El reino suevo (411-585). Pablo C. Díaz Martínez
iuuenes nobiles et locupletes»[65]. No hay ningún problema en cuanto a su nobleza y su riqueza, pero se ha insinuado que iuuenes pudiese aludir no tanto a su edad, como a su condición de miembros de un collegium iuuentutis[66], los más aristocráticos de los collegia municipales, donde pueden haber desempeñado un puesto militar en el seno de las curias urbanas. Esto podría justificar que hubiesen intentado hacer frente a los invasores con tropas oficiales, aunque, si eran las milicias urbanas, no serían muy numerosas ni eficaces, por lo que decidieron recurrir a sus propios ejércitos privados, donde no hay necesariamente una contradicción; separar élites urbanas y élites rurales como dos mundos distintos supone un equívoco que debe ser superado. La posibilidad de que su poder hubiese sustituido en la práctica al de las autoridades imperiales no está en las fuentes. Para valorar su iniciativa, hemos de tener en cuenta que el concepto de legitimidad del poder no se mide solamente en términos de una jerarquía que desciende desde el emperador hasta el nivel de las pequeñas administraciones aldeanas, sino que también los líderes locales o regionales consideran válido su poder, sustentado en sus propiedades y su riqueza, con independencia de esa conexión imperial[67], que, por otro lado, se vería en la necesidad de reconocerlos, sin que eso implicase un mecanismo de usurpación[68].
La autoridad imperial es inmediatamente sustituida por la del usurpador. Los magistrados (iudices) enviados por Constantino III a Hispania fueron recibidos ahora con obediencia por las provincias[69]. Junto a Constante se desplazaría el entorno cancilleresco necesario para desempeñar sus funciones de caesar e imprescindible para el control de toda una diócesis. Cuando menos, sabemos que le acompañaba un general de nombre Geroncio, un prefecto del pretorio de nombre Apolinar[70] y, probablemente, un magister officiorum de nombre Décimo Rústico[71], que se encargaron de designar a magistrados civiles y militares.
Constante ha pasado a Hispania con tropas bárbaras, aliadas desde antaño e integradas en el ejército, a las que según Orosio se las conocía por el apelativo de honoriaci[72]. Según este autor, fueron estos aliados de Constantino III quienes mataron a Dídimo y Veriniano y recibieron como pago por su tarea el derecho a saquear las llanuras de la Meseta Septentrional[73], los Palentinis campis, a la vez que quedaban encargados de controlar el paso de los Pirineos en lugar de la guarnición de campesinos nativos que lo había hecho hasta entonces: «Rusticanorum utili custodia»[74]. Al frente de estas tropas Constante habría dejado al general Geroncio. Parece que las tropas tradicionalmente encargadas de llevar a cabo esa tarea de defensa solicitaron seguir haciéndolo y no encargársela a tropas extranjeras[75]. Tal posibilidad fue rechazada, probablemente por temor a que volviesen su fidelidad hacia Rávena. Según Sozomeno «esta decisión fue probablemente, a la larga, la causa de la ruina del país»[76].
Los problemas se multiplicaron casi inmediatamente. En unas circunstancias que no conocemos muy bien, parece que Geroncio habría levantado a los bárbaros asentados en la Galia contra el mismo Constantino[77], quien vuelve a enviar a su hijo a Hispania, ahora acompañado de un nuevo general, Justo, probablemente con la intención de sustituir a Geroncio. En este momento –estaríamos a comienzos del otoño del 409 según acotó Hidacio[78]– los honoriaci habrían dejado entrar en la Península a los bárbaros que se movían por las Galias, uniéndose a ellos[79]. Todo parece indicar que la entrada de suevos, vándalos y alanos en Hispania se asocia con una maniobra de Geroncio, que de este modo jugaba sus propias cartas para hacer frente a Justo y Constante en la Península y atacar los intereses del usurpador. Esta interpretación, en la cual los invasores son utilizados como parte de una guerra civil entre fracciones[80], puede asociarse con aquella noticia de Olympiodoro y Sozomeno según la cual fue tras el colapso del poder de Constantino que suevos, vándalos y alanos se reagruparon, se apropiaron de gran cantidad de ciudades y plazas fuertes en Galia e Hispania, así como de oficiales del usurpador[81]; explicación que parece más convincente que la de que habían entrado en la Península impulsados por la necesidad de conseguir recursos una vez agotados los de las Galias[82], recogida por los mismos historiadores[83]. De acuerdo con su testimonio, vándalos, suevos y alanos pasaron los Pirineos cuando oyeron que Hispania era una región próspera y muy rica. Sin embargo es indudable que el mantenimiento de un grupo itinerante, sin bases fijas de asentamiento, suponía un proceso de depredación constante que agotaba los recursos de cualquier región, por próspera que fuera, y por lo tanto ambas noticias pueden ser conciliables y responder a niveles distintos de explicación. En cualquier caso esta interpretación presenta problemas de cronología; algunos prefieren desvincular a Geroncio de las invasiones bárbaras en Hispania, retrasando su revuelta contra Constantino al menos hasta agosto del 410[84].
El efecto inmediato debió de ser el que Hidacio nos ha narrado. Por un lado, los pueblos bárbaros, cuyo nivel exacto de compromiso con Geroncio ignoramos, saquearon la diocesis Hispaniarum en compañía de los honoriaci, enfrentándose a las tropas fieles a Constantino III y probablemente a los residuos de fidelidad a Honorio. Por otro lado, las tropas leales a Constantino III agotaban los recursos de las ciudades que teóricamente protegían y la maquinaria administrativa ejercería una política opresiva que también escandaliza al obispo gallego. Esta situación se prolongó por dos años[85]. Orosio, que en estos momentos probablemente se encontraba ya en África, presenta un cuadro donde los bárbaros parecen haber cambiado drásticamente su comportamiento: deciden abandonar las armas cambiándolas por la agricultura, a la vez que respetan a los romanos que prefieren ser libres y pobres entre los bárbaros antes que preocuparse por los tributos de los romanos[86]. La noticia se correspondería con la que da Hidacio, quien considera que Dios ha inspirado a los bárbaros para que se decidan a establecer la paz[87]. Ninguno de los dos presenta a un interlocutor de los invasores: Hidacio considera que es una decisión suya la que los lleva a repartirse las regiones, por sorteo, para habitarlas pacíficamente: «Sorte ad inhabitandum sibi prouinciarum diuidunt regiones»[88]. Probablemente, el punto de vista legitimista que tanto Orosio como Hidacio representan les impide conceder validez a acuerdos tomados con poderes usurpadores a los que no reconocían. La legitimidad para tales pactos estaba asociada en ambos con la dinastía teodosiana representada por Honorio. Sin embargo, parece claro que el acuerdo que ha permitido el reparto ha sido tomado con Geroncio[89], o con el personaje al que éste ha nombrado como augustus para la diocesis Hispaniarum, un individuo de nombre Máximo, probablemente un hispano, cliente (domesticus) de Geroncio[90], colocado en Hispania como su hombre de confianza para poder actuar con libertad en la Galia contra Constantino