El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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me dijo: "¡Oh joven mercader! ¿tienes telas buenas que enseñarme?" A lo cual contesté: "¡Oh mi señora! Tu esclavo es un pobre mercader, y no posee nada digno de ti. Ten, pues, paciencia, porque como todavía es muy temprano, aun no han abierto las tiendas los demás mercaderes. Y en cuanto abran, iré a comprarles yo mismo los géneros que buscas". Luego estuve conversando con ella, sintiéndome cada vez más enamorado.

      Pero cuando los mercaderes abrieron sus establecimientos, me levanté y salí a comprar lo que me había encargado, y el total de las compras, que tomé por mi cuenta, ascendía a cinco mil dracmas. Y todo se lo entregué al eunuco. Y en seguida la joven partió con él, dirigiéndose al sitio donde la esperaba el otro esclavo con la mula. Y yo entré en mi casa embriagado de amor. Me trajeron la comida y no pude comer, pensando siempre en la hermosa joven. Y cuando quise dormir huyó de mí el sueño.

      De este modo transcurrió una semana, y los mercaderes me reclamaron el dinero, pero como no volví a saber de la joven, les rogué que tuviesen un poco de paciencia, pidiéndoles otra semana de plazo. Y ellos se avinieron. Y efectivamente, al cabo de la semana vi llegar a la joven, montada en su mula y acompañada por un servidor y los dos eunucos. Y la joven me saludó y me dijo:

      "¡Oh mi señor! Perdóname que hayamos tardado tanto en pagarte. Pero ahí tienes el dinero. Manda venir a un cambista, para que vea estas monedas de oro". Mandé llamar un cambista, y en seguida uno de los eunucos le entregó el dinero, lo examinó y lo encontró de ley. Entonces tomé el dinero, y estuve hablando con la joven hasta que se abrió el zoco y llegaron los mercaderes a sus tiendas.

      Y ella me dijo: "Ahora necesito éstas y aquellas cosas. Ve a comprarlas". Y compré por mi cuenta cuanto me había encargado, entregándoselo todo. Y ella lo tomó como la primera vez, y se fué en seguida. Y cuando la vi alejarse, dije para mí: "No entiendo esta amistad que me tiene. Me trae cuatrocientos dinares y se lleva géneros que valen mil. Y se marcha sin decirme siquiera dónde vive. ¡Pero solamente Alah sabe lo que se oculta en un corazón!"

      Y así transcurrió todo un mes, cada día más atormentado mi espíritu por estas reflexiones. Y los mercaderes vinieron a reclamarme su dinero en forma tan apremiante, que para tranquilizarlos hube de decirles que iba a vender mi tienda con todos los géneros, y mi casa y todos mis bienes. Me hallé, pues, próximo a la ruina, y estaba muy afligido, cuando vi a la joven que entraba en el zoco y se dirigía a mi tienda. Y al verla se desvanecieron todas mis zozobras, y hasta olvidé la triste situación en que me había encontrado durante su ausencia. Y ella se me acercó, y con voz llena de dulzura me dijo:

      "Saca la balanza para pesar el dinero que te traigo". Y me dió, en efecto, cuanto me debía y algo más, en pago de las compras que para ella había hecho.

      En seguida se sentó a mi lado y me habló con gran afabilidad, y yo me moría de ventura. Y acabó por decirme: "¿Eres soltero o tienes esposa?" Y yo dije: "¡Por Alah! No tengo ni mujer legítima ni concubina". Y al decirlo, me eché a llorar. Entonces ella me preguntó: "¿Por qué lloras?" Y yo respondí:

      "Por nada; es que me ha pasado una cosa por la mente". Luego me acerqué a su criado, le di algunos dinares de oro y le rogué que sirviese de mediador, entre ella y mi persona para lo que yo deseaba. Y él se echó a reír, y me dijo: "Sabe que mi señora está enamorada de ti. Pues ninguna necesidad tenía de comprar telas, y sólo las ha comprado para poder hablar contigo y darte a conocer su pasión. Puedes, por lo tanto, dirigirte a ella, seguro de que no te reñirá ni ha de contrariarte".

      Y cuando ella iba a despedirse, me vió entregar el dinero al servidor que la acompañaba. Y entonces volvió a sentarse y me sonrió. Y yo le dije: "Otorga a tu esclavo la merced que desea solicitar de ti y perdónale anticipadamente lo que va a decirte". Después le hablé de lo que tenía en mi corazón. Y vi que le agradaba, pues me dijo: "Este esclavo te traerá mi respuesta y te señalará mi voluntad. Haz cuanto te diga que hagas".

      Después se levantó y se fué.

      Entonces fui a entregar a los mercaderes su dinero con los intereses que les correspondían. En cuanto a mí, desde el instante que dejé de verla perdí todo mi sueño durante todas mis noches. Pero en fin, pasados algunos días, vi llegar al esclavo y lo recibí con solicitud y generosidad, rogándole que me diese noticias. Y él me dijo: "Ha estado enferma estos días". Y yo insistí:

      "Dame algunos pormenores acerca de ella". Y él respondió: "Esta joven ha sido educada por nuestra ama Zobeida, esposa favorita de Harún AlRaschid, y ha entrado en su servidumbre. Y nuestra ama Zobeida la quiere como si fuese hija suya, y no le niega nada. Pero el otro día le pidió permiso para salir, diciéndole: "Mi alma desea pasearse un poco y volver en seguida a palacio". Y se le concedió permiso. Y desde aquel día no dejó de salir y de volver a palacio, con tal frecuencia, que acabó por ser peritísima en compras, y se convirtió en la proveedora de nuestra ama Zobeida. Entonces te vió, y le habló de ti a nuestra ama, rogándole que la casase contigo. Y nuestra ama le contestó:

      "Nada puedo decirte sin conocer a ese joven.

      Si me convenzo de que te iguala en cualidades, te uniré con él". Pero ahora vengo a decirte que nuestro propósito es que entres en palacio. Y si logramos hacerte entrar sin que nadie se entere, puedes estar seguro de casarte, pero si se descubre te cortarán la cabeza. ¿Qué dices a esto?" Yo respondí:

      "Que iré contigo". Entonces me dijo: "Apenas llegue la noche, dirígete a la mezquita que SettZobeida ha mandado edificar junto al Tigris. Entra, haz tu oración, y aguárdame". Y yo respondí: "Obedezco, amo y honro".

      Y cuando vino la noche fui a la mezquita, entré, me puse a rezar, y pasé allí toda la noche. Pero al amanecer vi, por una de las ventanas que dan al río, que llegaban en una barca unos esclavos llevando dos cajas vacías. Las metieron en la mezquita y se volvieron a su barca.

      Pero uno de ellos, que se había quedado detrás de los otros, era el que me había servido de mediador. Y a los pocos momentos vi llegar a la mezquita a mi amada, la dama de SettZobeida. Y corrí a su encuentro, queriendo estrecharla entre mis brazos. Pero ella huyó hacia donde estaban las cajas vacías e hizo una seña al eunuco, que me cogió, y antes de que pudiese defenderme me encerró en una de aquellas cajas. Y en el tiempo que se tarda en abrir un ojo y cerrar el otro, me llevaron al palacio del califa. Y me sacaron de la caja. Me entregaron trajes y efectos que valdrían lo menos cincuenta mil dracmas. Después vi a otras veinte esclavas blancas, todas con pechos de vírgenes. Y en medio de ellas estaba SettZobeida, que no podía moverse de tantos esplendores como llevaba a partir del ombligo.

      Y las damas formaban dos filas frente a la sultana.

      Yo di un paso y besé la tierra entre sus manos. Entonces me hizo seña de que me sentase, y me senté entre sus manos. En seguida me interrogó acerca de mis negocios, mi parentela y mi linaje, contestándole yo a cuanto me preguntaba. Y pareció muy satisfecha, y dijo: "¡Alah! ¡Yo veo que no he perdido el tiempo criando a esta joven, pues le encuentro un esposo cual éste!" Y añadió:

      "¡Sabe que la considero como si fuese mi propia hija, y será para ti una esposa sumisa y dulce ante Alah y ante ti!". Y entonces me incliné, besé la tierra y consentí en casarme.

      Y SettZobeida me invitó a pasar en el palacio diez días. Y allí permanecí estos diez días, pero sin saber nada de la joven. Y eran otras jóvenes las que me traían el almuerzo y la comida y servían a la mesa.

      Transcurrido el plazo indispensable para los preparativos de la boda, SettZobeida rogó al emir de los Creyentes el permiso para la boda. Y el califa, después de dar su venia, regaló a la joven diez mil dinares de oro. Y SettZobeida mandó a buscar al kadí y a los testigos, que escribieron el contrato de matrimonio. Después empezó la fiesta. Se prepararon dulces de todas clases y los manjares de costumbre. Comimos, bebimos y se repartieron platos de comida por toda la ciudad, durando el festín diez días completos.

      Después llevaron a la joven al hammam para prepararla, según es uso.

      Y durante este tiempo se puso la mesa para mí y mis convidados, y se trajeron platos exquisitos, y entre otras cosas, en medio de pollos asados, pasteles de todas clases, rellenos


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