Crimen y Castigo. Федор Достоевский

Crimen y Castigo - Федор Достоевский


Скачать книгу
a derecha e izquierda. Entonces llamé al portero, y cuando Karl llegó, él se fue hacia Karl y le dio un puñetazo en un ojo. También recibió Enriqueta. En cuanto a mí, me dio cinco bofetadas. En vista de esta forma de conducirse, tan impropia de una casa seria, señor capitán, yo empecé a protestar a gritos, y él abrió la ventana que da al canal y empezó a gruñir como un cerdo. ¿Comprende, señor capitán? ¡Se puso a hacer el cerdo en la ventana! Entonces, Karl empezó a tirarle de los faldones del frac para apartarlo de la ventana y…, se lo confieso, señor capitán…, se le quedó un faldón en las manos. Entonces empezó a gritar diciendo que man mouss pagarle quince rublos de indemnización, y yo, señor capitán, le di cinco rublos por seis Rock. Como usted ve, no es un cliente deseable. Le doy mi palabra, señor capitán, de que todo el escándalo lo armó él. Y, además, me amenazó con contar en los periódicos toda la historia de mi vida.

      Entonces, ¿es escritor?

      Sí, señor, y un cliente sin escrúpulos que se permite, aun sabiendo que está en una casa digna…

      Bueno, bueno; siéntate. Ya te he dicho mil veces…

      Ilia Petrovitch… repitió el secretario, con acento significativo.

      El ayudante del comisario le dirigió una rápida mirada y vio que sacudía ligeramente la cabeza.

      En fin, mi respetable Luisa Ivanovna continuó el oficial , he aquí mi última palabra en lo que a ti concierne. Como se produzca un nuevo escándalo en lu digna casa, te haré enchiquerar, como soléis decir los de tu noble clase. ¿Has entendido…? ¿De modo que el escritor, el literato, aceptó cinco rublos por su faldón en tu digna casa? ¡Bien por los escritores! dirigió a Raskolnikof una mirada despectiva . Hace dos días, un señor literato comió en una taberna y pretendió no pagar. Dijo al tabernero que le compensaría hablando de él en su próxima sátira. Y también hace poco, en un barco de recreo, otro escritor insultó groseramente a la respetable familia, madre a hija, de un consejero de Estado. Y a otro lo echaron a puntapiés de una pastelería. Así son todos esos escritores, esos estudiantes, esos charlatanes… En fin, Luisa Ivanovna, ya puedes marcharte. Pero ten cuidado, porque no te perderé de vista. ¿Entiendes?

      Luisa Ivanovna empezó a saludar a derecha e izquierda calurosamente, y así, haciendo reverencias, retrocedió hasta la puerta. Allí tropezó con un gallardo oficial, de cara franca y simpática, encuadrada por dos soberbias patillas, espesas y rubias. Era el comisario en persona: Nikodim Fomitch. Al verle, Luisa Ivanovna se apresuró a inclinarse por última vez hasta casi tocar el suelo y salió del despacho con paso corto y saltarín.

      Eres el rayo, el trueno, el relámpago, la tromba, el huracán dijo el comisario dirigiéndose amistosamente a su ayudante . Te han puesto nervioso y tú te has dejado llevar de los nervios. Desde la escalera lo he oído.

      No es para menos replicó en tono indiferente Ilia Petrovitch llevándose sus papeles a otra mesa, con su característico balanceo de hombros . Juzgue usted mismo. Ese señor escritor, mejor dicho, estudiante, es decir, antiguo estudiante, no paga sus deudas, firma pagarés y se niega a dejar la habitación que tiene alquilada. Por todo ello se le denuncia, y he aquí que este señor se molesta porque enciendo un cigarrillo en su presencia. ¡Él, que sólo comete villanías! Ahí lo tiene usted. Mírelo; mire qué aspecto tan respetable tiene.

      La pobreza no es un vicio, mi buen amigo respondió el comisario . Todos sabemos que eres inflamable como la pólvora. Algo en su modo de ser te habrá ofendido y no has podido contenerte. Y usted tampoco añadió dirigiéndose amablemente a Raskolnikof . Pero usted no le conoce. Es un hombre excelente, créame, aunque explosivo como la pólvora. Sí, una verdadera pólvora: se enciende, se inflama, arde y todo pasa: entonces sólo queda un corazón de oro. En el regimiento le llamaban el «teniente Pólvora».

      ¡Ah, qué regimiento aquél! exclamó Ilia Petrovitch, conmovido por los halagos de su jefe aunque seguía enojado.

      Raskolnikof experimentó de súbito el deseo de decir a todos algo desagradable.

      Escúcheme, capitán dijo con la mayor desenvoltura, dirigiéndose al comisario . Póngase en mi lugar. Estoy dispuesto a presentarle mis excusas si en algo le he ofendido, pero hágase cargo: soy un estudiante enfermo y pobre, abrumado por la miseria así lo dijo: «abrumado» . Tuve que dejar la universidad, porque no podía atender a mis necesidades. Pero he de recibir dinero: me lo enviarán mi madre y mi hermana, que residen en el distrito de … Entonces pagaré. Mi patrona es una buena mujer, pero está tan indignada al ver que he perdido los alumnos que tenía y que no le pago desde hace cuatro meses, que ni siquiera me da mi ración de comida. En cuanto a su reclamación, no la comprendo. Me exige que le pague en seguida. ¿Acaso puedo hacerlo? Juzguen ustedes mismos.

      Todo eso no nos incumbe volvió a decir el secretario.

      Permítame, permítame. Estoy completamente de acuerdo con usted, pero permítame que les dé ciertas explicaciones.

      Raskolnikof seguía dirigiéndose al comisario y no al secretario. También procuraba atraerse la atención de Ilia Petrovitch, que, afectando una actitud desdeñosa, pretendía demostrarle que no le escuchaba, sino que estaba absorto en el examen de sus papeles.

      Permítame explicarle que hace tres años, desde que llegué de mi provincia, soy huésped de esa señora, y que al principio…, no tengo por qué ocultarlo…, al principio le prometí casarme con su hija. Fue una promesa simplemente verbal. Yo no estaba enamorado, pero la muchacha no me disgustaba… Yo era entonces demasiado joven… Mi patrona me abrió un amplio crédito, y empecé a llevar una vida… No tenía la cabeza bien sentada.

      Nadie le ha dicho que refiera esos detalles íntimos, señor le interrumpió secamente Ilia Petrovitch, con una satisfacción mal disimulada . Además, no tenemos tiempo para escucharlos.

      Para Raskolnikof fue muy difícil seguir hablando, pero lo hizo fogosamente.

      Permítame, permítame explicar, sólo a grandes rasgos, cómo ha ocurrido todo esto, aunque esté de acuerdo con usted en que mis palabras son inútiles… Hace un año murió del tifus la muchacha y yo seguí hospedándome en casa de la señora Zarnitzine. Y cuando mi patrona se trasladó a la casa donde ahora habita, me dijo amistosamente que tenía entera confianza en mí; pero que desearía que le firmase un pagaré de ciento quince rublos, cantidad que, según mis cálculos, le debía… Permítame… Ella me aseguró que, una vez en posesión del documento, seguiría concediéndome un crédito ilimitado y que jamás, jamás…, repito sus palabras…, pondría el pagaré en circulación. Y ahora que no tengo lecciones ni dinero para comer, me exige que le pague… Es inexplicable.

      Esos detalles patéticos no nos interesan, señor dijo Ilia Petrovitch con ruda franqueza . Usted ha de limitarse a prestar la declaración y a firmar el compromiso escrito que se le exige. La historia de sus amores y todas esas tragedias y lugares comunes no nos conciernen en absoluto.

      No hay que ser tan duro murmuró el comisario, yendo a sentarse en su mesa y empezando a firmar papeles. Parecía un poco avergonzado.

      Escriba usted dijo el secretario a Raskolnikof.

      ¿Qué he de escribir? preguntó ásperamente el denunciado.

      Lo que yo le dicte.

      Raskolnikof creyó advertir que el joven secretario se mostraba más desdeñoso con él después de su confesión; pero, cosa extraña, a él ya no le importaban lo más mínimo los juicios ajenos sobre su persona. Este cambio de actitud se había producido en Raskolnikof súbitamente, en un abrir y cerrar de ojos. Si hubiese reflexionado, aunque sólo hubiera sido un minuto, se habría asombrado, sin duda, de haber podido hablar como lo había hecho con aquellos funcionarios, a los que incluso obligó a escuchar sus confidencias. ¿A qué se debería su nuevo y repentino estado de ánimo? Si en aquel momento apareciese la habitación llena no de empleados de la policía, sino de sus amigos más íntimos, no habría sabido qué decirles, no habría encontrado una sola palabra sincera y amistosa en el gran vacío que se había hecho en su alma. Le había invadido una lúgubre impresión de infinito y terrible aislamiento.


Скачать книгу