Mujeres y educación en la España contemporánea. Raquel Vázquez Ramil
para dirigir con éxito una casa de labranza. Es original la idea de impartir a las mujeres enseñanzas sobre cultivos y ganado de forma científica y racional. No obstante, esta idea buscaba, no tanto la mejora de la situación femenina, como el incremento de la alicaída producción agraria general.
Joaquín Sama publica el 15 y 30 de abril de 1899 un artículo sobre «Participación de la mujer en el profesorado»; destaca, en primer lugar, el papel educador de la mujer dentro la familia y, en segundo lugar, el protagonismo absoluto que le corresponde en la enseñanza de los párvulos, ya reconocido por los Congresos Pedagógicos de los años ochenta y noventa.
Concepción Arenal publica en el BILE de 31 de octubre de 1891 un ensayo fundamental sobre «El trabajo de las mujeres», que tendrá amplísima repercusión. En él denunciaba con excepcional claridad la escasa preparación industrial de la mujer, consecuencia de la cual (y de una feroz competencia) es el poco salario con que se recompensa un gran esfuerzo y una gran dedicación de tiempo. Concepción Arenal pide que se apliquen a las obreras los mismos medios de instrucción y rehabilitación que a los obreros, comenzando por suprimir los agraviantes gremios de oficios. Asimismo, resalta el contraste entre mujeres agostadas en una apatía enervante y otras consumidas por un trabajo ímprobo; aduce que no es posible mantener el irracional choque entre el «mundo moderno» y la «mujer antigua», y que el único medio de regeneración social válido es «educar a la mujer, artística, científica e industrialmente», y ello porque no puede haber orden económico ni equilibrio mientras la mitad del género humano tenga que depender de una herencia, del sustento proporcionado por la familia, de la limosna o, de lo contrario, arriesgarse al hambre o al extravío.
El BILE incluye también artículos que defienden la apertura de nuevas profesiones a las mujeres, en la línea defendida por los profesores institucionistas en el Congreso Hispano-Portugués-Americano de 1892[111].
– Condición social de la mujer y feminismo:
En este punto destacan los artículos de Rafael M.a de Labra. En el Boletín de 15 de marzo de 1883 publica, con el título de «Federación internacional contra la prostitución», un extracto de la conferencia que había pronunciado sobre el tema en el Fomento de las Artes. Labra recorre la historia del movimiento contra la prostitución tolerada o reglamentada, consolidado en 1875 con la creación de una federación internacional, y apunta la necesidad de que España contribuya con instituciones preventivas de carácter ético-positivo.
En el BILE de 15 de mayo de 1891 publica Labra un ensayo sobre «La rehabilitación de la mujer», en el que sostiene que el movimiento en pro de la dignificación de la mujer «comparte sentimientos de humanidad y consideraciones de derecho análogos a los que determinan la campaña de los hombres cultos y previsores en pro de las clases obreras y absolutamente desamparadas»[112].
Numerosos congresos obreros incluyen la igualdad de los sexos en su programa, y desde los años setenta se forman asociaciones y ligas para reivindicar los derechos políticos y sociales de las mujeres en Europa y Estados Unidos. En los últimos veinte años del siglo XIX esta cuestión salta a primer plano con la publicación de obras tan significativas como Amor y matrimonio de Proudhon (l875), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels (1884) y La mujer en el pasado, el presente y el porvenir (1885) de August Bebel[113].
En cuanto a la educación de la mujer, ya admitida en todas partes la necesidad de su instrucción primaria, desde 1870 hay una corriente general a favor de la secundaria plasmada en numerosos establecimientos que la imparten a alto nivel tanto en Europa como en América; en España este aspecto marcha con retraso, exceptuando la obra de Fernando de Castro y la reforma de las Escuelas Normales[114]. Como colofón, la mujer reclama también el acceso a la universidad, consiguiéndolo tarde o temprano en todos los países, aunque después encuentre serias restricciones a la hora de ejercer ciertas profesiones liberales como la abogacía.
Labra se ocupa del movimiento en pro del sufragio femenino, iniciado en Estados Unidos hacia 1840 al tiempo que la campaña favorable a la redención de la esclavitud, y de la situación jurídica de la mujer en los códigos civiles de varios países europeos.
Trabajo muy documentado e interesante, el ensayo de Labra refleja la preocupación por las cuestiones sociales más candentes del momento, entre ellas las reivindicaciones obreras y feministas, y por investigar sus raíces. Como es norma en los institucionistas, Labra introduce numerosos ejemplos extranjeros y emplea el método comparativo para concluir resaltando el atraso de nuestro país en este terreno. Las reclamaciones feministas toman cuerpo primero en los países capitalistas y de tradición protestante, como Estados Unidos e Inglaterra, y tienen especial éxito entre los sectores burgueses, muy endebles en España; no es de extrañar, por tanto, que hasta nosotros llegasen con gran retraso y muy tamizadas y que no encontrasen canal asociativo adecuado hasta bien entrado el siglo XX.
No obstante, los hombres de la Institución Libre de Enseñanza (y ya es significativo que casi siempre fuesen hombres) perciben el problema y se apuran a exponerlo y a buscar vías para encauzarlo; lo consideran cuestión de «regeneración» moral y social de la mitad del género humano, no asunto político como en otros lugares, regeneración sin la que es imposible el progreso humano. Atentos a las nuevas circunstancias, mantienen el afán inicial de alcanzar la humanidad unida, sin enfrentamientos de clases, sexos o caracteres; ese afán los empuja, cuando adquiere pujanza el movimiento obrero, a ensayar medidas paliativas como la extensión universitaria, cuyos mayores logros se alcanzaron en la universidad de Oviedo. Los institucionistas defendieron la vía pedagógica para superar antagonismos de todo tipo; sus resultados fueron cualitativamente muy relevantes pero cuantitativamente muy restringidos.
El feminismo institucionista es muy moderado y no pierde a la familia como eterno punto de referencia; aspira fundamentalmente a elevar «más la situación intelectual y moral de la mujer, hasta el punto de conseguir de ella una más activa colaborada en todas nuestras cosas, una compañera más íntima y más al tanto de lo que su amigo para toda la vida es o debe ser en el mundo»[115].
Aunque no descuida la realización personal de la mujer como individuo de pleno derecho; al menos así lo manifiesta Torres Campos en un artículo sobre «El movimiento en favor de los derechos de la mujer»[116], donde puntualiza:
Los partidarios de la emancipación femenina pretendemos que sea abolida la potestad marital y se funde el derecho de familia sobre el principio de la igualdad entre los esposos; que se conceda a las mujeres el derecho de hacer un uso honrado de sus facultades, y se hagan accesibles a todos, sin distinción alguna de sexo, los oficios, los empleos, las profesiones liberales y las carreras industriales, y que se les permita, por último, intervenir de alguna manera en la gestión de los intereses públicos[117].
De excepcional interés, aunque de signo distinto al anterior, es el trabajo de Concepción Arenal «Estado actual de la mujer en España»[118]. Concepción Arenal analiza con gran agudeza la situación de las españolas en el terreno laboral, religioso, educativo, de opinión pública y moral; en todos los casos es desfavorable por culpa del egoísmo masculino:
Puede decirse que el hombre, cuando no ama a la mujer y la protege, la oprime. Trabajador, la arroja de los trabajos más lucrativos; pensador, no le permite el cultivo de la inteligencia; amante, puede burlarse de ella, y marido, abandonarla impunemente. La opinión es la verdadera causante de todas estas injusticias, porque hace la ley, o porque la infringe[119].
Advierte leves avances, aunque