El Fundador del Opus Dei. I. ¡Señor, que vea!. Andrés Vázquez de Prada
yo ahora, si no me hubieras llamado?, se preguntaba, a solas con el Señor. Y daba respuesta a su conciencia:
[...] quizá —si no hubieras estorbado mi salida del Seminario de Zaragoza, cuando creí haberme equivocado de camino— estaría alborotando en las Cortes españolas, como otros compañeros míos de Universidad lo están..., y no a tu lado, precisamente, porque [...] hubo momento en que me sentí profundamente anticlerical, ¡yo que amo tanto a mis hermanos en el sacerdocio! 39.
A través de esta confesión se vislumbra la resistencia de Josemaría a seguir la pauta clerical impuesta por el ambiente. En su alma se desencadenó una terrible tormenta, con motivo de las dificultades en el San Carlos. Pero nunca dudó de su camino. Finalmente, vino la intervención salvadora del Señor, confirmándole en su vocación.
No es de extrañar, pues, que muchos de sus compañeros sacaran una equivocada conclusión sobre el futuro del seminarista de Logroño. Al considerar la cultura y buena educación de Josemaría, pensaron que no llegaría a ser sacerdote, porque «tenía posibilidades de hacer otras carreras mejores» , como cuenta uno de los fámulos del seminario 40. Esta sugerencia peca de ingenua y gratuita. Revela un desconocimiento absoluto de la alteza de miras de Josemaría, que desde un primer momento se percató de que sólo le quedaba una salida: pasar por alto las impertinencias de algún que otro seminarista, al tiempo que procuraba desprenderse de ciertos gustos e inclinaciones, como se había desprendido un día del tabaco y de los utensilios de fumar. Otros obstáculos muy distintos fueron los que se atravesaron en su camino.
La vocación de Josemaría tenía de particular que estaba en vías de completarse y que no había alcanzado todavía su plenitud. En virtud de lo cual, la razón última de su presencia en el San Carlos nacía del deseo de dar respuesta a los barruntos de amor que experimentaba desde hacía tres años. Ni el ambiente del seminario, al que no estaba habituado, ni las burlas o chabacanería de algún compañero, eran suficientes para provocar una crisis de vocación que pusiese a prueba la fidelidad del muchacho a la llamada divina. Sufría, en cambio, la conmoción pasional de sentimientos anticlericales, que subían, como una marea, dentro de su alma, engendrando una santa rebeldía contra todo intento de rebajar la limpia concepción del sacerdocio a una lucrativa “carrera eclesiástica” . Sobre este punto guardaba absoluta reserva, aunque de algún modo se dejaba traslucir por fuera. «Se notaba que llevaba algo por dentro que hacía que el Seminario resultase un marco estrecho para sus inquietudes» , dice uno de sus compañeros 41. En el fondo, era un “soñador ” a lo divino. Toda su vida lo fue. Y no les faltaba algo de razón a quienes le conocían por ese nombre.
Ya avanzado el curso le iban llegando al Rector, don José López Sierra, confusas noticias sobre el seminarista de Logroño. La conducta independiente del sobrino del arcediano, lo singular de su piedad, sus particulares nociones y comentarios sobre la carrera eclesiástica, y vagos rumores de motes, insultos y discordias, contribuyeron a que el Rector se formase un juicio nada favorable sobre Josemaría, que vivía y obraba, a su entender, en contraste evidente con la mayoría de los seminaristas.
Al acabar el curso, en el verano de 1921, el Rector consigna por escrito su opinión sobre el muchacho en la hoja correspondiente del libro “De vita et moribus” : «Piedad: Bien; Aplicación: Regular; Disciplina: Regular; Carácter: Inconstante y altivo, pero educado y atento; Vocación: parece tenerla» 42.
El «regular» con que califica su aplicación, su dedicación al estudio, no concuerda con los excelentes resultados obtenidos en los exámenes, que, por cierto, van recogidos, uno a uno, por el mismo Rector, a renglón seguido. El «regular» en disciplina lo desmienten los informes mensuales del Inspector encargado de mantenerla. Josemaría es uno de los pocos alumnos a los que no se impuso ni un solo castigo ese curso. Y, por lo que se refiere al carácter, la apreciación resulta pensada y equilibrada. No refleja, sin embargo, el testimonio del resto de los seminaristas 43.
En cuanto a la vocación, no hay por qué dudar de la honradez del Rector al enjuiciar a Josemaría. Un «parece tenerla» , aunque inocente en apariencia, resulta un tanto receloso y, recogido a final de curso por el Rector en el libro “De vita et moribus” , reviste cierta desconfianza. Por otra parte, el Inspector Santiago Lucus califica la vocación de Josemaría con un «bien» 44, lo que malamente se aviene con el reticente dictamen del Rector. ¿Qué razones pueden explicar este inconsciente prejuicio de don José López Sierra? ¿Le intranquilizaría acaso la pequeña conmoción que el nuevo seminarista estaba produciendo en el San Carlos? ¿Es posible que el aspecto y manera de ser de aquel muchacho le hiciesen temer por su perseverancia? Lo más cierto es que el Señor permitió que el Rector desenfocase los hechos que tenía a la vista. Y, ¿qué dudas pudieron asaltar a Josemaría, para confesar que creyó haberse equivocado de camino ? ¿Cuándo estuvo a punto de salir del seminario?
Parece claro que, en atención a la disciplina y marcha general del seminario, el Rector tenía muy serias dudas sobre la conveniencia de que Josemaría residiera en el San Carlos. El interesado, por su parte, guardó para sí esta terrible prueba interior, sin detenerse a referir los obstáculos que halló en su camino. Aunque tenía una firme certeza en su vocación, todavía ignoraba lo que vendría tras los divinos barruntos:
Y yo, medio ciego, siempre esperando el porqué. ¿Por qué me hago sacerdote? El Señor quiere algo; ¿qué es? Y con un latín de baja latinidad, cogiendo las palabras del ciego de Jericó, repetía: Domine, ut videam! Ut sit! Ut sit! Que sea eso que Tú quieres y que yo ignoro. Domina, ut sit! 45.
Es posible que el Rector continuase con sus dudas a comienzos del curso 1921-1922, porque el 17 de octubre escribe al Rector del seminario de Logroño pidiendo informes sobre Josemaría:
«Tenga la bondad de informarme a la mayor brevedad posible al margen de este oficio sobre la conducta moral, religiosa y disciplinar del que fue alumno externo del Seminario de su digna dirección D. José Mª Escrivá Albás, natural de Barbastro, hijo legítimo de D. José Escrivá y Dª Dolores, residentes en Logroño con todo lo demás que V. crea oportuno sobre su vocación al estado sacerdotal y cualidades personales, devolviéndome este oficio con el correspondiente informe. Dios gûe a V. ms. añs. Zaragoza, 17 de octubre de 1921. José López Sierra. Rector» 46.
He aquí la contestación a vuelta de correo: «Durante su permanencia en este seminario observó una conducta moral, religiosa y disciplinar intachable, dando pruebas claras de su vocación al estado eclesiástico. Dios gûe a V.I. ms. añs. Logroño 20 de octubre de 1921. Gregorio Fernández, Vicerrector» 47.
Pasando revista a las personas que la Providencia colocó a su vera para dar calor a su “incipiente vocación” , Josemaría escribirá años más tarde:
En Logroño [...] aquel sacerdote santo, vicerrector del Seminario, D. Gregorio Fernández. En Zaragoza, D. José López Sierra, el pobre Rector de S. Francisco a quien el Señor cambió de tal manera que, después de poner realmente todos los medios para que yo abandonara mi vocación (con intención rectísima hizo eso), fue mi único defensor contra todos 48.
En estas breves líneas se encierra la clave de los sucesos y el papel asignado al Rector del seminario en los planes divinos. El cambio del Rector fue realmente milagroso. Así lo entendió Josemaría: como una respuesta del cielo a sus oraciones, y como una confirmación de su vocación al sacerdocio. Libre de prejuicios sobre aquel «inconstante y altivo» seminarista, según la peyorativa anotación del famoso libro, el Rector escribirá posteriormente: «Seminarista primero, se distingue entre los de su clase por su esmerada educación, afable y sencillo de trato, notoria modestia, respetuoso para con sus superiores, complaciente y bondadoso con sus compañeros, era muy estimado de los primeros, y admirado de los segundos» 49.
3. Estudio y vacaciones
Al mundo del seminario, ya de por sí cerrado, lo ceñía y apretaba aún más, por sus cuatro costados, el Reglamento. Por fortuna, los del San Carlos habían dulcificado los rigores con una tolerante interpretación del texto. Así, por ejemplo, la prohibición