El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
por quien lloro es nada menos que mi padre! porque mi abuelo y yo hemos abandonado nuestro país para recorrer todas las comarcas en su busca". Y Agib, al recordar su desgracia, rompió a llorar, mientras que Badreddin, emocionado por aquel dolor, lloraba también. Y hasta el eunuco inclinó la cabeza en señal de asentimiento. Sin embargo, hicieron los honores al magnífico tazón de granada perfumada, dispuesta con tanto arte. Y comieron hasta la saciedad, pues tan exquisita estaba.
Pero como apremiaba el tiempo, Hassan no pudo saber más, porque el eunuco hizo que Agib partiese con él hacia las tiendas del visir.
Y apenas se hubo marchado Agib, Hassan sintió que su alma se iba con él, y no pudo sustraerse al deseo de seguirle. Cerró en seguida su tienda, y sin sospechar que Agib era su hijo, marchó a buen paso, para alcanzarles antes de que hubiesen traspuesto la puerta principal de la ciudad.
Entonces el eunuco se apercibió de que el pastelero les seguía, y volviéndose hacia él, le dijo: "Pastelero, ¿por qué nos sigues?" Y Badreddin respondió: "Tengo que despachar un asunto fuera de la ciudad, y he querido alcanzaros para que vayamos juntos y regresar después en seguida. Además, vuestra partida me ha arrancado el alma del cuerpo".
Estas palabras indignaron profundamente al eunuco, que exclamó: "¡Parece que va a salirnos muy caro el dichoso dulce! ¡Qué maldito tazón! ¡Este hombre nos lo va a amargar! y he aquí que ahora nos seguirá a todas partes!" Entonces Agib, al volverse y ver al pastelero, se puso muy colorado, y balbuceó: "¡Déjalo, Said, que el camino de Alah es libre para todos los musulmanes!" Y añadió después: "Si viene hasta las tiendas, ya no habrá duda de que nos persigue, y entonces lo echaremos". Y dicho esto, Agib bajó la cabeza y continuó andando, y el eunuco marchaba a pocos pasos detrás de él.
En cuanto a Hassan, no dejó de seguirles hasta el Meidán de Hasba, donde estaban las tiendas. Y entonces Agib y el eunuco se volvieron, viéndole a pocos pasos detrás de ambos. Y esta vez acabó por enfadarse Agib, temiendo que el eunuco se lo contase todo a su abuelo: ¡que Agib había entrado en una pastelería y que el pastelero había seguido a Agib! Y asustado de que esto ocurriese, cogió una piedra y volvió a mirar a Hassan, que seguía inmóvil, contemplándole siempre con una extraña luz en los ojos.
Y Agib, sospechando que esta llama de los ojos del pastelero era una llama equívoca; se puso aún más furioso y lanzó con toda su fuerza la piedra contra él, hiriéndole de gravedad en la frente. Después, Agib y el eunuco huyeron hacia las tiendas. En cuanto a Hassan Badreddin, cayó al suelo, desmayado y con la cara cubierta de sangre.
Pero afortunadamente no tardó en volver en sí, se restañó la sangre, y con un trozo de su turbante se vendó la herida. Después comenzó a reconvenirse de este modo:
"¡Verdaderamente toda la culpa la tengo yo!
He procedido muy mal al cerrar la tienda y seguir a ese hermoso muchacho, haciéndole creer que le acosaba con fines sospechosos".
Y suspiró después: "¡Alah karim!" (Dios es generoso).
Luego regresó a la ciudad, abrió la tienda y siguió preparando sus pasteles y vendiéndolos como antes hacía, pensando siempre, lleno de dolor, en su pobre madre, que en la ciudad de Basara le había enseñado desde muy niño las primeras lecciones del arte de la pastelería. Y se puso a llorar, y para consolarse, recitó esta estrofa: ¡No pidas justicia al infortunio! ¡Sólo hallarás el desengaño! ¡Porque el infortunio jamás te hará justicia!
En cuanto al visir Chamseddin, tío del pastelero Hassan Badreddin, transcurridos los tres días de descanso en Damasco, dispuso que levantasen el campamento del Meidán, y continuando su viaje a Bassra, siguió el camino de Homs, luego el de Hama y por fin el de Alepo. Y en todas partes hacía investigaciones. De Alepo marchó a Mardin, después a Mossul y luego a Diarbekir. Y llegó por último a la ciudad de Bassra.
Entonces, apenas hubo descansado, se apresuró a presentarse al sultán de Bassra, que le recibió con mucha amabilidad, preguntándole el motivo de su viaje. Y Chamseddin le relató toda la historia, y le dijo que era hermano de su antiguo visir Nureddin. Al oír el nombre de Nureddin exclamó el sultán: "Alah lo tenga en su gracia!" Y añadió: "Efectivamente, Nureddin fué mi visir, y lo quise mucho, y murió hace quince años. Y dejó un hijo llamado Hassan Badreddin, que era mi favorito predilecto; mas un día desapareció, y no hemos vuelto a saber de él. Pero en Bassra está todavía su madre, la esposa de tu hermano, e hijos de mi antiguo visir, el antecesor de Nureddin.
Esta noticia colmó de alegría a Chamseddin, que dijo: "¡Oh rey! ¡Quisiera ver a mi cuñada!" Y el rey lo consintió.
Chamseddin corrió a casa de su difunto hermano inmediatamente después de haber averiguado las señas. Y no tardó en llegar, pensando todo el camino en Nureddin, muerto lejos de él, con la tristeza de no poder abrazarle. Y llorando, recitó estas dos estrofas: ¡Oh! ¡Vuelva yo a la morada de mis antiguas noches! ¡Logre yo besar sus paredes! ¡Pero no es el amor a estos muros de la casa querida el que me ha herido en mitad del corazón, sino el amor al que en ella vivía!
Atravesó Chamseddin la puerta principal, llegando a un gran patio, en cuyo fondo se alzaba la morada. La puerta era una maravilla de arcadas de granito, embellecida con mármoles de todos los colores. En el umbral, sobre una magnífica losa de mármol, vió el nombre de su hermano Nureddin grabado con letras de oro. Se inclinó para besar aquel nombre, y se afectó mucho, recitando estas estrofas: ¡Todas las mañanas pido noticias suyas al sol que sale! ¡Y todas las noches se las pido al relámpago que brilla! ¡Cuando duermo, hasta cuando duermo, el deseo, el aguijón del deseo, el peso del deseo, la sierra afilada del deseo trabaja en mí!! ¡Y nunca calma estos dolores! ¡Oh dulce amigo! ¡No prolongues más la dura ausencia! ¡MI corazón está destrozado, cortado en pedazos, por el dolor de este ausencia! ¡Oh! ¡Qué día. bendito, qué día tan incomparable sería aquel en que al fin pudiéramos reunirnos! ¡Pero no temas que por tu ausencia se haya llenado mi corazón con el amor de otro! ¡Mi corazón no es bastante grande para encerrar otro amor!
Después entró Chamseddin en la casa y atravesó varios aposentos, hasta llegar a aquel en que estaba generalmente su cuñada, la madre de Hassan Badreddin El Bassrauí.
Desde la desaparición de su hijo, se había encerrado en aquella estancia, y allí pasaba días y noches en continuo llanto. Y había mandado construir en medio de la habitación un pequeño edificio con su cúpula, para que figurase la tumba de su pobre hijo, al cual creía muerto desde mucho tiempo atrás. Y allí dejaba transcurrir entre lágrimas su vida, y allí, extenuada por el dolor, abatía la cabeza aguardando la muerte.
Al llegar junto a la puerta, Chamseddin oyó a su cuñada, que con voz doliente recitaba estos versos: ¡Oh tumba! ¡Dime, por Alah, si han desaparecido la hermosura y los encantos de mi amigo! ¿Se desvaneció para siempre el magnífico espectáculo de su belleza? ¡Oh tumba! No eres seguramente el jardín de las delicias ni el elevado cielo; pero dime, ¿cómo veo resplandecer dentro de ti la luna y florecer el ramo?
Entonces entró el visir Chamseddin, saludó a su cuñada con el mayor respeto, y la enteró de que era el hermano de su esposo Nureddin. Después le refirió toda la historia, haciéndole saber que Hassan, su hijo, se había acostado una noche con su hija Sett El Hosn y había desaparecido por la mañana, y Sett ElHosn quedó preñada y parió a Agib.
Después añadió: "Agib ha venido conmigo. Es tu hijo, por ser el hijo de tu hijo y mi hija".
La viuda, que hasta aquel momento había estado sentada, como una mujer de riguroso luto que renuncia a los usos sociales, al saber que vivía su hijo y que su nieto estaba allí y tenía delante a su cuñado el visir de Egipto, se levantó apresuradamente y se echó a los pies de Chamseddin, besándole, y recitó en honor suyo estas estrofas: ¡Por Alah! ¡Colma de beneficios a aquel que acaba de anunciarme esta nueva feliz, pues para mí es la noticia más dichosa y mejor de cuantas pueden oírse! ¡Y si le agradan los regalos, puedo hacerle el de un corazón desgarrado por las ausencias!
El visir ordenó que buscasen en seguida a Agib, y cuando éste se presentó, su abuela se abrazó a él llorando. Y Chamseddin le dijo:
"¡Oh