Cien años de sociedad. Carles Sentís

Cien años de sociedad - Carles Sentís


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donde con mi mujer íbamos muy a menudo desde Bruselas, me dijo un día: “Usted que ha convivido con los franceses de De Gaulle durante la guerra, muchos de los cuales forman ahora parte del Gobierno, debería estar en París como agregado de prensa”. Añadió que, sin duda, el embajador conde de Casa Miranda, que me había traído a Bruselas, comprendería que me trasladara a París. En efecto, en Bruselas encontré comprensión. De hecho se trataba de una promoción, aunque después surgieron unas consecuencias que no había previsto. En la embajada de Bruselas yo sólo dependía del Ministerio de Asuntos Exteriores. Casa Miranda me había invitado a acompañarle a su embajada porque meses antes estuve allí como corresponsal de ABC cubriendo la crisis que acabó con la abdicación del rey Leopoldo y, por lo tanto, conocía el paño. En París, en cambio, la agregaduría de prensa estaba instituida orgánicamente y en el nombramiento no solamente intervenía el embajador, sino un comité de delegados de varios ministerios, entre ellos el de Información. Y eso ya no resultaba lo mismo: estaba controlada por la Falange.

      Pronto me convertí en amigo de Casa-Rojas, al que acompañé en algunos viajes por Francia y a diferentes actos, incluso deportivos. Se hizo amigo del director del Tour de Francia, Godded, quien lo invitó varias veces a seguir algunas etapas dentro de la caravana, y yo le acompañaba. Tambien mi mujer y yo lo acompañamos a la boda de Grace Kelly y el príncipe Rainiero. Grace Kelly, con su palidez y distinción, era ya una princesa antes de convertirse en mujer del príncipe de Mónaco. La acogió como princesa auténtica la reina Victoria de España, que en aquel momento era de las que sentaban cátedra.

      En la embajada, Casa-Rojas celebraba recepciones muy diversas, como por ejemplo la que organizó con motivo de la fiesta española del 12 de octubre. Los invitados eran sobre todo empresarios, intelectuales y artistas, más que políticos. En un momento determinado, mientras hablaba con otras personas de la casa, el embajador se acercó diciéndonos: “Allí en el rincón veo que el nuncio está solo, vayan ustedes a darle conversación”. En efecto, algo perdido, ahí estaba el clérigo. Normalmente los nuncios no acuden a muchas recepciones, pero aquél se había hecho muy amigo del conde de Casa-Rojas cuando éste era embajador en Bucarest. El nuncio, entonces destinado a París, había estado también representando al Vaticano en Rumanía. En países no católicos los nuncios no gozan de una situación tan relevante como en los países de tradición católica. Casa-Rojas lo ayudó porque tenía muchos amigos rumanos. Justamente su hija se casó con un príncipe rumano quien, por cierto, murió en un accidente de avión.

      Como yo conocía aquella amistad trabada en Bucarest, di conversación al nuncio con un tema relacionado con Rumanía: la vinculación de aquel país con Paul Morand, que había sido allí embajador de Francia.

      Pasó el tiempo y resultó que el nuncio al que en París habíamos arrancado de su soledad, tras ser arzobispo de Venecia, se convirtió en el papa Juan XXIII. Angelo Roncalli, descendiente de labradores, era un hombre tímido y muy inteligente, con una gran experiencia en los países balcánicos dominados por los soviéticos. En su época de París, el después papa Juan XXIII trabó amistad con quien fue presidente de la Asamblea Francesa, Édouard Herriot, alcalde de Lyon durante más de treinta años.

      Hay que recordar la enorme influencia que ejercieron los pocos años de su papado en la evolución de la Iglesia católica al convocar el Concilio Vaticano, que después continuó su sucesor, el papa Pablo VI. En España tuvieron un muy importante eco sus encíclicas, en especial la titulada Pacem in terris, en la cual señalaba la incompatibilidad del pensamiento cristiano con la política totalitaria. Esta encíclica fue censurada por el Ministerio de Información, y la versión auténtica sólo se publicó en Montserrat. Tuvo consecuencias en la nueva generación de clérigos catalanes y de otras partes de España, entre ellos, por ejemplo, el famoso cardenal Tarancón, que antes había sido obispo de la diócesis de Solsona.

      Casa-Rojas tenía un concepto de su rol completamente apolítico, en el sentido que se consideraba el embajador de España y, por lo tanto, el intérprete de todos los españoles. Esto motivó, por ejemplo, un hecho que lo consternó y que me explicó el mismo día que tuvo lugar: Casa-Rojas asistió a una conferencia que pronunciaba Claudio Sánchez Albornoz. Éste había sido anteriormente presidente de la República en el exilio, pero en aquellos momentos había dejado toda actividad política. El tema de la conferencia era la España visigótica. El embajador consideró que era muy adecuado que como tal asistiera a la conferencia de un tan eminente historiador. Cuando tras la conferencia, Casa-Rojas volvió a la embajada, ya lo había telefoneado el ministro de Asuntos Exteriores quien, a su vez, había sido llamado por el ministro del Movimiento. Su ministro, el de Exteriores, le mostró su desaprobación. Ignoro la intensidad de la reprimenda pero sí, en cambio, recuerdo cómo aquel hecho dejó a Casa-Rojas visiblemente afectado.

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      El embajador conde de Casa-Rojas –José Rojas Moreno– hombro con hombro con Salvador de Dalí, en París. A la izquierda, Carles Sentís

      Había en París un corresponsal de la prensa del Movimiento, que era una especie de comisario político. Estuvo en el origen de diversas situaciones fastidiosas. Ninguna, sin embargo, fue de tanta envergadura como la que surgió tras una visita del entonces jefe de prensa del Movimiento, Juan José Pradera. El embajador lo invitó a comer, e ignoro de qué hablaron, pero sí supe que Pradera salío enojado. Incluso se disgustó porque le sirvieron criadillas en el menú, cosa que él consideró una falta de atención. Se equivocaba absolutamente porque el embajador, que tenía un cocinero italiano muy bueno, al que pagaba de su bolsillo, solía ofrecer a sus invitados platos poco corrientes en las mesas francesas. El caso es que Pradera volvió a Madrid con una doble intención: cargarse al embajador y también a mí. Su principal propósito, que hizo llegar a El Pardo, fracasó. Franco pasó por alto la denuncia contra Casa-Rojas. ¿Por qué? Franco, cuando le fue mostrada la terna de los posibles embajadores en París, sin decir nada señaló a Casa-Rojas. El ministro de Asuntos Exteriores desconocía que esta posición de Franco obedecía a un hecho acontecido en Tánger durante los años de la República. Casa-Rojas, que había debutado como diplomático en el gabinete del presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, fue tiempo después cónsul de España en Tánger cuando esta ciudad era una plaza internacional con especial intervención hispano-francesa.

      Un día el consulado fue invadido por un grupo de sindicalistas españoles. Durante la protesta pincharon los neumáticos del coche del cónsul, cortaron los teléfonos y ocuparon la sede. Casa-Rojas hizo frente a los asaltantes con este argumento: “Si me elimináis, hay otros en el escalafón que esperan ocupar mi lugar. Yo soy el cónsul de España y vosotros sois españoles. Yo os atenderé si hay una petición. Pero, naturalmente, debo mantener mi autoridad de cónsul. Si no lo soy, seré sólo José Rojas Moreno y no os serviré de nada. Por lo tanto, tenéis que arreglar las ruedas del coche, activar de nuevo los teléfonos, evacuar el consulado y nombrar una comisión de cuatro o cinco, y yo los recibiré”.

      Entonces Franco residía normalmente en un campamento del interior de Marruecos. Aquel día, sin embargo, se encontraba de permiso en Tánger, donde vivió de primera mano lo que sucedió en el consulado. Parece que quedó impresionado por el coraje mostrado por Casa-Rojas. Esta anécdota, ignorada por la mayoría, provocó que la denuncia de Juan José Pradera contra Casa-Rojas le resbalase. Otro fracaso de Pradera no se podía repetir en el caso de mi persona. Entonces yo era como un pájaro en un árbol seco.

      Casa-Rojas me defendió hasta donde pudo. Podía poco, porque él mismo estaba tocado. Le supo tan mal que años después, en una situación política distinta, me nombró agregado honorario de la embajada. Así, los que podían creer que mi salida obedecía a razones oscuras, me vieron reivindicado en aquella situación honoraria, que significaba no percibir ningún emolumento, pero sí, en cambio, disponer de las franquicias diplomáticas, como por ejemplo el distintivo CD (cuerpo diplomático) en la matrícula del coche.

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      Retrato y dedicatoria de José Rojas Moreno a Carles Sentís y su esposa Maria Casablancas

      Salida de la embajada

      Abandonada la embajada, no me


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