El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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de grandes rebaños y hermosas fincas.

      Y seguía prosperando mi hermano ElKuz, cuando cierto día entre los días, que estaba sentado en su establecimiento, entró un jeique de larga barba blanca, que le dió dinero y le dijo: "¡Corta carne buena!" Y mi hermano le dió de la mejor carne, cogió el dinero y devolvió el saludo al anciano, que se fué.

      Entonces mi hermano examinó las monedas de plata que le había entregado el desconocido, y vió que eran nuevas, de una blancura deslumbradora. Y se apresuró a guardarlas aparte en una caja especial, pensando: "He aquí unas monedas que me van a dar buena sombra".

      Y durante cinco meses seguidos el viejo jeique de larga barba blanca fué todos los días a casa de mi hermano, entregándole monedas de plata completamente nuevas a cambio de carne fresca y de buena calidad. Y todos los días mi hermano cuidaba de guardar aparte aquel dinero. Pero un día mi hermano ElKuz quiso contar la cantidad que había reunido de este modo, a fin de comprar unos hermosos carneros, y especialmente unos cuantos moruecos para enseñarles a luchar unos con otros, ejercicio muy gustado en Bagdad, mi ciudad. Y apenas había abierto la caja en que guardaba el dinero del jeique de la barba blanca, vió que allí no había ninguna moneda, sino redondeles de papel blanco. Entonces empezó a darse puñetazos en la cara y en la cabeza, y a lamentarse a gritos. Y en seguida le rodeó un gran grupo de transeúntes, a quienes contó su desventura, sin que nadie pudiera explicarse la desaparición de aquel dinero. Y ElKuz seguía gritando y diciendo: "¡Haga Alah que vuelva ahora ese maldito jeique para que le pueda arrancar las barbas y el turbante con mis propias, manos!"

      Apenas había acabado de pronunciar estas palabras, cuando apareció el jeique. Y el jeique atravesó por entre el gentío, y llegó hasta mi hermano para entregarle, como de costumbre, el dinero. En seguida mi hermano se lanzó contra él, y sujetándole por un brazo, dijo: "¡Oh musulmanes! ¡Acudid en mi socorro! ¡He aquí al infame ladrón!" Pero el jeique no se inmutó para nada, pues inclinándose hacia mi hermano le dijo de modo que sólo pudiera oírle él: "¿Qué prefieres, callar o que te comprometa delante de todos? Y te advierto que tu afrenta ha de ser más terrible que la que quieres causarme".

      Pero ElKuz contestó: "¿Qué afrenta puedes hacerme, maldito viejo de betún? ¿De qué modo me vas a comprometer?'' Y el jeique dijo: "Demostraré que vendes carne humana en vez de carnero". Y mi hermano repuso: "¡Mientes, oh mil veces embustero y mil veces maldito!" Y el jeique dijo: "El embustero y el maldito es quien tiene colgando del gancho de su carnicería un cadáver en vez de un carnero".

      Mi hermano protestó violentamente, y dijo: "¡Perro, hijo de perro! Si pruebas semejante cosa, te entregaré mi sangre y mis bienes". Y entonces el jeique se volvió hacia la muchedumbre y dijo a voces: "¡Oh vosotros todos, amigos míos! ¿veis a este carnicero? Pues hasta hoy nos ha estado engañando a todos, infringiendo los preceptos de nuestro Libro. Porque en vez de matar carneros degüella cada día a un hijo de Adán y nos vende su carne por carne de carnero, Y para convenceros de que digo la verdad, entrad a registrar la tienda".

      Entonces surgió un clamor, y la muchedumbre se precipitó en la tienda de mi hermano ElKuz, tomándola por asalto. Y a la vista de todos apareció colgado de un gancho el cadáver de un hombre, desollado, preparado y destripado. Y en el tablón de las cabezas de carnero había tres cabezas humanas, desolladas, limpias, y cocidas al horno, para la venta.

      Al ver esto, todos los presentes se lanzaron sobre mi hermano, gritando:

      "¡Impío, sacrílego, asesino!"

      Y

      la emprendieron con él a palos y latigazos. Y los más encarnizados contra él y los que más cruelmente le pegaban eran sus parroquianos más antiguos y sus mejores amigos. Y el viejo jeique le dió tan violento puñetazo en un ojo, que se lo saltó sin remedio.

      Después cogieron el supuesto cadáver degollado, ataron a mi hermano ElKuz, y todo el mundo, precedido del jeique, se presentó delante del ejecutor de la ley. Y el jeique le dijo: "¡Oh Emir! He aquí que te traemos, para que pague sus crímenes, a este hombremque desde hace mucho tiempo degüella a sus semejantes y vende su carne como si fuese de carnero.

      No tienes más que dictar sentencia y dar cumplimiento a la justicia de Alah, pues he aquí a todos los testigos". Y esto fué todo lo que pasó. Porque el jeique de la blanca barba era un brujo que tenía el poder de aparentar cosas que no lo eran realmente.

      En cuanto a mi hermano ElKuz, por más que se defendió, no quiso oírle el juez, y lo sentenció a recibir quinientos palos. Y le confiscaron todos sus bienes y propiedades, no siendo poca su suerte con ser tan rico, pues de otro modo le habrían condenado a muerte sin remedio. Y además le condenaron a ser desterrado.

      Así, mi hermano, con un ojo menos, con la espalda llena de golpes y medio muerto, salió de Bagdad camino adelante y sin saber adónde dirigirse, hasta que llegó a una ciudad lejana, desconocida para él, y allí se detuvo, decidido a establecerse en aquella ciudad y ejercer el oficio de remendón, que apenas si necesita otro capital que unas manos hábiles.

      Fijó, pues, su puesto en un esquinazo de dos calles, y se puso a trabajar para ganarse la vida. Pero un día que estaba poniendo una pieza nueva a una babucha vieja oyó relinchos de caballos y el estrépito de una carrera de jinetes. Y preguntó el motivo de aquel tumulto, y le dijeron: "Es el rey, que sale de caza con galgos, acompañado de toda la corte".

      Entonces mi hermano ElKuz dejó un momento la aguja y el martillo y se levantó para ver cómo pasaba la comitiva regia. Y mientras estaba de pie, meditando sobre su pasado y su presente y sobre las circunstancias que le habían convertido de famoso carnicero en el último de los remendones, pasó el rey al frente de su maravilloso séquito, y dió la casualidad que la mirada del rey se fijase en el ojo hueco de mi hermano ElKuz.

      Al verlo, el rey palideció, y dijo:

      "¡Guárdeme Alah de las desgracias de este día maldito y de mal agüero!" Y dió vuelta inmediatamente a las bridas de su yegua y desanduvo el camino, acompañado de su séquito y de sus soldados. Pero al mismo tiempo mandó a sus siervos que se apoderaran de mi hermano y le administrasen el consabido castigo. Y los esclavos, precipitándose sobre mi hermano ElKuz, le dieron tan tremenda paliza, que lo dejaron por muerto en medio de la calle.

      Cuando se marcharon se levantó ElKuz y se volvió penosamente a su puesto debajo del toldo que le resguardaba, y allí se echó completamente molido. Pero entonces pasó un individuo del séquito del rey que venía rezagado. Y mi hermano ElKuz le rogó que se detuviese, le contó el trato que acababa de sufrir y le pidió que le dijera el motivo. El hombre se echó a reír a carcajadas, y le contestó: "Sabe, hermano, que nuestro rey no puede tolerar ningún tuerto, sobre todo si el tuerto lo es del ojo derecho. Porque cree que ha de traerle desgracia. Y siempre manda matar al tuerto sin remisión. Así es que me sorprende mucho que todavía estés vivo".

      Mi hermano no quiso oír más. Recogió sus herramientas, y aprovechando las pocas fuerzas que le quedaban, emprendió la fuga y no se detuvo hasta salir de la ciudad. Y siguió andando hasta llegar a otra población muy lejana que no tenía rey ni tirano.

      Residió mucho tiempo en aquella ciudad, cuidando de no exhibirse, pero un día salió a respirar aire puro y a darse un paseo. Y de pronto oyó detrás de él relinchar dé caballos, y recordando su última desventura, escapó lo más a prisa que pudo, buscando un rincón en que esconderse, pero no lo encontró. Y delante de él vió una puerta, y empujó la puerta y se encontró en un pasillo largo y oscuro, y allí se escondió. Pero apenas se había ocultado aparecieron dos hombres, que se apoderaron de él, le encadenaron, y dijeron: "¡Loor a Alah, que ha permitido que te atrapásemos, enemigo de Alah y de los hombres! Tres días y tres noches llevamos buscándote sin descanso. Y nos has hecho pasar amarguras de muerte". Pero mi hermano dijo: "¡Oh señores! ¿A quién os referís? ¿De qué órdenes habláis?" Y le contestaron: "¿No te ha bastado con haber reducido a la indigencia a todos tus amigos y al amo de esta casa? ¡Y aun nos querías asesinar! ¿Dónde está el cuchillo con que nos amenazabas ayer?"

      Y se pusieron a registrarle, encontrándole el cuchillo con que cortaba el cuero para las suelas. Entonces lo arrojaron al suelo, y


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