Ojos de lagarto. Bernardo (Bef) Fernández

Ojos de lagarto - Bernardo (Bef) Fernández


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que no fuera en búsqueda de Tee-Kai-Koa. Era tarde, la semilla de la codicia ya estaba sembrada en el corazón del inglés.

      Tukeman sabía que sería imposible para él dar caza sólo a un animal como el mamut. Por ello buscó la ayuda de Paul, el guía nativo más reputado de Fort Yukon.

      —¿Tú estás loco? —preguntó el indio, aún sin creer la historia del indio Joe.

      —¿Alguna vez has oído mentir a Joe?

      Era verdad.

      —Supongamos que voy contigo —dijo Paul al tiempo que escanciaba más whisky en ambos vasos—, ¿cómo vamos a cazar una bestia así?

      ¡Pum! ¡Pum! En el suelo, la fogata que habían encendido para atraer al animal ardía indiferente a las sacudidas rítmicas que provocaban las pisadas. No se habían equivocado, tras ver el humo elevarse sobre las copas de los árboles Tee-KaiKoa acudió presuroso, sabedor de que el fuego era lo único que podría destruir su santuario.

      Desde que el indio y el blanco habían llegado al valle de las Huellas del Diablo, siguiendo los indicios de la historia de Joe, se habían topado con las pisadas descomunales del mamut. Incluso algunas noches sus bramidos llegaban hasta el campamento que habían levantado en medio del bosque. Sin embargo, no lo habían visto.

      Hasta ahora.

      ¡Pum Pum! A lo lejos, Tukeman pudo ver algunas copas de árboles ceder al paso de algo gigantesco que se aproximaba. Sintió una descarga helada bajar por su espalda. Un miedo primigenio. Casi dejó escapar un alarido de terror.

      ¡Pum Pum Pum! Las pisadas aumentaban su ritmo PUM PUM PUM e intensidad PUM PUM PUM dos ojillos ambarinos brillaron furiosos entre el follaje PUM PUM PUM Tukeman hubiera deseado salir huyendo PUM PUM PUM sólo el estoicismo de Paul lo mantuvo en su puesto PUM PUM PUM ¡Fuego a la de tres!, gritó el indio desde la rama de su árbol ¡Una! PUM PUM PUM Tukeman no pudo escuchar ni el dos ni el tres PUM PUM PUM cuando asomaron los colmillos entre los árboles, el chasquido de los disparos se confundió con el estruendo de las pisadas PUM PUM PUM y el alarido profundo, sobrecogedor del animal PUM PUM PUM que habría de resonar en las pesadillas de los dos hombres durante el resto de sus días.

      El Bálsamo Celestial

      del Doctor Hinojosa-Smith

       Mazatlán, México, 1923

      —Señor, ¿siente cansancio por la mañana? ¿Fatiga crónica? ¿Tiene mal aliento, acidez estomacal y gota en las rodillas? Señora, ¿sufre de sofocos? ¿Sus piernas parecen un mapa cartográfico por las várices? ¿Tiene cólicos agudos durante sus días y dolores de cabeza? ¿Siente mareos y antojos fuera de tiempo? Joven, jovenazo, ¿amanece su boca con sabor a centavo? ¿Se intimida usted en el lecho nupcial? ¿Ha sido víctima de la tragedia de alcoba? Señorita, ¿los callos atormentan sus bellos pies? ¿Es presa de ansiedad y vómitos inexplicables? ¿Le duelen las rodillas? ¿Siente un soplo frío en el corazón, ahí donde se alojan sus más bellos sentimientos? Caballero, ¿se agita usted al subir una escalera? ¿Suda en exceso? ¿Siente escalofríos por la noche? Niñito, ¿te castañean los dientes a la primera hora del día? ¿Tienes las manos hechas una sopa de tanta sudoración fría? ¿Eres propenso a las gripes y los empachos? ¡No se preocupen! He aquí la solución a sus problemas y los de su familia. Sí, señoras y señores, jóvenes apuestos y bellas damitas, niños y niñas, público conocedor. Les venimos ofreciendo aquí, hasta la plaza de esta bella ciudad, una oferta especial. ¡Así es, damas y caballeros! Como una oferta, como una promoción, productos de alta calidad le viene ofreciendo, aquí, en la tranquilidad de un domingo por la tarde, en este bello puerto bañado por las aguas del Pacífico, la cura para todos los males que aquejan a chicos y grandes, el bálsamo milagroso que borrará sus dolencias como manchas de aguacate lavadas con lejía. Es verdad, amigas, amigos, en esta apacible tarde de domingo, cuando los hombres se preparan para una nueva semana de duro trabajo y las mujeres de la casa se alistan para atender a sus maridos e hijos, les traemos el único, el original, el famoso tónico de Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith. Así es, amigos, la fórmula secreta desarrollada en nuestros laboratorios incluye entre otros ingredientes la milagrosa yerba china ginseng, extractos de opio, vainilla y doce componentes secretos de poderosas cualidades curativas. El Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith viene cuidadosamente embotellado en recipientes ambarinos sellados con cera para evitar que su delicada fórmula se exponga a los rayos del sol y se degrade fotoquímicamente. ¡Como lo oyen, bellas señoras, distinguidos caballeros! El poderoso elixir es elaborado por nuestros boticarios bajo las más estrictas reglas de higiene. Cada uno de sus componentes es minuciosamente pulverizado en matraces traídos directamente de Alemania para después sublimar sus esencias y destilar el hervor a través de delicados serpentines del más puro cristal de Bohemia, sólo para recoger su esencia milagrosa en el lento goteo que escurre en nuestros alambiques. Porque sepan ustedes que una gota, apenas una sola de esta droga poderosa, es capaz de curar milagrosamente aquellas pequeñas y grandes dolencias, las molestias propias del envejecimiento y las de la tierna niñez. Este tónico es capaz, se los garantizo, de devolver a quien lo beba el vigor juvenil de los veinte años. Consumido durante largos períodos rejuvenece lentamente los tejidos desgastados y, si es administrado a los niños a razón de una cucharada previa al desayuno, permitirá que sus hijos crezcan sanos, vigorosos, cachetones y chapeados. Ustedes pensarán: “Hombre, pero este elixir prodigioso debe costar una fortuna”. ¡Nada más falso, mis amigos! Porque por una botella del Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith no tendrá que desembolsar ni cincuenta, ni cuarenta ni treinta centavos. No, bellas señoras, distinguidos caballeros, esta medicina milagrosa vale mucho más, pero apenas cuesta veinticinco, ¡veinticinco centavitos, que cualquiera trae en el bolsillo! ¿Quiere uno, dos, tres frascos, caballero? ¿Cuántos va a llevar, señora? Veo cierto desinterés en ustedes. No imaginan la oportunidad de oro que están dejando pasar, queridos hermanos. Yo les aseguro que encerrada en las paredes de vidrio de estos frascos se halla la solución a aquellos achaques largamente arrastrados por los mayores, la prevención de aquellas dolencias que aún no aquejan a los jóvenes, pero no crean lo que les dice este modesto agente de ventas: remitámosnos a las pruebas. Aquí, frente a la vista de todos ustedes demostraré la milagrosa capacidad curativa del bendito Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith. A ver, mmm, tú, amiguito, sí, tú, el güerito de las muletas, ¿cómo te llamas?

      —Ary —contestó el niño con un quejido.

      —¿Cuántos años tienes, jovencito?

      —Diez —era un escuincle harapiento, de pinta lamentable. Llevaba las piernas envueltas en vendajes desgastados. Apenas se sostenía con un palo que utilizaba como bastón.

      —¿Qué es lo que te aqueja?

      —Nací con una pierna más delgada que la otra.

      —¡Ah! Un típico caso de poliomielitis, damas y caballeros. Dime, pequeño, ¿tienes dificultades para caminar?

      —No se burle de mí, patrón.

      Algunas risas se ahogaron entre la multitud, que observaba el diálogo con atención.

      —Un caso conmovedor, amigos míos. Imposibilitado para realizar las actividades más elementales, este pequeño ha arrastrado literalmente su tara por la vida. No se rían —el hombre dejó escapar una lágrima sobre su mejilla—; me has tocado el alma, amiguito. Porque sépanlo todos, también un agente viajero tiene su corazón. No importan las penurias sufridas en los caminos polvosos, ni las hambres pasadas yendo de comarca en comarca, cuando se lleva esta medicina prodigiosa. Acércate, muchacho, vas a ayudarme a demostrar a toda esta gente las sorprendentes cualidades curativas del Bálsamo Celestial del Doctor Hinojosa-Smith.

      El chico vaciló, temeroso.

      —Vamos, no tengas miedo, acércate y bebe esta savia milagrosa —dijo el hombre al tiempo que descorchaba uno de los frascos que ofertaba. El niño lo tomó, desconfiado, para olisquearlo.

      —¡Esto huele a purga!

      —Bébelo.

      —¡No quiero!

      —Es por tu bien.


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