El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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a ver y el temor de gastarme en Damasco el dinero que me quedaba". Me invitaron a vivir con ellos. y acepté. Y permanecí en su compañía todo un año, divirtiéndome, comiendo, bebiendo, visitando las cosas interesantes de la ciudad, admirando el Nilo y distrayéndome de mil maneras.

      Desgraciadamente, al cabo del año, como mis tíos habían realizado buenas ganancias vendiendo sus géneros, pensaron en volver a Mossul; pero como yo no quería acompañarlos, desaparecí para librarme de ellos, y se marcharon solos, pensando que yo habría ido a Damasco para prepararles alojamiento, puesto que conocía bien esta ciudad. Después seguí gastando y permanecí allí otros tres años, y cada año mandaba el precio del alquiler al casero de Damasco.

      Transcurridos los tres años, como apenas me quedaba dinero para el viaje y estaba aburrido de la ociosidad, decidí volver a Damasco.

      Y apenas llegué, me dirigí a mi casa, y fui recibido con gran alegría por mi casero, que me dio la bienvenida, y me entregó las llaves enseñándome la cerradura, intacta y provista de mi sello. Y efectivamente, entré y vi que todo estaba como lo había dejado.

      Lo primero que hice fué lavar el entarimado, para que desapareciese toda huella de sangre de la joven asesinada, y cuando me quedé tranquilo fui al lecho, para descansar de las fatigas del viaje. Y al levantar la almohada para ponerla bien, encontré debajo un collar de oro con tres filas de perlas nobles. Era precisamente el collar de mi amada, y lo había puesto allí la noche de nuestra dicha. Y ante este recuerdo, derramé lágrimas de pesar y deploré la muerte de aquella joven.

      Oculté cuidadosamente el collar en el interior de mi ropón.

      Pasados tres días de descanso en mi casa, pensé ir al zoco, para buscar ocupación y ver a mis amigos. Llegué al zoco, pero estaba escrito por acuerdo del Destino que había de tentarme el Cheitán, y yo había de sucumbir a su tentación, porque el Destino tiene que .cumplirse. Y efectivamente, me dió la tentación de deshacerme de aquel collar de oro y de perlas. Lo saqué del interior del ropón, y se lo presenté al corredor más hábil del zoco. Este me invitó a sentarme en su tienda, y en cuanto se animó el mercado, cogió el collar, me rogó que le esperase, y se fué a someterlo a las ofertas de mercaderes y parroquianos. Y al cabo de una hora volvió y me dijo: "Creí a primera vista que este collar era de oro de ley y perlas finas, y valdría lo menos mil dinares de oro; pero me equivoqué: es falso. Está hecho según los artificios de los francos, que saben imitar el oro, las perlas y las piedras preciosas; de modo que no me ofrecen por él más que mil dracmas, en vez de mil dinares". Y contesté:

      "Verdaderamente, tienes razón. Este collar es falso. Lo mandé construir para burlarme de una amiga, a quien se lo regalé. Y ahora esta mujer ha muerto y le ha dejado el collar a la mía; de modo que hemos decidido venderlo por lo que den. Tómalo, véndelo en ese precio y tráeme los mil dracmas". Y el astuto corredor se fué con el collar, pero después de haberme mirado con el ojo izquierdo".

      En este momento de su narración.

      Schehrazada vio aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 28ª NOCHE

      Ella dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que el médico judío continuó de este modo la historia del joven:

      "El corredor, al ver que el joven no conocía el valor del collar, y se explicaba de aquel modo, comprendió en seguida que lo había, robado o se lo había encontrado, cosa que debía aclararse. Cogió, pues, el collar, y se lo llevó al jefe de los corredores del zoco, que se hizo de él en seguida, y fué en busca del walí de la ciudad, a quien dijo: "Me habían robado este collar, y ahora hemos dado con el ladrón, que es un joven vestido como los hijos de los mercaderes, y está en tal parte, en casa de tal corredor".

      Y mientras yo aguardaba al corredor con el dinero, me vi rodeado y apresado por los guardias, que me llevaron a la fuerza a casa del walí. Y el walí me hizo preguntas acerca del collar, y yo le conté la misma historia que al corredor. Entonces el walí se echó a reír, y me dijo: "Ahora te enseñaré el precio de ese collar". E hizo una seña a sus guardias, que me agarraron, me desnudaron, y me dieron tal cantidad de palos y latigazos, que me ensangrentaron todo el cuerpo. Entonces, lleno de dolor, les dije: "¡Os diré la verdad! ¡Ese collar lo he robado!" Me pareció que esto era preferible a declarar la terrible verdad del asesinato de la joven, pues me habrían sentenciado a muerte, y me habrían ejecutado, para castigar el crimen.

      Y apenas me había acusado de tal robo, me asieron del brazo y me cortaron la mano derecha, como a los ladrones, y me cocieron el brazo en aceite hirviendo para cicatrizar la herida. Y caí desmayado de dolor. Y me dieron de beber una cosa que me hizo recobrar los sentidos. Entonces cogí mi mano cortada y regresé a mi casa.

      Pero al llegar a ella, el propietario, que se había enterado de todo, me dijo: "Desde el momento que te has declarado culpable de robo y de hechos indignos, no puedes seguir viviendo en mi casa. Recoge, pues, lo tuyo y ve a buscar otro alojamiento". Yo contesté:

      "Señor, dame dos o tres días de plazo para que pueda buscar casa". Y él me dijo: "Me avengo a otorgarte ese plazo". Y dejándome, se fué.

      En cuanto a mí, me eché al suelo, me puse a llorar, y decía: "¡Cómo he de volver a Mossul, mi país natal; cómo he de atreverme a mirar a mi familia después de que me han cortado una mano! Nadie me creerá cuando diga que soy inocente. No puedo hacer más que entregarme a la voluntad de Alah, que es el único que puede procurarme un medio de salvación".

      Los pesares y la tristeza me pusieron enfermo, y no pude ocuparme en buscar hospedaje. Y al tercer día, estando en el lecho, vi invadida mi habitación por los soldados del gobernador de Damasco, que venían con el amo de la casa y el jefe de los corredores. Y entonces el amo de la casa me dijo: "Sabe que el walí ha comunicado al gobernador general lo del robo del collar. Y ahora resulta que el collar no es de este jefe de corredores, sino del mismo gobernador general, o mejor dicho, de una hija suya, que desapareció también hace tres años. Y vienen para prenderte".

      Al oír esto, empezaron a temblar todos mis miembros y coyunturas, y me dije: "Ahora sí que me condenan a muerte sin remisión. Más me vale declarárselo todo al gobernador general. El será el único juez de mi vida o de mi muerte". Pero ya me habían cogido y atado, y me llevaban con una cadena al cuello a presencia del gobernador general. Y nos pusieron entre sus manos a mí y al jefe de los corredores.

      El gobernador, mirándome, dijo a los suyos: "Este joven que me traéis no es un ladrón, y le han cortado la mano injustamente. Estoy seguro de ello. En cuanto al jefe de los corredores, es un embustero y un calumniador. ¡Apoderaos de él y metedle en un calabozo!" Después el gobernador dijo al jefe de los corredores: "Vas a indemnizar en seguida a este joven por haberle cortado la mano; si no, mandaré que te ahorquen y confiscaré todos tus bienes, corredor maldito". Y añadió, dirigiéndose a los guardias: "¡Quitádmelo de delante, y salid todos!" Entonces el gobernador y yo nos quedamos solos. Pero ya me habían libertado de la argolla del cuello, y tenía también los brazos libres.

      Cuando todos se marcharon, el gobernador me miró con mucha lástima y me dijo: "¡Oh, hijo mío! Ahora vas a hablarme con franqueza, diciéndome toda la verdad, sin ocultarme nada. Cuéntame, pues, cómo llegó este collar a tus manos". Yo le contesté:

      "¡Oh, mi señor y soberano! Te diré la verdad". Y le referí cuanto me había ocurrido con la primera joven, cómo ésta me había proporcionado y traído a la casa a la segunda joven, y cómo, por último, llevada de los celos, había sacrificado a su compañera. Y se lo conté con todos los pormenores. Pero no es de ninguna utilidad repetirlos.

      El gobernador, en cuanto lo hubo oído, inclinó la cabeza, lleno de dolor y de amargura, y se cubrió la cara con el pañuelo.

      Y así estuvo durante una hora, y su pecho se desgarraba en sollozos. Después se acercó a mí, y me dijo:

      "Sabe, ¡oh, hijo mío! que la primera joven es mi hija mayor. Fué desde su infancia muy perversa, y por ese motivo hube de criarla muy severamente. Pero apenas llegó


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