Papeles del doctor Angélico. Armando Palacio Valdes
seas, sabio!, ¡maldito seas!—Y dirigiéndose a sus amigos, les dice:—Ya lo oís: no nos queda ninguna esperanza. Sepamos morir como hombres, y ya que tenemos en nuestras manos la carga de pólvora que puede librarnos de algunas horas de agonía, utilicémosla en nuestro provecho.
—¡Todavía no!—gritó una voz alegre.
Era un estudiante aficionado a la filosofía, que se había unido a ellos por el gusto de viajar y hacer observaciones psicológicas.
—Efectivamente—continuó—, allí no hay oasis: la ciencia lo demuestra. Mas ¿por qué abatirse? Caminad como si lo hubiera, y esa esperanza os sostendrá largo rato todavía. Durante algún tiempo viviréis consolados, no lo pasaréis del todo mal, y, ¡quién sabe!, tal vez, al cabo, tengamos la buena suerte de tropezar con una fuente.
Los exploradores quedaron un instante suspensos. El jefe dejó escapar una carcajada, y los demás le imitaron. Por algunos momentos reinó la alegría en aquella gente infeliz.
—¡Gracias, filósofo!—exclamó Pietro—. Gracias por el buen rato que nos has hecho pasar antes de morir.
LAS BURBUJAS
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