El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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      Entonces dispuse todos los preparativos de los funerales, y yo mismo la deposité en la sepultura y mandé verificar cuantas ceremonias preceden al entierro. Al regresar del cementerio entré en la casa y examiné todos sus legados y donaciones, y vi que entre otras cosas me había dejado grandes almacenes llenos de sésamo. Precisamente de este sésamo cuya venta te encargué, ¡oh mi señor! por lo cual te aviniste a aceptar un escaso corretaje, muy inferior a tus méritos.

      Y esos viajes que he realizado y que te asombraban eran indispensables para liquidar cuanto ella me ha dejado, y ahora mismo acabo de cobrar todo el dinero y arreglar otras cosas.

      Te ruego, pues, que no rechaces la gratificación que quiero ofrecerte, ¡ oh tú que me das hospitalidad en tu casa y me invitas a compartir tus manjares! Me harás un favor aceptando todo el dinero que has guardado, y que cobraste por la venta del sésamo.

      Y tal es mi historia, y la causa de que coma siempre con la mano izquierda.

      Entonces yo, ¡oh poderoso rey! dijo al joven: "En verdad que me colmas de favores y beneficios". Y me contestó: "Eso no vale nada. ¿Quieres ahora, ¡oh excelente corredor! acompañarme a mi tierra, que, como sabes, es Bagdad? Acabo de hacer importantes compras de géneros en El Cairo, y pienso venderlos con mucha ganancia en Bagdad. ¿Quieres ser mi compañero de viaje y mi socio en las ganancias?" Y contesté: "Pongo tus deseos sobre mis ojos". Y determinamos que partiríamos a fin de mes.

      Mientras tanto, me ocupé en vender sin pérdida ninguna todo lo que poseía, y con el dinero que aquello me produjo compré también muchos géneros. Y partí con el joven hacia Bagdad, y desde allí, después de obtener ganancias cuantiosas y comprar otras mercancías, nos encaminamos a este país que gobiernas, ¡oh rey de los siglos!

      Y el joven vendió aquí todos sus géneros y ha marchado de nuevo a Egipto, y me disponía a reunirme con él, cuando me ha ocurrido esta aventura con el jorobado, debida a mi desconocimiento del país, pues soy un extranjero que viaja para realizar sus negocios.

      Tal es, ¡oh rey de los siglos! la historia, que juzgo más extraordinaria que la del jorobado".

      Pero el rey contestó: "Pues a mí no me lo parece. Y voy a mandar que os ahorquen a todos, para que paguéis el crimen cometido en la persona de mi bufón, este pobre jorobado a quien matásteis".

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vió aparecer la mañana y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGÒ LA 27ª NOCHE

      Ella dijo:

      He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el rey de la China dijo: "Voy a mandar que os ahorquen a todos", el intendente dió un paso, prosternándose ante el rey, y dijo: "Si me lo permites, te contaré una historia que ha ocurrido hace pocos días, y que es más sorprendente y maravillosa que la del jorobado. Si así lo crees después de haberla oído, nos indultarás a todos". El rey de la China dijo: "¡Así sea!" Y el intendente contó lo que sigue:

       RELATO DEL INTENDENTE DEL REY DE LA CHINA

      "Sabe, ¡oh rey de los siglos y del tiempo! que la noche última me convidaron a una comida de boda a la cual asistían los sabios versados en el Libro de la Nobleza.

      Terminada la lectura del Corán, se tendió el mantel, se colocaron los manjares y se trató todo lo necesario para el festín.

      Pero entre otros comestibles, había un plato de arroz preparado con ajos, que se llama rozbaja, y que es delicioso si está en su punto el arroz y se han dosificado bien los ajos y especias que lo sazonan. Todos empezamos a comerlo con gran apetito, excepto uno de los convidados, que se negó rotundamente a tocar este plato de rozbaja. Y como le instábamos a que lo probase, juró que no haría tal cosa. Entonces repetimos nuestro ruego, pero él nos dijo: "Por favor, no me apremiéis de ese modo. Bastante lo pagué una vez que tuve la desgracia de probarlo". Y recitó esta estrofa: ¡Si no quieres tratarte con el que fue tu amigo y deseas evitar su saludo, no pierdas el tiempo en inventar estratagemas: huye de él!

      Entonces no quisimos insistir más. Pero le preguntamos: "¡Por Alah! ¿Cuál es la causa que te impide probar este delicioso plato de rozbaja?" Y contestó: "He jurado no comer rozbaja sin haberme lavado las manos cuarenta veces seguidas con soda, otras cuarenta con potasa y otras cuarenta con jabón, o sea ciento veinte veces".

      Y el amo de la casa mandó a los criados que trajesen inmediatamente agua y las demás cosas que había pedido el convidado.

      Y después de lavarse se sentó de nuevo el convidado, y aunque no muy a gusto, tendió la mano hacia el plato en que todos comíamos, y trémulo y vacilante empezó a comer. Mucho nos sorprendió aquello, pero más nos sorprendimos cuando al mirar su mano vimos que sólo tenía cuatro dedos, pues carecía del pulgar. Y el convidado no comía más que con cuatro dedos. Entonces le dijimos: "¡Por Alah sobre ti! Dinos por qué no tienes pulgar. ¿Es una deformidad de nacimiento, obra de Alah, o has sido víctima de algún accidente?" '

      Y entonces contestó: "Hermanos, aun no lo habéis visto todo. No me falta un pulgar, sino los dos, pues tampoco le tengo en la mano izquierda. Y además, en cada pie me falta otro dedo. Ahora lo vais a ver". Y nos enseñó la otra mano, y descubrió ambos pies, y vimos que, efectivamente, no tenía más que cuatro dedos en cada uno. Entonces aumentó nuestro asombro, y le dijimos:

      "Hemos llegado al límite de la impaciencia, y deseamos averiguar la causa de que perdieras los dos pulgares y esos otros dos dedos de los pies, así como el motivo de que te hayas lavado las manos ciento veinte veces seguidas". Entonces nos refirió lo siguiente:

      "Sabed, ¡oh todos vosotros! que mi padre era un mercader entre los grandes mercaderes, el principal de los mercaderes de la ciudad de Bagdad en tiempo del califa Harún AlRaschid. Y eran sus delicias el vino en las copas, los perfumes de las flores, las flores en su tallo, cantoras y danzarinas, los negros ojos y las propietarias de estos ojos.

      Así es que cuando murió no me dejó dinero, porque todo lo había gastado. Pero como era mi padre, le hice un entierro según su rango, di festines fúnebres en honor suyo, y le llevé luto días y noches. Después fui a la tienda que había sido suya, la abrí, y no hallé nada que tuviese valor; al contrario, supe que dejaba muchas deudas. Entonces fui a buscar a los acreedores de mi padre, rogándoles que tuviesen paciencia, y los tranquilicé lo mejor que pude. Después me puse a vender y comprar, y a pagar las deudas, semana por semana, conforme a mis ganancias. Y no dejé de proceder del mismo modo hasta que pagué todas las deudas y acrecenté mi capital con mis legítimas ganancias.

      Pero un día que estaba yo sentado en mi tienda, vi avanzar montada en una mula torda, un milagro entre los milagros, una joven deslumbrante de hermosura. Delante de ella iba un eunuco y otro detrás. Paró la mula, y a la entrada del zoco se apeó, y penetró en el mercado, seguida de uno de los dos eunucos.

      Y éste le dijo: "¡Oh mi señora! Por favor, no te dejes ver de los transeúntes. Vas a atraer contra nosotros alguna calamidad. Vámonos de aquí". Y el eunuco quiso llevársela. Pero ella no hizo caso de sus palabras, y estuvo examinando todas las tiendas del zoco, una tras otra, sin que viera ninguna más lujosa ni mejor presentada que la mía. Entonces se dirigió hacia mí, siempre seguida por el eunuco, se sentó en mi tienda y me deseó la paz. Y en mi vida había oído voz más suave, ni palabras más deliciosas. Y la miré, y sólo con verla me sentí turbadísimo, con el corazón arrebatado. Y no pude apartar mis miradas de su semblante, y recité estas dos estrofas: !Dí a la Hermosa del velo suave, tan suave como el ala de un palomo! ¡Dile que al pensar en lo que padezco, creo que la muerte me aliviaría! ¡Díle que sea buena un poco nada más! ¡Por ella, para acercarme a sus alas, he renunciado a mi tranquilidad!

      Cuando oyó mis versos, me correspondió con los siguientes: ¡He gastado mi corazón amándote! ¡Y este corazón rechaza otros amores! ¡Y si mis ojos viesen alguna vez otra beldad, ya no podrían alegrarse! ¡Juré no arrancar nunca tu amor de mi corazón! ¡Y sin embargo,


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