan bella experiencia.
Cuando abrí los ojos sentí tanta alegría como pena, al verme de nuevo sofocada por las reacciones de esta materia que vivimos. De esta personalidad que sufre el desapego como si nos arrancaran un cachito de nuestra alma cada vez. Y es que, en realidad, a veces es así.
Solo hasta que nos damos cuenta de que esa persona a la que tanto queremos va a estar de maravilla. Entonces volvemos a sonreír, pues es solo cuestión de tiempo que nos reunamos con ella. Seguiremos echándola en falta, sí. Seguiremos aprendiendo de ello, también. Pero con la conciencia de que, todo esto va mucho más allá de la experiencia de vida que estamos experimentando en estos momentos.
Al día siguiente, Abigail cumplió la promesa que les había hecho a sus compañeros de guardería y regresó con ellos. Tras despedirse de sus padres. Hasta que ellos, muchos años después, dejaran su propio cuerpo. O… hasta que sean capaces de comunicarse con ella en ese otro plano. En esa otra realidad que convive con nosotros aunque sea invisible a nuestros ojos humanos.
Realmente, la guardería es un lugar de tránsito, donde se cuida a los niños hasta que despierta la conciencia del ser que realmente son. Entonces, su energía crece hasta su tamaño real y vienen sus guías o maestros para acompañarles en su siguiente paso, allí en nuestro hogar.
Consejo para todos los días: Sonríe.
Por todos es sabido que hay una forma de engañar al cerebro con los gestos faciales. Si me pongo un lápiz entre los labios, al ratito sentiré que me encuentro mejor. Si fuerzo una sonrisa cada vez que me mire al espejo, me sentiré mejor. Y es que… no sonreímos porque estemos felices, sino que somos felices porque sonreímos.
Así que… sonríe, aunque después llores. Sonríe aunque te estés secando las lágrimas. Sonríe aunque la tristeza te embargue por dentro.
¿Sabes por qué? Porque, a pesar de todo, tú te mereces unos minutos