El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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la gracia de Alah sobre ti y por la tuya sobre nosotros! He cortado diez cabezas". Y el califa dijo: "Vamos a ver; cuéntalas delante de mí".

      Las contó, y efectivamente, resultaron diez cabezas. Y entonces el califa me miró y me dijo: "¿Pero tú quién eres? ¿Y qué haces ahí entre esos bandidos, derramadores de sangre?" Entonces, ¡oh señores! y sólo entonces, al ser interrogado por el Emir de los Creyentes, me resolví a hablar. Y dije:

      "¡Oh Emir de los Creyentes! Soy el jeique a quien llaman ElSamed, a causa de mi poca locuacidad. En punto a prudencia, tengo un buen acopio en mi persona, y en cuanto a la rectitud de mi juicio, la gravedad de mis palabras, lo excelente de mi razón, lo agudo de mi inteligencia y mi ninguna verbosidad, nada he de decirte, pues tales cualidades son en mí infinitas. Mi oficio es el de afeitar cabezas y barbas, escarificar piernas y pantorrillas y aplicar ventosas y sanguijuelas.

      Y soy uno de los siete hijos de mi padre, y mis seis hermanos están vivos.

      Pero he aquí la aventura. Esta misma mañana me paseaba yo a lo largo del Tigris, cuando vi a esos diez individuos que saltaban a una barca, y me junté con ellos, y con ellos me embarqué, creyendo que estaban convidados a algún banquete en el río. Pero he aquí que, apenas llegamos a la otra orilla, adiviné que me encontraba entre criminales, y me di cuenta de esto al ver a tus guardias que se nos echaban encima y nos ponían la argolla al cuello. Y aunque nada tenía yo que ver con esa gente, no quise hablar ni una palabra ni protestar de ningún modo, obligándome a ello mi excesiva firmeza de carácter y mi ninguna locuacidad. Y mezclado con estos hombres fui conducido entre tus manos, ¡oh Emir de los Creyentes! Y mandaste que cortasen la cabeza a esos diez bandidos, y fui el único que quedó entre las manos de tu portaalfanje, y a pesar de todo, no dije tan siquiera ni una palabra. Creo, pues, que esto es una buena prueba de valor y de firmeza muy considerable. Y además, el sólo hecho de unirme con esos diez desconocidos es por sí mismo la mayor demostración de valentía que yo sepa. Pero no te asombre mi acción, ¡oh Emir de los Creyentes pues toda mi vida he procedido del mismo modo, queriendo favorecer a los extraños".

      Cuando el califa oyó mis palabras, y advirtió en ellas que en mí era nativo el valor y la virilidad, y amor al silencio y a la compostura, y mi odio a la indiscreción y a la impertinencia, a pesar de lo que diga ese joven cojo que estaba ahí hace un momento, y a quien salvé de toda clase de calamidades, el Emir dijo: "¡Oh venerable jeique. barbero espiritual e ingenio lleno de gravedad y de sabiduría!

      Dime: ¿y tus seis hermanos son como tú? ¿Te igualan en prudencia, talento y discreción? Y yo respondí: "¡Alah me libre de ellos! ¡Cuán poco se asemejan a mí, oh Emir de los Creyentes! ¡Acabas de afligirme con tu censura al compararme con esos seis locos que nada tienen de común conmigo, ni de cerca ni de lejos! Pues por su verbosidad impertinente, por su indiscreción y por su cobardía, se han buscado mil disgustos, y cada cual tiene una deformidad física, mientras que yo estoy sano y completo de cuerpo y espíritu. Porque, efectivamente, el mayor de mis hermanos es cojo; el segundo, tuerto; el tercero, mellado; el cuarto, ciego; el quinto, no tiene narices ni orejas, porque se las cortaron, y al sexto le han rajado los labios.

      Pero ¡oh Emir de los Creyentes! no creas que exagero con esto mis cualidades, ni aumento los defectos de mis hermanos. Pues si te contase su historia, verías cuán diferente soy de todos ellos. Y como su historia es infinitamente interesante y sabrosa, te la voy a contar sin más dilaciones.

       HISTORIA DE BACBUK, PRIMER HERMANO DEL BARBERO

      Así, ¡oh Emir de los Creyentes! que el mayor de mis hermanos, el que quedó cojo, se llama ElBacbuk, porque cuando se pone a charlar parece oírse el ruido que hace un cántaro al vaciarse. Su oficio ha sido el de sastre en Bagdad.

      Ejercía su oficio de sastre en una tiendecilla cuyo propietario era un hombre cuajado de dinero y de riquezas. Este hombre habitaba en lo alto de la misma casa en que estaba situada la tienda de mi hermano Bacbuk. Y además, en el subterráneo de la casa había un molino donde vivían un molinero y el buey del molinero.

      Pero un día que mi hermano Bacbuk estaba cosiendo, sentado en su tienda, teniendo debajo de él al molinero y al buey del molinero, y encima al enriquecido propietario, he aquí que mi hermano Bacbuk levantó de pronto la cabeza, y vió asomada en una de las ventanas altas a una hermosa mujer como la luna saliente, que se distraía mirando a los transeúntes. Y esta mujer era la esposa del propietario de la casa.

      Al verla mi hermano Bacbuk sintió que su corazón se prendaba apasionadamente de ella, y le fué imposible coser ni hacer otra cosa que mirar a la ventana. Y se pasó todo el día como aturdido y en contemplación hasta por la noche. Y al día siguiente, en cuanto amaneció, se sentó en su sitio de costumbre, y mientras cosía, muy poco a poco, levantaba a cada momento la cabeza para mirar a la ventana. Y a cada puntada que daba con la aguja se pinchaba los dedos, pues tenía los ojos en la ventana constantemente. Y así estuvo varios días, durante los cuales apenas si trabajó ni su labor valió más de un dracma.

      En cuanto a la joven, comprendió en seguida los sentimientos de mi hermano Bacbuk. Y se propuso sacarles todo el partido posible y divertirse a su costa. Y un día que estaba mi hermano más entontecido que de costumbre, la joven le dirigió una mirada asesina, que se clavó inmediatamente en el corazón de Bacbuk. Y Bacbuk miró en seguida a la joven, pero de un modo tan ridículo, que ella se quitó de la ventana para reírse a su gusto, y fué tal su explosión de risa, que se cayó de trasero sobre el piso. Pero el infeliz de Bacbuk llegó al límite de la alegría pensando que la joven le había mirado cariñosamente.

      Así es que al día siguiente no se asombró, ni con mucho, mi hermano Bacbuk, cuando vió entrar en su tienda al propietario de la casa, que llevaba debajo del brazo una hermosa pieza de hilo envuelta en un pañuelo de seda, y le dijo: "Te traigo esta pieza de tela para que me cortes unas camisas".

      Entonces Bacbuk no dudó que aquel hombre estaba allí enviado por su mujer, y contestó:

      "¡Sobre mis ojos y sobre mi cabeza! Esta misma noche estarán acabadas tus camisas".

      Y efectivamente, mi hermano se puso a trabajar con tal ahínco, privándose hasta de comer, que por la noche, cuando llegó el propietario de la casa, ya tenía las veinte camisas cortadas, cosidas y empaquetadas en el pañuelo de seda. Y el propietario de la casa le preguntó: "¿Qué te debo?" Pero precisamente en aquel instante se presentó furtivamente en la ventana la joven, y dirigió una mirada a Bacbuk, haciéndole una seña con los ojos, como indicándole que no aceptase nada. Y mi hermano no quiso cobrarle nada al propietario de la casa, por más que en aquella ocasión estuviese muy apurado y cualquier dinero habría sido para él una gran ayuda. Pero se consideró dichoso con trabajar para el marido y favorecerle por amor a la linda cara de la mujer.

      Y al día siguiente al amanecer se presentó el propietario de la casa con otra pieza de tela debajo del brazo, y le dijo a mi hermano Bacbuk: "He aquí que acaban de advertirme en mi casa que necesito también calzoncillos nuevos para ponérmelos con las camisas nuevas. Y te traigo esta otra pieza de tela para que me hagas calzoncillos. Pero que sean muy anchos. Y no escatimes para nada los pliegues ni la tela". Mi hermano contestó:

      "Escucho y obedezco". Y se estuvo tres días completos cose que te cose, sin tomar otro alimento que el estrictamente necesario, pues no quería perder tiempo, y además no tenía ni un dracma para comprar comida.

      Y cuando hubo terminado los calzoncillos, los envolvió en el pañuelo, y muy contento, fué a llevárselos él mismo al propietario de la casa.

      No es necesario decir, ¡oh Emir de los Creyentes! que la joven se había puesto de acuerdo con su marido para burlarse del infeliz de mi hermano y hacerle las más sorprendentes jugarretas. Porque cuando mi hermano le presentó los calzoncillos al propietario de la casa, éste hizo como que iba a pagarle, pero inmediatamente apareció en la puerta la linda cara de la mujer, sonriéndole con los ojos y haciéndole señas con las cejas para que no cobrase.

      Y Bacbuk se negó en redondo a recibir nada del marido. Entonces el marido se ausentó un instante para hablar con su esposa, que había desaparecido también, y volvió


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