El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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Nilo".

      Al oír estas palabras, dije: "Es en verdad una idea excelente". Y en seguida reuní a los pregoneros y corredores y marché con ellos al khan Serur y les di todas las mercaderías, que llevaron a la kaisariat. Y lo vendí todo al por menor a los mercaderes, después que se escribieron las cláusulas de una y otra parte, ante testigos, con intervención de un cambista de la kaisariat.

      Despachado este asunto, volví al khan, permaneciendo allí tranquilo, sin privarme de ningún placer ni escatimar ningún gasto.

      Todos los días comía magníficamente, siempre con la copa de vino encima del mantel. Y nunca faltaba en mi mesa buena carne de carnero; dulces y confituras de todas clases. Y así seguí hasta que llegó el mes en que debía cobrar con regularidad mis ganancias. En efecto, desde la primera semana de aquel mes, cobré como es debido mi dinero. Y los jueves y los lunes me iba a sentar en la tienda de alguno de los deudores míos, y el cambista y el escribano público recorrían cada una de las tiendas, recogían el dinero y me lo entregaban.

      Y fue en mí una costumbre el ir a sentarme, ya en una tienda, ya en otra. Pero un día, después de salir del hammam, descansé un rato, almorcé un pollo, bebí algunas copas de vino, me lavé en seguida las manos, me perfumé con esencias aromáticas y me fui al barrio de la kaisariat Guergués, para sentarme en la tienda de un vendedor de telas llamado Badreddin Al Bostaní. Cuando me hubo visto me recibió con gran consideración y cordialidad, y estuvimos hablando una hora.

      Pero mientras conversábamos vimos llegar una mujer con un largo velo de seda azul. Y entró en la tienda para comprar géneros, y se sentó a mi lado en un taburete. Y el velo, que le cubría la cabeza y le tapaba ligeramente el rostro, estaba echado a un lado, y exhalaba delicados aromas y perfumes. Y la negrura de sus pupilas, bajo el velo, asesinaba las almas y arrebataba la razón. Se sentó y saludó a Badreddin, que después de corresponder a su salutación de paz, se quedó de pie ante ella, y empezó a hablar, mostrándole telas de varias clases y yo, al oír la voz de la dama tan llena de encanto y tan dulce, sentí que el amor apuñalaba mi hígado.

      Pero la dama, después de examinar algunas telas, que no le parecieron bastante lujosas, dijo a Badreddin: "¿No tendrías por casualidad una pieza de seda blanca tejida con hilos de oro puro?" Y Badreddin fué al fondo de la tienda, abrió un armario pequeño, y de un montón de varias piezas de tela sacó una de seda blanca tejida con hilos de oro puro, y luego la desdobló delante de la joven.

      Y ella la encontró muy a su gusto y a su conveniencia, y le dijo al mercader: "Como no llevo dinero encima, creo que me la. podré llevar, como otras veces, y en cuanto llegue a casa te enviaré el importe".

      Pero el mercader le dijo: "¡Oh mi señora!

      No es posible por esta vez, porque esa tela no es mía, sino del comerciante que está ahí sentado, y me he comprometido a pagarle hoy mismo". Entonces sus ojos lanzaron miradas de indignación, y dijo: "Pero desgraciado, ¿no sabes que tengo la costumbre de comprarte las telas más caras y pagarte más de lo que me pides? ¿No sabes que nunca he dejado de enviarte su importe inmediatamente?" Y el mercader contestó:

      "Ciertamente, ¡oh mi señora! Pero hoy tengo que pagar ese dinero en seguida". Y entonces la dama cogió la pieza de tela, se la tiró a la cara al mercader, y le dijo: "¡Todos sois lo mismo en tu maldita corporación!" Y levantándose airada, volvió la espalda para salir.

      Pero yo comprendí que mi alma se iba con ella, me levanté apresuradamente, y le dije:

      "¡Oh mi señora! Concédeme la gracia de volverte un poco hacia mí, y desandar generosamente tus pasos". Entonces ella volvió su rostro hacia donde yo estaba, sonrió discretamente, y me dijo: "Consiento en pisar otra vez esta tienda, pero es sólo en obsequio tuyo". Y se sentó en la tienda frente a mí.

      Entonces volviéndome hacia Badreddin. le dije: "¿Cuál es el precio de esta tela?"

      Badreddin contestó: "Mil cien dracmas". Y yo después: "Está bien. Te pagaré además cien dracmas de ganancia. Trae un papel para que te dé el precio por escrito".

      Y cogí la pieza de seda tejida con oro, y a cambio le di el precio por escrito, y luego entregué la tela a la dama, diciéndole:

      "Tómala, y puedes irte sin que te preocupe el precio, pues ya me lo pagarás cuando gustes.

      Y para esto te bastará venir un día entre los días a buscarme en el zoco, donde siempre estoy sentado en una o en otra tienda. Y si quieres honrarme aceptándola como homenaje mío, te pertenece desde ahora".

      Entonces me contestó: "¡Alah te lo premie con toda clase de favores! ¡Ojalá alcances todas las riquezas que me pertenecen, convirtiéndote en mi dueño y en corona de mi cabeza! ¡Así oiga Alah mi ruego!"

      Yo le repliqué: "¡Oh señora mía, acepta, pues, esta pieza de seda! ¡Y que no sea esta sola! Pero te ruego que me otorgues el favor de que admire un instante el rostro que me ocultas". Entonces se levantó el finísimo velo que le cubría la parte inferior de la cara y no dejaba ver más que los ojos.

      Vi aquel rostro de bendición, y esta sola mirada bastó para aturdirme, avivar el amor en mi alma y arrebatarme la razón. Pero ella se apresuró a bajar el velo, cogió la tela, y me dijo: "¡Oh dueño mío, que no dure mucho tu ausencia, o moriré desolada!" Y después se marchó. Y yo me quedé solo con el mercader, hasta la puesta de sol. Y me hallaba como si hubiese perdido la razón y el sentido, dominado en absoluto por la locura de aquella pasión tan repentina. Y la violencia de este sentimiento hizo que me arriesgase a preguntar al mercader respecto a aquella dama. Y antes de levantarme para irme, le dije: "¿Sabes quién es esa dama?" Y me contestó: "Claro que sí. Es una dama muy rica. Su padre fué un emir ilustre, que murió dejándole muchos bienes y riquezas".

      Entonces me despedí del mercader y me marché, para volver al khan Serur, donde me alojaba. Y mis criados me sirvieron de comer; pero yo pensaba en ella, y no pude probar bocado. Me eché a dormir; pero el sueño huía de mi persona, y pasé toda la noche en vela, hasta por la mañana.

      Entonces me levanté, me puse un traje más lujoso todavía que el de la víspera, bebí una copa de vino, me desayuné con un buen plato, y volví a la tienda del mercader, a quien hube de saludar, sentándome en el sitio de costumbre. Y apenas había tomado asiento, vi llegar a la joven, acompañada de una esclava. Entró, se sentó y me saludó, sin dirigir el menor saludo de paz a Badreddin. Y con su voz tan dulce y su incomparable modo de hablar, me dijo:

      "Esperaba que hubieses enviado a alguien a mi casa para cobrar los mil doscientos dracmas que importa la pieza de seda". A lo cual contesté: "¿Por qué tanta prisa, si a mí no me corre ninguna?" Y ella me dijo: "Eres muy generoso; pero yo no quiero que por mí pierdas nada". Y acabó por dejar en mi mano el importe de la tela no obstante mi oposición. Y empezamos a hablar. Y de pronto me decidí a expresarle por señas la intensidad de mi sentimiento.

      Pero inmediatamente se levantó, y se alejó a buen paso, despidiéndose por pura cortesía. Y sin poder sostenerme, abandoné la tienda, y la fui siguiendo hasta que salimos del zoco. Y la perdí de vista; pero se me acercó una muchacha, cuyo velo no me permitía adivinar quién fuese, y me dijo: "¡Oh mi señor! Ven a ver a mi señora, que quiere hablarte".

      Entonces, muy sorprendido, le dije: "¡Pero si aquí nadie me conoce!" Y la muchacha replicó: "¡Oh cuán escasa es tu memoria! ¿No recuerdas a la sierva que has visto ahora mismo en el zoco, con su señora, en la tienda de Badreddin?"

      Entonces eché a andar detrás de ella, hasta que vi a su señora en una esquina de la calle de los Cambios.

      Cuando ella me vió, se acercó a mí rápidamente, y llevándome a un rincón de la calle, me dijo: "¡Ojo de mi vida! Sabe que con tu amor llenas todo mi pensamiento y mi alma. Y desde la hora que te vi, ni disfruto del sueño reparador, ni como, ni bebo". Y yo le contesté: "A mí me pasa igual; pero la dicha que ahora gozo me impide quejarme".

      Y ella dijo: "¡Ojo de mi vida! ¿Vas a venir a mi casa, o iré yo a la tuya?" Yo repuse: "Soy forastero, y no dispongo de otro lugar que el khan, en donde hay demasiada gente. Por lo tanto, si tienes bastante confianza


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