El reino suevo (411-585). Pablo C. Díaz Martínez
medida el proceso de las invasiones del 406 en la Galia, las usurpaciones contemporáneas y el impacto de las mismas en Hispania.
Una excepción a ese desinterés por Occidente se encuentra en la obra de Olympiodoro de Tebas[29], quien comienza su narración precisamente con los acontecimientos de los años 406-407. Su buen conocimiento de los asuntos occidentales y el frecuente uso de terminología latina, directamente transliterada al griego, hacen pensar que quizá desempeñó alguna tarea diplomática en el entorno de la corte de Rávena, al menos temporalmente. Su descripción de los acontecimientos está marcada por el cuidado en los detalles narrativos, donde se muestra equilibrado y contenido, una gran atención a la geografía, a los números y a la identidad de los personajes y una interpretación bastante sofisticada de los asuntos políticos y diplomáticos; características que transfirió a la Historia Nova de Zósimo, quien utilizó a Olympiodoro como fuente prácticamente única en la parte final de su obra[30]. El trabajo original de Olympiodoro estaría constituido por 22 libros a los que él tituló «materiales para una historia»[31], abarcando hasta la proclamación de Valentiniano en el 425, lo que hace pensar en una gran densidad de información, aunque lo que de ella se ha reconstruido se reduce a 43 fragmentos transmitidos por Focio, Zósimo y Sozomeno esencialmente[32]. Es indudable que circuló pronto y ampliamente, pues fue utilizada también por Philostorgio y Procopio. La posibilidad que fuese una de las fuentes históricas a las que aludía el mismo Hidacio es bastante remota[33]. Hasta donde pueden compararse los textos, esto no es evidente, pero hay en el pesimismo del prefacio hidaciano y en buena parte de su desarrollo un paralelismo con el afán de Olympiodoro por presentar su historia como un camino hacia la desintegración del Imperio y el esfuerzo de una parte de los comandantes del ejército imperial por impedirlo[34]. En la medida en que los fragmentos pueden reflejar el desarrollo general de su obra, está claro que los desórdenes provocados en Hispania por los usurpadores y los bárbaros fueron objeto minucioso de su atención, aunque su interés esencial era valorar su influencia en los avatares de la corte de Rávena y en el conjunto del Imperio.
Como ya hemos anotado, la obra de Zósimo, otra de nuestras fuentes para el periodo, depende en un grado tan alto de Olympiodoro que apenas resulta un complemento de aquélla, con el inconveniente de que finaliza su relato poco antes de la entrada de Alarico en Roma. Con todo, resulta obligado recurrir a ella en la medida en que aporta matices, aunque sirve exclusivamente para entender el contexto de usurpaciones en que se produjo la invasión en Hispania. Otro tanto podría decirse de Sozomeno, quien también ha usado a Olympiodoro como fuente esencial en su proceso de documentación sobre Occidente, y parece haber leído a Orosio, aunque la inclusión de algunos detalles minuciosos que no encontramos en estos autores (algunas noticias sobre la actividad de Geroncio o la huida de Máximo a Hispania tras la muerte de éste, por ejemplo) hace pensar que contó con alguna fuente complementaria. Entre Zósimo y Sozomeno hay, por otro lado, una diferencia esencial que radica en su interpretación última de los acontecimientos. Mientras que para el pagano Zósimo la decadencia de Roma es la inevitable consecuencia del abandono de las tradiciones que la habían llevado a la construcción de su gran Imperio[35], Sozomeno, además de adoptar una inequívoca actitud oficialista, se inscribe en la categoría de los historiadores eclesiásticos, preocupados esencialmente por medir los tiempos y las profecías bíblicas a la espera del retorno de Cristo[36].
Un lugar esencial en el registro habitual de autores pertinentes para la historia de la península Ibérica en el siglo V es Orosio[37]. Sus siete libros de la Historia adversum paganos escritos, según anota en el prólogo, por encargo de Agustín, constituyen un repaso no excesivamente original de la historia del mundo, con especial atención a la historia de Roma, para demostrar a sus lectores que los avatares que sufre el Imperio derivan del dominio del paganismo y que sólo con la llegada del cristianismo se abría una nueva época. A esa idea general añade la consideración de que los bárbaros invasores representan un mal necesario, que ellos barrerán los restos de la tradición pagana y, de alguna manera, redimirán al Imperio. Pero no hay en Orosio una equívoca simpatía por los bárbaros; en realidad en el plan de su obra la llegada del cristianismo marca el comienzo de los tiempos felices y la inclusión de los bárbaros como castigo o como destino fatal rompía ese esquema; por lo tanto, deben ser incorporados al plan de Dios, de ahí su discurso[38]. A lo que se unen las circunstancias del momento concreto en que Orosio parece cerrar los datos de su obra, los años 417-419, cuando godos y romanos han aunado sus intereses en lo que parecía abrir una alianza duradera[39]. Esos elementos van a marcar en buena medida la interpretación de los acontecimientos recogidos en su narración, de manera especial aquellos que conoció de primera mano; desgracias o favores detrás de los cuales parece estar siempre la mano de Dios.
En cualquier caso, independientemente del interés historiográfico que Orosio representa, a nosotros compete valorar su calidad como informante para la reconstrucción de la historia hispana en el siglo V. Suele sobrevalorarse en este sentido su testimonio con el argumento de que fue testigo directo de los acontecimientos que narra. Hispano de nacimiento, unos le han relacionado con la provincia Tarraconense y otros con Gallaecia; aunque los argumentos son insuficientes para optar por una u otra, se ha considerado que representa la fuente más inmediata, al menos para los acontecimientos que van desde el 406 al 417[40], cuando pone fin a su historia. Aunque probablemente él abandonó la Península en algún momento entre el 409 y el 414 en que fue a refugiarse a África, en el intermedio parece que vivió un tiempo cautivo de los bárbaros. Sin embargo, su relato añade muy poco a lo que proporcionan las otras fuentes mencionadas, estando además excesivamente mediatizado por sus juicios[41]. Quizá su testimonio más directo es el que se refiere a su huida, a la sensación de perseguido y al ambiente que, al menos en ciertos sectores, se vivía en el periodo de la invasión:
En un primer momento, me vi frente a frente con los bárbaros a los que no había visto nunca, que los esquivé cuando se dirigían hostiles hacia mí, que los ablandé cuando se apoderaron de mí, que les he rogado a pesar de ser infieles, que los he burlado cuando me retenían y, finalmente que he escapado de ellos cubierto con una repentina niebla, cuando me perseguían en el mar, cuando trataban de alcanzarme con piedras y con dardos, y cuando ya incluso me alcanzaban con sus manos; cuando yo pues cuento todo esto, quiero que todos, al oírme, se conmuevan con lágrimas y me duelo en silencio porque los que me escuchan no lo sienten, reprochando la dureza de aquellos que no creen lo que no tuvieron que sufrir ellos[42].
Queda claro que, visto este panorama, la historia del periodo tiene en Hidacio nuestro apoyo más firme, no para el proceso de las invasiones, ni para las usurpaciones en Hispania, pero indudablemente sí para el periodo que va del 411, y especialmente desde el 430, hasta el 469. Por ejemplo, sabe que Constantino ha sido ejecutado en la Galia por Constancio, según él tras tres años de usurpación[43], pero guarda absoluto silencio sobre el impacto de las usurpaciones en la Península y parece desconocer las figuras de Geroncio y Máximo. Pero esto no es necesariamente una fatalidad; a pesar de sus lagunas, prejuicios y deficiencias, la crónica de Hidacio, como ha anotado el más reciente editor del texto, es la mejor obra de historia escrita en latín entre Ammiano Marcelino y Gregorio de Tours[44],