Los entremeses. Miguel de Cervantes Saavedra

Los entremeses - Miguel de Cervantes Saavedra


Скачать книгу
y las tardes, y aun las mañanas tambien, se va de casa en casa de juego, y allí sirve de número[9] á los mirones, que segun he oido decir, es un género de gente á quien aborrecen en todo estremo los garitos. Á las dos de la tarde viene á comer, sin que le hayan dado un real de barato, porque ya no se usa el darlo: vuélvese á ir: vuelve á media noche: cena, si lo halla, y si no, santíguase, bosteza y acuéstase; y en toda la noche no sosiega, dando vueltas. Pregúntole ¿qué tiene? Respóndeme, que está haciendo un soneto en la memoria para un amigo que se le ha pedido; y da en ser poeta, como si fuese oficio con quien no estuviese vinculada la necesidad del mundo.

      SOLDADO.

      Mi señora doña Guiomar en todo cuanto ha dicho no ha salido de los límites de la razon; y si yo no la tuviera en lo que hago, como ella la tiene en lo que dice, ya habia yo de haber procurado algun favor de palillos de aquí ó de allí, y procurar verme como se ven otros hombrecitos aguditos y bulliciosos, con una vara en las manos, y sobre una mula de alquiler, pequeña, seca y maliciosa, sin mozo de mulas que le acompañe; porque las tales mulas nunca se alquilan, sino á faltas, y cuando están de nones: sus alforjitas á las ancas, en la una un cuello y una camisa, y en la otra su medio queso, y su pan y su bota; sin añadir á los vestidos que trae de rua[10], para hacellos de camino, sino unas polainas y una sola espuela; y con una comision y aun comezon en el seno, sale por esa puente toledana raspa-hilando, á pesar de las malas mañas de la harona, y á cabo de pocos dias envia á su casa algun pernil de tocino, y algunas varas de lienzo crudo: en fin, de aquellas cosas que valen baratas en los lugares del distrito de su comision, y con esto sustenta su casa, como el pecador mejor puede; pero yo, que no tengo oficio, no sé qué hacerme, porque no hay señor que quiera servirse de mí, porque soy casado: asi que me será forzoso suplicar á vuestra merced, señor juez, pues ya por pobres son tan enfadosos los hidalgos, y mi mujer lo pide, que nos divida y aparte.

      GUIOMAR.

      Y hay mas en esto, señor juez: que como yo veo que mi marido es tan para poco, y que padece necesidad, muérome por remediarle, pero no puedo; porque en resolucion, soy mujer de bien, y no tengo de hacer vileza.

      SOLDADO.

      Por esto solo merecia ser querida esta mujer; pero debajo de este pundonor tiene encubierta la mas mala condicion de la tierra: pide zelos sin causa: grita sin por qué: presume sin hacienda; y como me ve pobre, no me estima en el baile del rey Perico[11]; y es lo peor, señor juez, que quiere, que á trueco de la fidelidad que me guarda, le sufra y disimule millares de millares de impertinencias y desabrimientos que tiene.

      GUIOMAR.

      ¿Pues no? ¿Y por qué no me habeis vos de guardar á mí decoro y respeto, siendo tan buena como soy?

      SOLDADO.

      Oid, señora doña Guiomar, aquí delante de estos señores os quiero decir esto: ¿Por qué me haceis cargo de que sois buena, estando vos obligada á serlo, por ser de tan buenos padres nacida, por ser cristiana, y por lo que debeis á vos misma? Bueno es que quieran las mujeres que las respeten sus maridos, porque son castas y honestas: como si en solo esto consistiese de todo en todo su perfeccion; y no echan de ver los desaguaderos por donde desaguan la fineza de otras mil virtudes que les faltan. ¿Qué se me da á mí que seais casta con vos misma, puesto que se me da mucho si os descuidais de que lo sea vuestra criada, y si andais siempre rostrituerta, enojada, zelosa, pensativa, manirota, dormilona, perezosa, pendenciera, gruñidora, con otras insolencias de este jaez, que bastan á consumir las vidas de doscientos maridos? Pero con todo esto, digo, señor juez, que ninguna cosa de estas tiene mi señora doña Guiomar; y confieso que yo soy el leño, el inhábil, el dejado y el perezoso; y que por ley de buen gobierno, aunque no sea por otra cosa, está vuesa merced obligado á descasarnos: que desde aquí digo que no tengo ninguna cosa que alegar contra lo que mi mujer ha dicho, y que doy el pleito por concluso, y holgaré de ser condenado.

      GUIOMAR.

      ¿Qué hay que alegar contra lo que tengo dicho? Que no me dais de comer á mí, ni á vuestra criada; y monta que son muchas, sino una, y aun esa sietemesina, que no come por un grillo.

      ESCRIBANO.

      Sosiéguense, que vienen nuevos demandantes.

      Entra uno vestido de médico, y es cirujano; y Aldonza de Minjaca, su mujer.

      CIRUJANO.

      Por cuatro causas bien bastantes vengo á pedir á vuestra merced, señor juez, haga divorcio entre mí y la señora doña Aldonza de Minjaca, mi mujer, que está presente.

      JUEZ.

      Resoluto venís: decid las cuatro causas.

      CIRUJANO.

      La primera, porque no la puedo ver mas que á todos los diablos: la segunda, por lo que ella se sabe: la tercera, por lo que yo me callo: la cuarta, porque no me lleven los demonios, cuando de esta vida vaya, si he de durar en su compañía hasta mi muerte.

      PROCURADOR.

      Bastantísimamente ha probado su intencion.

      ALDONZA.

      Señor juez: vuestra merced me oiga; y advierta que si mi marido pide por cuatro causas divorcio, yo le pido por cuatrocientas. La primera, porque cada vez que le veo, hago cuenta que veo al mismo Lucifer: la segunda, porque fui engañada cuando con él me casé; porque él dijo que era médico de pulso, y remaneció cirujano, y hombre que hace ligaduras y cura otras enfermedades, que va á decir de esto á médico la mitad del justo precio: la tercera, porque tiene zelos del sol que me toca: la cuarta, que como no le puedo ver, querria estar apartada de él dos millones de leguas.

      ESCRIBANO.

      ¿Quién diablos acertará á concertar estos relojes, estando las ruedas tan desconcertadas?

      ALDONZA.

      La quinta...

      JUEZ.

      Señora, señora, si pensais decir aquí todas las cuatrocientas causas, yo no estoy para escuchallas, ni hay lugar para ello: vuestro negocio se recibe á prueba, y andad con Dios, que hay otros negocios que despachar.

      CIRUJANO.

      ¿Qué mas pruebas, sino que yo no quiero morir con ella, ni ella gusta de vivir conmigo?

      JUEZ.

      Si eso bastase para descasarse los casados, infinitísimos sacudirian de sus hombros el yugo del matrimonio.

      Entra uno vestido de Ganapan, con su caperuza cuarteada.

      GANAPAN.

      Señor juez: Ganapan soy, no lo niego; pero cristiano viejo, y hombre de bien á las derechas; y si no fuese que alguna vez me tomo del vino, ó él me toma á mí, que es lo mas cierto, ya hubiera sido prioste en la cofradía de los hermanos de la carga[12]; pero dejando esto aparte, porque hay mucho que decir en ello, quiero que sepa el señor juez, que estando una vez muy enfermo de los vaguidos de Baco, prometí de casarme con una mujer errada[13]: volví en mí, sané, y cumplí la promesa, y caséme con una mujer, que saqué de pecado: púsela á ser placera: ha salido tan soberbia, y de tan mala condicion, que nadie llega á su tabla con quien no riña, ora sobre el peso falto, ora sobre que le llegan á la fruta; y á dos por tres les da con una pesa en la cabeza, ó á donde topa, y los deshonra hasta la cuarta generacion, sin tener hora de paz con todas sus vecinas y aparceras; y yo tengo de tener todo el dia la espada mas lista que un sacabuche para defendella; y no ganamos para pagar penas de pesos no maduros, ni de condenaciones de pendencias. Querria, si vuesa merced fuese servido, ó que me apartase de ella, ó por lo menos le mudase la condicion acelerada que tiene, en otra mas reportada y mas blanda; y prométole á vuesa merced de descargalle de balde todo el carbon que comprare este verano, que puedo mucho con los hermanos mercaderes de la costilla[14].

      CIRUJANO.

      Ya conozco yo la mujer de este buen hombre; y es tan mala como mi Aldonza, que no lo puedo mas encarecer.

      JUEZ.

      Mirad, señores:


Скачать книгу