Aquiles... un hetero curioso. Gonzalo Alcaide Narvreón

Aquiles... un hetero curioso - Gonzalo Alcaide Narvreón


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el bóxer ajustado azul oscuro de piernas largas, ojotas y por las dudas, un par de remeras deportivas. Se aseguró de tener el frasco de shampoo y el jabón en otra bolsa impermeable que llevaba dentro del bolso.

      Agarró su bolso, dobló sobre el otro brazo la funda que contenía la percha con el traje y la camisa, fue hacia la cocina para saludar a Marina y salió del departamento para dirigirse a su auto.

      Llegó al gym, saludos de rutina en la recepción y se dirigió al vestuario para dejar sus pertenencias en un locker. Subió al salón, agarró su ficha y comenzó con la rutina de los lunes.

      Más allá de saludos cordiales con los instructores y con quienes solía cruzarse cada mañana, no tenía intención alguna de entablar conversación con nadie. Su tiempo estaba bastante acotado y quería utilizarlo en ejercitar sus músculos.

      Terminó su rutina, se sirvió un vaso con agua del dispenser y se dirigió al vestuario para tomar una rápida ducha. Abrió su locker, agarró el bolso y lo apoyó sobre un banco; sacó las ojotas, su bolsa impermeable y un toallón. Comenzó a desvestirse, colocando cada prenda chivada dentro de una bolsa plástica que siempre tenía destinada para ese fin.

      Se dirigió hacia las duchas y observó que había dos personas, ambas en la misma línea, pero con un cubículo vacío entre medio. Por una cuestión de cortesía, saludó e ingresó a un cubículo del otro lado de la circulación. Las duchas de ese vestuario, si bien no tenían cerramientos en el frente, estaban separadas lateralmente, por lo que no existía contactos hacia los lados, pero sí se podían ver con los que estaban en la línea del otro lado del pasillo. Eso era lo que justamente sucedía en ese momento, en el que Aquiles, sin pensarlo, se había instalado en una ducha desde la que podía ver a los dos flacos que estaba en bolas frente a él.

      Sin prestar nada de atención, abrió los grifos y rápidamente comenzó a fluir un buen caudal de agua templada. La sensación del agua sobre el cuerpo tensado por el trabajo de carga, realmente resultaba reconfortante y por un breve instante, Aquiles se concentró en percibir ese placer.

      Comenzó a enjabonar su cuerpo y luego vertió shampoo sobre su cabeza. Masajeó su cuero cabelludo, manteniendo los ojos cerrados para impedir que le ingresara jabón.

      Al abrirlos, pude ver que un flaco había ocupado la ducha que quedaba libre entre los otros dos, justo la que quedaba frente a él. El tipo lo miró fijamente a los ojos y lo saludó. Aquiles respondió con un seco saludo, cerró los grifos, ató a su cintura el toallón blanco y se dirigió hacia los bancos.

      Al ingresar al área de bancos, vio a los dos flacos que estaban previamente en las duchas que, aún en bolas y secándose con sus toallónes, conversaban fluidamente. Otros dos ingresaban del gym y comenzaban a desvestirse.

      Aquiles se quitó el toallón, se secó, se puso el bóxer ajustado y fue hacia el locker a buscar la percha enfundada que contenía su traje.

      Continuó vistiéndose, sin prestar demasiada atención a su entorno y comenzó a enfocar su mente en los temas que se plantearían en las reuniones que comenzarían en breve.

      Llego al estacionamiento de la oficina y se encontró con Marcos, que ya descendía de su camioneta. Apagó el motor de su auto y abrió el baúl para sacar su atache.

      –Qué hacés querido –dijo Aquiles, dirigiéndose a Marcos.

      –Hola, galán –parecés un Dandy –dijo Marcos.

      –Se hace lo que se puede –dijo Aquiles.

      –Fuiste al gym ¿no?, yo debo retomar urgente porque la panza comienza a asomar –dijo Marcos.

      Era cierto que los más fanáticos por la práctica de deportes y por mantenerse en forma eran Adrián y Aquiles, aunque Félix y Marcos se mantenían bien, más allá de la típica pancita de padres cuarentones y burgueses.

      –No seas vago y arrancá a la mañana conmigo... si no, después, transcurre el día y siempre vas a encontrar una excusa como para no ir –dijo Aquiles.

      Se dirigieron hacia el ascensor, saludaron al personal y cada uno ingresó a su despacho, con la premisa de encontrarse en quince minutos en la sala de reuniones.

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