Tres vidas. Raquel CG

Tres vidas - Raquel CG


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ya había hecho anteriormente, a reunirnos, aunque esta vez con toda la energía que da el haber vivido acumulándola hasta nuestro reencuentro.

      Recuerdo que las llamé.

      —Voy a separarme —les dije.

      —¿Qué ha pasado? —preguntaron ellas—. Quedamos y nos cuentas.

      —Ahora no puedo, no está siendo fácil. No lo sabe nadie y no puedo decir nada de momento.

      Habían pasado más de cuatro años desde nuestro último encuentro, y todavía pasarían meses antes de volver a reunirnos. Entonces, las tres llevábamos una vida “aparentemente” normal. Yo me había casado y había tenido una hija, ellas, llevaban años con chicos que parecían “normales”, y todas nos habíamos relajado y pensado que quizá lo que vivimos en nuestra juventud solo había sido fruto de la misma.

      La vida nos había hecho vivir muchas cosas pero, a pesar de todo, había transcurrido con una cierta calma precedente a lo que se nos venía encima.

      Cuatro años. Son muchos. Un segundo es suficiente para cambiarte la vida, para ser feliz o estar hundido, para tener suerte o desgracia. Y nosotras hacía cuatro años que no nos veíamos.

      Meses más tarde, por fin, conseguimos reunirnos ya separada. Fue en el cumpleaños de una de ellas, de Ana. Yo era la primera vez que salía tras un matrimonio de casi ocho años y una separación de desgaste psicológico que nadie, excepto alguien con nuestro poder, hubiera podido soportar.

      Recuerdo muchas cosas de ese reencuentro, sobre todo que todavía navegaba el miedo por mis venas. Pero también la alegría de volver a verlas y la sensación de volver a estar completa.

      Me había casado enamorada, o eso creía, porque más tarde descubrí que quizá no debería haberlo hecho. La vida se encargó de enviarme mil señales que yo no quise interpretar. Y, como siempre, había hecho lo que mi corazón me había dictado, sin dejarme guiar por ese instinto que nos fue implantado hace siglos a las tres, el cuál jamás fallaba.

      En la cena nos pusimos al día, qué mejor momento. Aunque ninguna de las tres sabíamos que lo que nos había sucedido hasta ahora, no era nada en comparación con lo que estaba por venir.

      YO

      ¿Por qué no comenzar hablando de mí? Da lo mismo, por algún lugar hay que empezar, y… ¿Quién recuerda mejor que yo los detalles de mi vida hasta ese momento?

      Me presentaré. Me llamo Ruth y soy recepcionista en la central de una empresa de alimentación en Barcelona ciudad. ¿La verdad? ¡Me aburro! Me aburro mucho. Pero es un sueldo a final de mes, y ahora mismo no me queda otro remedio que aguantar. Por eso me he decidido a escribir este libro, porque tengo demasiado tiempo libre. El jefe no lo sabe, pero yo no se lo pienso decir, así que no tiene por qué enterarse. Sí, ya dije que era una historia real. ¿Por qué no me cree nadie?

      A lo que iba. Fui una niña casi feliz. Mi madre fue una mujer que siempre quiso a sus hijos por encima de todo, pero mi padre siempre estuvo celoso de nosotros. Años más tarde, descubrí que su idílica vida en realidad nunca lo fue, y que había más desgracias que otra cosa en ella pero, quién sabe si porque les tocó vivir una realidad distinta o porque eran otros tiempos, siguen juntos. Pero eso, ya forma parte de otra historia.

      Cuando era pequeña, a los nueve años, sucedió un hecho que cambiaría para siempre mi forma de ser. No, no voy a contarlo, no es objeto de este libro, sólo indicar que me marcó, y que hizo que mi autoestima bajara hasta límites insospechados. Fueron unos años difíciles, marcados por un principio de bulimia y anorexia que conseguí superar, por una rebeldía que no fue a más gracias a esa energía que emanaba de mi interior que siempre me acompañó, y que no conseguí entender hasta años más tarde.

      Debido a este hecho, como decía, mi juventud estuvo marcada por una falta de confianza en mí misma que me impidió fijarme metas y, quizá por eso, los amores que tuve fueron tóxicos e hicieron que mi autoestima todavía se resintiera más, pues inconscientemente no me sentía querida y supongo que, al buscar cariño donde fuera, sólo se me acercaba un patrón de chico determinado. Así que, cuando conocí al que iba a ser mi marido y me prestó un mínimo de atención, me pareció que nadie podría tratarme mejor que él.

      Cómo no, nos lo presentó una amiga. No era para mí, de hecho mis amigas estaban intentando que saliera con una de ellas, que no era yo. Y supongo que mi falta de autoestima hizo el resto. Pensé: “¿Por qué haría buena pareja con ella y conmigo no? ¿Qué pasa conmigo, no tengo el mismo derecho?” Y mi falta de autoestima hizo que la bruja que llevaba dentro despertara después de siglos dormida e hiciera el resto. Por lo que estaba claro que no podía salir bien.

      Se podría decir que me enamoré… O me obligué a enamorarme porque, en realidad, creo que nunca lo estuve. Pero decidí que sería para mí, porque en ese momento, lo necesitaba. Y sin planearlo, lo hechicé, sin saber las consecuencias que podría traerme hacer una cosa así, y sin ser del todo consciente, en realidad, de que yo realmente tenía ese poder para hacerlo. De joven, sin sospechar nada sobre mi don, había investigado un poco sobre la magia blanca, sí, pero no creía del todo en ella. Aunque sí sabía lo que tenía que hacer. Conocía el hechizo perfecto para que un hombre me quisiera para toda la vida, pero no la había empleado nunca por lo dicho, porque en realidad no creía que fuera a funcionar y también porque, en parte, inconscientemente, algo me había hecho temer un poco a todo ese mundo, al menos hasta ese momento, sin saber que yo también pertenecía a él. No sabía lo que yo era. ¡Ni siquiera lo intuía, entonces!

      Así que, como decía, hice lo que hice sin pensar que realmente fuera a funcionar. Simplemente pensé: “¿Por qué no probar?” Y, sin hacer caso a lo leído sobre las consecuencias si algún día quería alejarlo de mí, las cuales podrían ser devastadoras, lo puse en práctica. Porque era un hechizo permanente, irrompible, que no debía ser usado a la ligera bajo ningún concepto. Creí haber encontrado a la persona ideal para normalizar mi vida, para que me quisiera, y pensé que, si realmente lo que sabía funcionaba, no perdía nada por intentarlo. ¿Qué cuál era el hechizo? Iba a contarlo, pero es demasiado asqueroso, y tampoco quiero que nadie lo emplee, porque en realidad funcionó. Aun hoy día funciona, y sigo pagando por el error de haberlo empleado. Sí, sé que puede parecer que me lo estoy inventando. Pero repito que no, no es así.

      Me aferré a la normalidad que pensé que la vida con él podría ofrecerme, a una normalidad que hasta entonces me había sido vetada y que, por la inmadurez de la juventud y el desconocimiento, todavía no sabía que no era para mí. Lo intenté, di todos los pasos que debía dar: tuve un noviazgo, conocí a su familia y, tras un año y medio, nos casamos. Tuvimos una hija, y podría haber terminado bien pero…

      Tuve que haber sospechado algo. Como decía, las señales me fueron mostradas, sutílmente, con tonterías, sí, pero lo fueron. Aunque yo las ignoré. Al principio en forma de pequeños detalles en su forma de ser relativos a cosas que me molestaban, a los que quise quitar importancia a pesar que mi intuición ya me estaba diciendo que observara, pero finalmente... Aunque, como os explicaba, no quise darle importancia porque en realidad pensaba que eran tonterías mías. Ahora sé que eran señales que, mi instinto protector de siglos atrás, me enviaba.

      ¿Cosas que me molestaban? ¡Uf, muchas! No encontraba normal que su madre lo llamara tres veces al día, ni que en cada llamada invirtiera más de una hora. Quizá sí me enamoré, porque recuerdo que al principio pensé: “Qué mujer más maja, cómo se preocupa por él….” Ni se me ocurrió pensar que todo había comenzado. Y que lo que el destino no quiere para ti y fuerzas con un hechizo, no puede terminar bien de ninguna manera.

      Debí haberme dado cuenta. El año y poco que pasamos de noviazgo lo recuerdo con lo que entonces catalogué de “anécdotas”. En realidad era raro, él, y las “anécdotas”, pero yo no quería verlo.

      Una de ellas sucedió durante el primer viaje que hicimos juntos. Él nunca había sido una persona sociable, es más, el motivo por el que mis amigas y yo nos distanciamos fue por él, porque las creía inmaduras y que no habían


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