Acto matrimonial. Tim LaHaye

Acto matrimonial - Tim  LaHaye


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los cristianos experimentan un grado más alto de goce sexual que los no cristianos. Sin embargo, no hubo manera de probar nuestra suposición. Entonces procedimos a preparar una encuesta íntima para matrimonios y la ofrecimos a los que asistían a nuestros Seminarios de Vida Familiar. Al comparar estas respuestas con las encuestas seculares sobre el sexo vimos confirmadas nuestras conclusiones, además de descubrir nuevas e interesantes realidades. Los resultados de nuestra encuesta se encuentran en el capítulo 13 y, en parte, a través de todo el libro.

      Mientras escribíamos el último capítulo de este libro, la revista Redbook publicó una «Encuesta de Goce Sexual», tomada por la revista mostrando las preferencias de 100.000 mujeres, la que fue comentada por Robert J. Levin (coautor con Masters & Johnson en la obra titulada La esclavitud del placer). El descubrimiento más importante en la encuesta de Redbook que mencionamos primeramente era que «la satisfacción sexual está significativamente relacionada con las creencias religiosas. Con consistencia notable se ha visto que cuanto mayor es la intensidad de las convicciones religiosas de la mujer, tanto más probablemente obtiene alta satisfacción del placer sexual en él matrimonio».1 Naturalmente, quedamos encantados al ver que la encuesta de Redbook resultaba muy similar a nuestra propia encuesta. A base de investigaciones, el señor Levin confirmó enfáticamente que «las mujeres firmemente religiosas (sobre los 25 años) parecían tener más capacidad de corresponder… (y) que alcanzan un orgasmo cada vez que se entregan sexualmente, con mucha más probabilidad que las mujeres no religiosas».2 Esto nos convence aún más de que nuestra suposición es exacta.

      No hay un solo libro escrito por seres humanos que llegue a ser jamás la última palabra sobre cualquier tema; por lo tanto, no afirmamos que este manual sobre el amor conyugal sea el último. Mas creemos que contiene mucha información valiosa que puede servir de apoyo a casi todas las parejas casadas, y que muchas de sus exposiciones no se encuentran con facilidad en ningún otro libro de esta índole. Por esta razón lo emitimos juntamente con nuestras oraciones, pidiendo a Dios que haga buen uso de él para enriquecer tanto el amor como la vida amorosa de aquellos que lo leen.

      TIM LAHAYE

      San Diego, California

      Notas

      1 Robert J. Levin y Amy Levin, «Placer sexual: Las sorprendentes preferencias de 100.000 mujeres», Redbook, 145 (septiembre 1970), pág. 52.

      2 Idem, pág. 53.

1 La santidad del sexo

      El acto conyugal es una relación hermosa e íntima compartida únicamente por un esposo y una esposa en la privacía de su amor, y es sagrado. En un sentido real Dios los ha destinado para esa relación.

      La prueba de que es una experiencia sagrada aparece en el primer mandamiento de Dios al hombre: «Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra» (Gén. 1:28). Este encargo fue dado antes de la introducción del pecado en el mundo; por lo tanto, el hombre, en su estado original de inocencia, experimentó y gozó del amor y de la procreación.

      Esto implica necesariamente un hermoso impulso para unirse, sentido por el esposo y la esposa. Indudablemente Adán y Eva sintieron ese impulso en el jardín del Edén, tal como Dios lo ha ideado, y aunque carecemos de una descripción de ello, podemos llegar a la lógica conclusión de que Adán y Eva se hacían el amor anteriormente a la entrada del pecado en el jardín del Edén (ver Génesis 2:25).

      La idea de que Dios haya diseñado nuestros órganos sexuales para nuestro placer casi toma por sorpresa a mucha gente. Pero el Dr. Henry Brandt, un psicólogo cristiano, nos recuerda: «Dios creó todas las partes del cuerpo humano. No creó algunas partes buenas y otras malas; las hizo buenas todas, porque cuando hubo acabado su creación, la contempló y dijo: «He aquí que era bueno en gran manera» (Gén. 1:31). Esto ocurrió antes de que el pecado hubiese puesto el desorden en la perfección del Paraíso.

      Tras veintisiete años de aconsejar a cientos de parejas en el área íntima de su vida marital, estamos convencidos de que muchos albergan en sus mentes la idea errónea de asociar el acto conyugal con algo malo o sucio. Ha sido justamente la reticencia de muchos líderes cristianos, a través de los años, para hablar con franqueza sobre el tema, lo que puso en tela de juicio la belleza de esta parte necesaria de la vida conyugal; mas la distorsión humana de los planes de Dios siempre se descubre al acudir a la Palabra de Dios, la Biblia.

      Para disipar esta falsa noción queremos hacer hincapié en que de los tres Miembros de la Santísima Trinidad consta en la Biblia su consentimiento a esa relación. Acabamos de citar el sello de visto bueno de Dios Padre según Génesis 1:28. Los que asisten a bodas cristianas habrán oído probablemente que el Señor Jesús eligió una fiesta de bodas para obrar su primer milagro; los ministros cristianos interpretan unánimemente este gesto divino como de aprobación. Además, en Mateo 19:5 Cristo declara categóricamente que «los dos serán una sola carne». A los ojos de Dios la ceremonia de boda en sí no es el acto que realmente une a la pareja en santo matrimonio; la ceremonia les otorga meramente la licencia pública para retirarse a algún lugar romántico y privado para experimentar la relación de ser «una sola carne»; es este acto el que los une verdaderamente como marido y mujer.

      Dios el Espíritu Santo tampoco guarda silencio sobre el tema, por haber expresado su aprobación a este experimento sagrado en muchas ocasiones en las Sagradas Escrituras. En los capítulos subsiguientes consideraremos la mayoría de estos textos, pero citaremos uno aquí para indicar Su aprobación. En Hebreos 13:4 inspiró a Su autor para establecer este principio: «Honroso es en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla.» Nada puede ser tan claro como esta afirmación. Cualquiera que insinúa algo erróneo entre marido y mujer con respecto al acto conyugal, simplemente no entiende las Escrituras. El autor podría haber dicho sencillamente: «Honroso sea en todos el matrimonio», lo cual sería insuficiente; pero justamente, para que a nadie se le escape el verdadero sentido, lo amplió con otra frase: «y el lecho sin mancilla». Es sin mancilla porque no deja de ser una experiencia sagrada.

      Hasta hace poco, en. mi subconsciente estaba reticente a usar la palabra «coito» para describir el acto amoroso, a pesar de que sabía que era el término exacto. Esto cambió cuando descubrí que la palabra en Hebreos 13:4 en griego era koite, que significa «cohabitar mediante la implantación del espermatozoide masculino».1 Koite tiene su raíz en la palabra keimai, que significa «acostarse» y tiene parentesco con la palabra koimao, que a su vez significa «causar sueño».2 Aunque nuestra palabra «coito» proviene de la palabra latina coitio, la palabra griega koite tiene el mismo significado e indica la relación experimentada por una pareja casada en la cama al «cohabitar». Basado en este significado, el texto de Hebreos 13:4 se traduce de esta manera: «El coito en el matrimonio es honorable en todo y es sin mancilla.» La pareja, en el coito, se apropia del privilegio posible y dado por Dios de crear nueva vida para otro ser humano, como un resultado de la expresión de su amor.

      PARA MAS QUE PROPAGACION

      Mi primera experiencia de consejero sexual era un rotundo fracaso. Como estudiante y ministro júnior, me vi abordado por un compañero de mi equipo de fútbol mientras salíamos de la cancha para ir a los vestuarios. Me percaté de que este joven, alto y atlético, ya no era el mismo. Ambos éramos casados desde hacía más de un año, mas él no parecía ser feliz. Por naturaleza era un muchacho muy sociable, pero después de algunos meses de casado se puso tenso, irritable y generalmente muy cerrado. Finalmente explotó: «¿Hasta cuándo crees que pueda seguir en celibato matrimonial?» Su joven esposa tenía aparentemente la creencia de que las relaciones sexuales eran «sólo para la propagación de la raza». Y como ellos decidieran posponer tener familia hasta después de la graduación, el joven se había convertido en un novio frustrado. Me preguntó muy serio: «Tim, ¿hay algo en la Biblia que enseñe que el sexo es para gozarlo?»

      Desgraciadamente estaba yo poco informado para poder dar una respuesta.


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