Las cinco invitaciones. Frank Ostaseski

Las cinco invitaciones - Frank  Ostaseski


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pasadas y enfrentar la aparentemente intolerable verdad del odio de Emily resultó esencial para que se perdonara a sí misma. No pretender modificar el pasado fue decisivo en la curación de sus heridas y en su reconciliación consigo misma y con su hija, pese a su turbulenta relación de tantos años. Cuando tomó conciencia de que no podía alterar esas condiciones, de que no podía cambiar lo que había sucedido en el lecho de muerte de Emily ni dar marcha atrás para ser una madre distinta, fue capaz de aceptar que las cosas eran así y hacer las paces con ello.

      En la muerte y en la vida, ¿debemos “esperar lo mejor” o “lo peor”? ¿Qué tal si, en lugar de eso, cultiváramos un cuidado sin juicios y un compromiso con la verdad que está presente, sea la que sea? Supongamos que en vez de escoger un lado u otro, desarrolláramos claridad mental, estabilidad emocional y presencia necesarias para no dejarnos llevar por un ciclo de altibajos, esperanzas y temores. La ecuanimidad da origen a la flexibilidad, la cual es fluida, no fija, así como confiada, adaptable y receptiva. Podríamos aceptar nuestro pasado, a nosotros mismos, a los demás y las condiciones siempre diversas de nuestra vida “tal como son”, ni buenos ni malos, pero sí manejables.

      En este caso es útil buscar refugio en la temporalidad. No en la expectativa de que las cosas resulten como esperamos o tememos, sino en el hecho de que cambiarán aun si no lo deseamos.

      Hablamos de vivir en el presente, pero ¿dónde se halla el presente? ¿Es el nanosegundo que delimita el espacio entre el pasado y el futuro? Parafraseando a san Agustín, el ahora no está a tiempo ni a destiempo. El escurridizo presente no se mide con el tictac de un reloj, que los seres humanos inventamos, ni está separado del pasado y el futuro. No existe una línea cronológica, no al menos como la concebimos convencionalmente.

      Todos hemos tenido sensaciones de atemporalidad, cuando un momento se ensancha como si fuera un sueño. Cuando recuerdo a mi madre, que murió hace más de cuarenta y cinco años, ¿acaso el pasado no ocurre en el ahora? El presente incluye al pasado y, en potencia, al futuro. Mi nieta es apenas una bebé, así que por lo pronto no determina conscientemente su futuro; pero el potencial de ese futuro ya vive en ella, igual que en cada uno de nosotros.

      Aquí es donde entra en juego la energía de la esperanza, no como un deseo que cumplir o un plan que formular y ejecutar, sino en el modo en que enfrentamos el momento, que no deja de modificarse. El presente incluye todo el tiempo; es el ahora totalmente incluyente. Su descripción óptima sería el flujo de la vida Nos determina siempre y nosotros lo determinamos a él por la manera en que lo enfrentamos y le respondemos.

      No esperes es una exhortación a sumergirte completamente en la vida. No te pierdas este momento por querer que llegue el siguiente. No esperes a actuar cuando algo de verdad importa. No te aferres a la esperanza de un pasado o un futuro mejor; vive el presente.

      El párkinson de David estaba muy avanzado. Al principio, el deterioro de su cuerpo le causó temor y frustración. Advertía que a menudo se relacionaba con su cuerpo a partir del deseo de que fuera distinto.

      “¡Si pudiera detener esta enfermedad!”, pensaba. “¿En qué momento se agravará mi dolencia?”, “¿Cómo?”, inquiría. Esperar a que sus circunstancias cambiaran, esperar un futuro diferente, lo mantenía cavilando casi todo el tiempo y lo llenaba de ansiedad.

      Por fortuna, le gustaba la meditación y con el paso del tiempo modificó su mentalidad. Sus pensamientos se aquietaron. Se relajó y se volvió más sereno y reflexivo. Describía esos momentos como “atemporales” y me dijo: “Hoy comprendo que el constante deseo de que las cosas fueran distintas me impedía ver los aspectos positivos de mi experiencia del párkinson. Ahora me concentro en mi gratitud para quienes me cuidan. Confío en mi capacidad para vencer todos los retos que aparezcan en mi camino”.

      Después añadió: “En mi mente ordinaria, tengo la esperanza de que mi enfermedad cambie. Ella es el objeto de mi temor y quiero controlarlo, pero con eso no hago sino exponerme a una gran desilusión, me pierdo. Cuando estoy más tranquilo, ese objeto viene a mí y lo veo como un ‘pensamiento nacido del miedo’. Me doy cuenta de que si estoy consciente de ese pensamiento y del temor que lo acompaña, eso no es lo único presente; también está presente la conciencia. Y gracias a este reconocimiento puedo tomar la decisión de operar mediante el temor o mediante la conciencia”.

      Continuó: “Es como cuando, al ver por primera vez la Tierra desde la Luna, pudimos comprendernos en formas antes imposibles. Cuando no dependo tanto de la esperanza o de la expectativa, mi visión panorámica es más amplia. Veo oportunidades que antes se me escapaban. Éste no es un estado pasivo e indefenso o un espacio vacío en mi mente; es una apertura total que posee un dinamismo intrínseco y que está llena de curiosidad y descubrimiento”.

      Lo que David describió con tanta elocuencia es una dimensión sutil de la idea que yo llamo la no espera. Es el antídoto contra la trampa de la expectativa, una cualidad sensible y abierta de la mente. En la no espera permitimos que los objetos, las experiencias, los estados de ánimo y el corazón se desenvuelvan por sí solos, se nos revelen sin que interfiramos en ello.

      La diferencia entre No esperes y la no espera es similar a la que existe entre el desapego y el no apego. El desapego implica distanciarnos de un objeto o experiencia particular; puede provocar una sensación de frialdad, como al retraernos o desprendernos. El no apego significa simplemente no aferrarse, no adherirse, no involucrarse; no hay necesidad de distanciamiento.

      De igual forma, la no espera es amplia y relajada, es un modo de permitir que la experiencia se acerque a nosotros sin necesidad de que extendamos el brazo para tomarla. Al final, conocemos nuestra experiencia por revelación, no porque le hayamos extraído un significado, la hayamos manipulado para que fuera como queríamos o la hayamos agobiado con nuestros conocimientos previos. La no espera es una bienvenida serena, una invitación más que una exigencia. Cuando dejamos de depender del futuro esperando un resultado particular, o del pasado esperando ser capaces de cambiarlo, podemos conocer por completo este momento.

      La no espera nos ofrece un nuevo punto de vista, un poco como Google Maps. En determinado momento podríamos tener una visión muy estrecha de una calle y concentrarnos en minucias como la dirección de una casa. Pero después podemos retroceder y adoptar una perspectiva más amplia; veremos entonces que esa casa no es más que un pequeño punto en la ciudad, el país, el hemisferio donde reside. Cuando vemos el panorama general, podemos incluir más opciones.

      La no espera no es paciencia. La paciencia implica expectativa, esperar el momento siguiente, aunque en forma más calmada. La no espera es más bien como el contacto continuo con la realidad. Estamos alerta, despiertos y plenamente conscientes. Sea cual sea la experiencia —“buena” o “mala”, de nuestro agrado o no—, ponemos toda nuestra atención en lo que sucede justo ahora.

      En la vida, tanto como en la muerte, cuando separamos la esperanza de la expectativa y la vemos como algo independiente del apego a los resultados, desarrollamos un sabio contacto con la realidad. Estamos presentes en el desenvolvimiento de la vida y participamos directamente en él. Nos ocupamos del viaje en vez de esperar la llegada a nuestro destino.

      La esperanza con una actitud de no espera da origen a una generosidad infinita, una apertura gozosa, una receptividad que no depende de las circunstancias y condiciones. Surge de un contacto inmediato con la benevolencia de la vida humana, gracias a lo cual podemos avanzar en la vida sin mucha interferencia. La esperanza madura es un poco como la “Canción de cuna” de Brahms, un dulce recordatorio que nos ayuda a relajarnos y a apreciar el potencial de vida nueva de la cual el presente siempre está lleno.

       4. El meollo del asunto

      El perdón no es un acto ocasional, es una actitud constante.

      MARTIN LUTHER KING JR.1

      El perdón nos libra de la calcificación que se acumula en nuestro corazón. El amor puede fluir entonces con más generosidad. Blaze y Travis me enseñaron esto.

      Blaze fue la primera persona que murió en el Zen Hospice


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