El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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de celebrar una entrevista con una persona cuya suerte se me muestra como muy afortunada.

      Y aun podría contarte más cosas que te han de suceder, pero son cosas que debo callarlas".

      Yo contesté: "¡Por Alah! Me ahogas con tanto discurso y me arrancas el alma. Parece también que no sabes más que vaticinar cosas desagradables. Y yo sólo te he llamado para que me afeites la cabeza. Levántate, pues, y aféitame sin más discursos". Y el barbero replicó: ¡Por Alah! Si supieses la verdad de las cosas, me pedirías más pormenores y más pruebas. De todos modos, sabe que, aunque soy barbero, soy algo más que barbero. Pues además de ser el barbero más reputado de Bagdad, conozco admirablemente, aparte del arte de la medicina, las plantas y los medicamentos, la ciencia de los astros, las reglas de nuestro idioma, el arte de las estrofas y de los versos, la elocuencia, la ciencia de los números, la geometría, el álgebra, la filosofía, la arquitectura, la historia y las tradiciones de todos los pueblos de la tierra,. Por eso tengo mis motivos para aconsejarte, ¡oh, mi señor! que hagas exactamente lo que dispone el horóscopo que acabo de obtener gracias a mi ciencia y al examen de los cálculos astrales. Y da gracias a Alah que me ha traído a tu casa, y no me desobedezcas, porque sólo te aconsejo tu bien por el interés que me inspiras. Ten en cuenta que no te pido más que servirte un año entero sin ningún salario.

      Pero no hay que dejar de reconocer, a pesar de todo, que soy un hombre de bastante mérito y que me merezco esta justicia".

      A estas palabras le respondí: "Eres un verdadero asesino, que te has propuesto volverme loco y matarme de impaciencia".

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 29ª NOCHE

      Ella dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el joven dijo al barbero: "Vas a volverme loco y a matarme de impaciencia", el barbero respondió:

      "Sabe, sin embargo, ¡oh mi señor!, que soy un hombre a quien todo el mundo llama el Silencioso, a causa de mi poca locuacidad.

      De modo que no me haces justicia creyéndome un charlatán, sobre todo si te tomas la molestia de compararme, siquiera sea por un momento, con mis hermanos.

      Porque sabe que tengo seis hermanos que ciertamente son muy charlatanes, y para que los conozcas te voy a decir sus nombres: el mayor se llama ElBacbuk, o sea el que al hablar hace un ruido como un cántaro cuando se vacía; el segundo, ElHaddar, o el que muge repetidas veces como un camello; el tercero, Bacbac, o el Cacareador hinchado; el cuarto, ElKuz ElAssuaní, o el Botijo irrompible de Assuan; el quinto, ElAschá, o la Camella preñada, o el Gran Caldero; el sexto, Schakalik, o el Tarro hendido, y el séptimo, El Samet, o el Silencioso; y este silencioso es tu servidor".

      Cuando oí este flujo de palabras, sentí que la impaciencia me reventaba la vejiga de la hiel, y exclamé dirigiéndome a mis criados:

      "¡Dadle en seguida un cuarto de dinar a este hombre y que se largue de aquí! Porque renuncio en absoluto a afeitarme". Pero el barbero, apenas oyó esta orden, dijo: "¡Oh, mi señor! ¡qué palabras tan duras acabo de escuchar de tus labios! Porque ¡por Alah! sabe que quiero tener el honor de servirte sin ninguna retribución, y he de servirte sin remedio, pues considero un deber el ponerme a tus órdenes y ejecutar tu voluntad. Y me creería deshonrado para toda mi vida si aceptara lo que quieres darme tan generosamente. Porque sabe que si tú no tienes idea alguna de mi valía, yo, en cambio, estimo en mucho la tuya. Y estoy seguro de que eres digno hijo de tu difunto padre. ¡Alah lo haya recibido en su misericordia! Pues tu padre era acreedor mío por todos los beneficios de que me colmaba. Y era un hombre lleno de generosidad y de grandeza, y me tenía gran estimación, hasta el punto de que un día me mandó llamar, y era un día bendito como éste; y cuando llegué a su casa le encontré rodeado de muchos amigos, y a todos los dejó para venir a mi encuentro, y me dijo: "Te ruego que me sangres".

      Entonces saqué el astrolabio, medí la altura del sol, examiné escrupulosamente los cálculos, y descubrí que la hora era nefasta, y que aquel día era muy peligrosa la operación de sangrar. Y en seguida comuniqué mis temores a tu difunto padre, y tu padre se sometió dócilmente a mis palabras, y tuvo paciencia hasta que llegó la hora fausta y propicia para la operación. Entonces le hice una buena sangría, y se la dejó hacer con la mayor docilidad, y me dió las gracias más expresivas, y por si no fuese bastante, me las dieron también todos los presentes. Y para remunerarme por la sangría, me dió en el acto tu difunto padre cien dinares de oro".

      Yo, al oír estas palabras, le dije: "¡Ojalá no haya tenido Alab compasión de mi difunto padre, por lo ciego que estuvo al recurrir a un barbero como tú!"

      Y el barbero, al oírme, se echó a reír, meneando la cabeza, y exclamó: "¡No hay más Dios que Alah, y Mahoma es el enviado de Alah! ¡Bendito sea el nombre de Aquel que se transforma y no se transforma! Ahora bien, ¡oh, joven! yo te creía dotado de razón, pero estoy viendo que la enfermedad que tuviste te ha perturbado por completo el juicio y te hace divagar. Por esto no me asombra, pues conozco las palabras santas dichas por Àlah en nuestro Santo y Precioso Libro, en un versículo que empieza de este modo: "Los que reprimen su ira y perdonan a los hombres culpables…" De modo que me avengo a olvidar tu sinrazón para conmigo y olvidó también tus agravios, y de todo ello te disculpo. Pero, en realidad, he de confesarte que no comprendo tu impaciencia ni me explico su causa. ¿No sabes que tu padre no emprendía nunca nada sin consultar antes mi opinión? Y a fe que en esto seguía el proverbio que dice: "¡El hombre que pide consejo, se resguarda". Y yo, está seguro de ello, soy un hombre de valía, y no encontrarás nunca tan buen consejero como este tu servidor, ni persona más versada en los preceptos de la sabiduría y en el arte de dirigir hábilmente los negocios.

      Héme, pues, aquí, plantado sobre mis dos pies, aguardando tus órdenes y dispuesto por completo a servirte. Pero dime, ¿cómo es que tú no me aburres, y en cambio te veo fastidiado y tan furioso? Verdad es que si tengo tanta paciencia contigo, es sólo por respeto a la memoria de tu padre, a quien soy deudor de muchos beneficios". Entonces le repliqué: "¡Por Alah! ¡Ya es demasiado! Me estás matando con tu charla. Te repito que sólo te he mandado llamar para que me afeites la cabeza y te marches en seguida".

      Y diciendo esto, me levanté furioso, y quise echarle y alejarme de allí, a pesar de tener ya mojado y jabonado el cráneo.

      Entonces, sin alterarse, prosiguió: "En verdad que acabo de comprobar que te fastidio sobremanera. Pero no por eso te tengo mala voluntad, pues comprendo que tu inteligencia no es muy poderosa, y que, además, eres todavía demasiado joven. Pues no hace mucho tiempo que aun te llevaba yo a caballo sobre mis espaldas, para conducirte de este modo a la escuela, a la cual no querías ir". Y le contesté: "¡Vamos, hermano, te conjuro por Alah y por su verdad santa, que te vayas de aquí y me dejes dedicarme a mis ocupaciones! ¡Vete por tu camino!" Y al pronunciar estas palabras, me dió tal ataque de impaciencia, que me desgarré las vestiduras, y empecé a dar gritos inarticulados como un loco.

      Y cuando el barbero me vió en aquel estado, se decidió a coger la navaja y a pasarla por la correa que llevaba a la cintura.

      Pero gastó tanto tiempo en pasar y repasar el acero por el cuero, que estuve a punto de que me saliese el alma del cuerpo. Pero, al fin, acabó por acercarse a mi cabeza, y empezó a afeitarme por un lado, y efectivamente, iban desapareciendo algunos pelos. Después se detuvo, levantó la mano, y me dijo: "¡Oh, joven dueño mío! Los arrebatos son tentaciones del Cheitán". Y me recitó estas estrofas: ¡Oh sabio! ¡Medita mucho tiempo tus propósitos, y no tomes nunca resoluciones precipitadas, sobre todo cuando te elijan para ser juez en la tierra! ¡Oh juez! ¡Nunca juzgues con dureza, y encontrarás misericordia cuando te toque el turno fatal! ¡Y no olvides jamás que no hay en la tierra mano tan poderosa que no pueda ser humillada por la mano de Alah, que la domina! ¡Y tampoco olvides que el tirano ha de encontrar siempre otro tirano que le oprimirá!

      Después me dijo: "¡Oh, mi señor! Ya veo sobradamente que no te merecen ninguna consideración mis méritos ni mi talento. Y, sin embargo,


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