El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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al que acompañaba un eunuco. Y me ocurrió con él tal aventura…" Y el pobre Hassan, notando que el sudor le bañaba la frente, fué a enjugarla, pero entonces tentó la huella de la piedra que le había herido, y dió un salto y dijo: "¡Por Alah! ¡Esta es la cicatriz de la pedrada que me tiró aquel muchacho!"

      Después reflexionó un instante, y añadió:

      "¡Es efectivamente un sueño! Este golpe es posible que me lo hayas dado tú hace un momento, en uno de nuestros transportes".

      Luego dijo: "Sigo contándote mi sueño.

      Llegué a Damasco, pero no sé cómo. Era una mañana, y yo iba como ahora me ves, en camisa y con un gorro blanco: el gorro del jorobado. Y los habitantes no sé qué querían hacer conmigo. Heredé la tienda de un pastelero, un viejecillo muy amable. ¡Pero claro; esto no ha sido un sueño! Porque he preparado un plato de granada que no tenía bastante aroma… ¿Y después…? ¿Pero he soñado todo esto o ha sido realidad…?"

      Entonces Sett ElHosn exclamó: "¡Querido mío, realmente has soñado cosas muy extrañas! ¡Por favor, prosigue hasta el final!"

      Y Hassan Badreddin, interrumpiéndose de cuando de cuando para lanzar exclamaciones, refirió a Sett ElHosn toda la historia, real o soñada, desde el principio hasta el fin. Y luego añadió: "¡Cuando pienso que por poco me crucifican! ¡Y me hubiesen crucificado si no se disipa oportunamente el sueño! ¡Por Alah! ¡Todavía sudo al acordarme del cajón!"

      Y Sett ElHosn le preguntó: "¿Y por qué te querían crucificar?" Y él contestó: "Por haber aromatizado poco el dulce de granada. ¡Oh!

      Me esperaba la terrible picota con un carretón arrastrado por dos búfalos del Nilo. Pero gracias a Alah, todo ha sido un sueño… Y a fe que la pérdida de mi pastelería, destruida por completo, me dió mucha pena".

      Entonces Sett ElHosn, que ya no podía más, saltó de la cama, se echó en brazos de Hassan Badreddin, y estrechándole contra su pecho empezó a besarle todo. Pero él no se movía. Y de pronto dijo: "¡No, no! ¡Esto es un sueño! ¡Por Alah! ¿dónde estoy? ¿dónde está la verdad?"

      Y el pobre Hassan, llevado suavemente al lecho en brazos de Sett ElHosn, se tendió extenuado y cayó en un sueño profundo, velado por su esposa, que de cuando en cuando le oía murmurar: "¡Es la realidad! ¡No! ¡Es un sueño!"

      Con la mañana volvió la calma al espíritu de Hassan Badreddin, que al despertarse se encontró en brazos de Sett ElHosn, viendo al pie del lecho a su tío el visir Chamseddin, que en seguida le deseó la paz. Y Badreddin le dijo: "¡Por Alah! ¿No has sido tú quien mandó que me atasen los brazos y has dispuesto la destrucción de mi tienda? ¡Y todo ello por estar poco aromatizado el dulce de granada!"

      Entonces el visir Chamseddin, como ya no había razón para callar, le dijo:

      "¡Oh hijo mío! Sabe que eres Hassan Badreddin, hijo de mi difunto hermano Nureddin, visir de Bassra. Y si te he hecho sufrir tales tratos ha sido para tener una nueva prueba con qué identificarte y saber que eras tú, y no otro, el que entró en la casa de mi hija la noche de la boda. Y esa prueba la he tenido al ver que conocías (pues yo estaba escondido detrás de ti) la casa y los muebles, y después tu turbante, tus calzones y tu bolsillo, y sobre todo, la etiqueta de esta bolsa y el pliego sellado del turbante, que contiene las instrucciones de tu padre Nureddin. Dispénsame, pues, hijo mío; porque no tenía otro medio de conocerte, ya que no te hube visto nunca, pues naciste en Bassra. ¡Oh hijo mío! Todo esto se debe a una divergencia que surgió hace muchos años entre tu padre Nureddin y yo, que soy tu tío".

      Y el visir le contó toda la historia, y después le dijo: "¡Oh hijo avío! En cuanto a tu madre, la he traído de Bassra, y la vas a ver, lo mismo que a tu hijo Agib, fruto de tu primera noche de bodas con tu prima". Y el visir corrió a llamarlos.

      El primero en llegar fué Agib, que esta vez se echó en brazos de su padre, y Badreddin, lleno de alegría, recitó estos versos: ¡Cuando te fuiste me puse a llorar, y las lágrimas se desbordaban de mis párpados!! ¡Y juré que si Alah reunía alguna vez a los amantes, afligidos por su separación, mis labios no volverían a hablar de la pasada ausencia. ¡La felicidad ha cumplido lo que ofreció y ha pagado su deuda ¡Y mi amigo ha vuelto! ¡Levántate hacia aquel que trajo la dicha, y recógete los faldones de tu ropón para servirle!

      Apenas concluyó de recitar, cuando llegó sollozando la abuela de Agib, madre de Badreddin, y se precipitó en los brazos de su hijo, casi desmayada de júbilo. Y a la vuelta de grandes expansiones y lágrimas de alegría, se contaron mutuamente sus historias y sus penas y todos sus padecimientos.

      Esta es, ¡oh rey afortunado! dijo Schehrazada al rey Schahriar la historia maravillosa que el visir Giafar AlBarmakí refirió al califa Harún AlRaschid, Emir de los Creyentes de la ciudad de Bagdad.

      Y son estas también las aventuras del visir Chamseddin, de su hermano el visir Nureddin y de Hassan Badreddin, hijo de Nureddin.

      Y el califa Harún AlRaschid dijo: "¡Por Alah, que todo esto es verdaderamente asombroso!" Y admirado hasta el límite de la admiración, sonrió agradecido a su visir Giafar, y ordenó a los escribas de palacio que escribiesen con oro y con su más bella letra esta maravillosa historia y que la conservasen cuidadosamente en el armario de los papeles para que sirviese de lección a los hijos de los hijos.

      Y la discreta y sagaz Schehrazada, dirigiéndose al rey Schahriar, sultán de la India y de la China, prosiguió de este modo:

      "Pero no creas, ¡oh rey afortunado! que esta historia sea tan admirable como la que ahora te contaré, si no estás cansado!" Y el rey Schahriar le preguntó: "¿Qué historia es esa?" Y Schehrazada dijo: "Es mucho más admirable que todas las otras". Y Schahriar preguntó: "¿Pero cómo se llama?" Y ella dijo:

      "Es la historia del Sastre, el Jorobado, el Judío, el Nazareno y el Barbero de Bagdad".

      Entonces el rey exclamó: "¡Te lo concedo! ¡Puedes contarla!"

       HISTORIA DEL JOROBADO CON EL SASTRE, EL CORREDOR NAZARENO, EL INTENDENTE Y EL MEDICO JUDIO; LO QUE DE ELLO RESULTO, Y SUS AVENTURAS SUCESIVAMENTE REFERIDAS

      Entonces Schehrazada dijo al rey Schahriar:

      "He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de las edades y de los siglos, hubo en una ciudad de la China un hombre que era sastre y estaba muy satisfecho de su condición. Amaba las distracciones apacibles y tranquilas y de cuando en cuando acostumbraba salir con su mujer, para pasearse y recrear la vista con el espectáculo de las calles y los jardines. Pero cierto día que ambos habían pasado fuera de casa, al regresar a ella, al anochecer, encontraron en el camino a un jorobado de tan grotesca facha, que era antídoto de toda melancolía y haría reír al hombre más triste, disipando todo pesar y toda aflicción. Inmediatamente se le acercaron el sastre y su mujer, divirtiéndose tanto con sus chanzas, que le convidaron a pasar la noche en su compañía.

      El jorobado hubo de responder a esta oferta como era debido, uniéndose a ellos, y llegaron juntos a la casa. Entonces el sastre se apartó un momento para ir al zoco antes de que los comerciantes cerrasen su tienda, pues quería comprar provisiones con qué obsequiar al huésped. Compró pescado frito, pan fresco, limones, y un gran pedazo de halaua (1) para postre.

      Después volvió, puso todas estas cosas delante del jorobado, y todos se sentaron a comer.

      Mientras comían alegremente, la mujer del sastre tomó con los dedos un gran trozo de pescado, y lo metió por broma todo entero en la boca del jorobado, tapándosela con la mano para que no escupiera el pedazo, y dijo: "¡Por Alah! Tienes que tragarte ese bocado de una vez sin remedio, o si no, no te suelto".

      Entonces el jorobado, tras de muchos esfuerzos, acabó por tragarse el pedazo entero. Pero desgraciadamente para él, había decretado el Destino que en aquel bocado hubiese una enorme espina. Y esta espina se le atravesó en la garganta, ocasionándole en el acto la muerte.

      Al llegar a este punto de su relato, vió Schehrazada,


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