El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


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Y debía referirse a mí, o a alguien que se me pareciese, el poeta que habló de este modo: ¡Considero todos los oficios como collares preciosos, pero el barbero es la perla más hermosa del collar! ¡Supera en sabiduría y grandeza de alma a los más sabios y a los más ilustres, y su mano domina la cabeza de los reyes!

      Y replicando a tanta palabrería, le dije:

      "¿Quieres ocuparte en tu oficio, sí o no? Has conseguido destrozarme el corazón y hundirme el cerebro". Y entonces exclamó:

      "Voy sospechando que tienes prisa de que acabe". Y le dije: "¡Sí que la tengo! ¡Sí que la tengo! ¡Y sí que la tengo!" Y él insistió: "Que aprenda tu alma un poco de paciencia y de moderación. Porque sabe, ¡oh mi joven amo! que el apresuramiento es una mala sugestión del Tentador, y sólo trae consigo el arrepentimiento y el fracaso.Además, nuestro soberano Mohamed (¡sean con él las bendiciones y la paz!) ha dicho: "Lo más hermoso del mundo es lo que se hace con lentitud y madurez". Pero lo que acabas de decirme excita grandemente mi curiosidad, y te ruego que me expliques el motivo de tanta impaciencia, pues nada perderás con decirme qué es lo que te obliga a apresurarte de este modo. Confío, en mi buen deseo hacia ti, que será una causa agradable, pues me causaría mucho sentimiento que fuese de otra clase.

      Pero ahora tengo que interrumpir por un momento mi tarea, pues como quedan pocas horas de sol, necesito aprovecharlas".

      Entonces soltó la navaja, cogió el astrolabio, y salió en busca de los rayos del sol, y estuvo mucho tiempo en el patio. Y midió la altura del sol, pero todo esto sin perderme de vista y haciéndome preguntas.

      Después, volviéndose hacia mí, me dijo: "Si tu impaciencia es sólo por asistir a la oración, puedes aguardar tranquilamente, pues sabe que en realidad aun nos quedan tres horas, ni más ni menos. Nunca me equivoco en mis cálculos".

      Y

      yo contesté:

      "¡Por Alah! ¡Ahórrame estos discursos, pues me tienes con el hígado hecho trizas!"

      Entonces cogió la navaja, y volvió a suavizarla como lo había hecho antes, y reanudó la operación de afeitarme poco a poco, pero no podía dejar de hablar, y prosiguió: "Mucho siento tu impaciencia, y si quisieras revelarme su causa, sería bueno y provechoso para ti. Pues ya te dije que tu difunto padre me profesaba gran estimación; y nunca emprendía nada sin oír mi parecer".

      Entonces hube de convencerme que para librarme del barbero, no me quedaba otro recurso que inventar algo para justificar mi impaciencia, pues pensé: "He aquí que se aproxima la hora de la plegaria, y si no me apresuro a marchar a casa de la joven, se me hará tarde, pues la gente saldrá de las mezquitas, y entonces todo lo habré perdido". Dije, pues, al barbero: "Abrevia de una vez y déjate de palabras ociosas y de curiosidades indiscretas. Y ya que te empeñas en saberlo, te diré que tengo que ir a casa de un amigo que acaba de enviarme una invitación urgente, convidándome a un festín".

      Pero cuando oyó hablar de convite y festín, el barbero dijo: "¡Que Alah te bendiga y te llene de prosperidades! Porque precisamente me haces recordar que he convidado a comer en mi casa a varios amigos, y se me ha olvidado prepararles comida. Y me acuerdo ahora, cuando ya es demasiado tarde".

      Entonces le dije: "No te preocupe ese retraso, que lo voy a remediar en seguida. Ya que no como en mi casa por haberme convidado a un festín, quiero darte cuantos manjares y bebidas tenía dispuestos, pero con la condición de que termines en seguida tu negocio y acabes a escape de afeitarme la cabeza". Y el barbero contestó: "¡Ojalá Alah te colme de sus dones y te lo pague en bendiciones en su día! Pero ¡oh, mi señor! ten la bondad de enumerar, aunque sea muy suscintamente, las cosas con que va a obsequiarme, tu generoso desprendimiento, para que yo las conozca". Y le dije: "Tengo a tu disposición cinco marmitas llenas de cosas excelentes: berenjenas y calabacines rellenos, hojas de parra sazonadas con limón, albondiguillas con trigo partido y carne mechada, arroz con tomate y filetes de carnero, guisado con cebolletas. Además, diez pollos asados y un carnero a la parrilla.

      Después, dos grandes bandejas: una de kenafa y la otra de pasteles, quesos, dulces y miel. Y frutas de todas clases: pepinos, melones, manzanas, limones, dátiles frescos y otras muchas más". Entonces me dijo:

      "Manda traer todo eso aquí para verlo". Y yo mandé que lo trajesen, y lo fué examinando y lo probó todo, y me dijo: "¡Grande es tu generosidad; pero faltan las bebidas!" Y yo contesté: "También las tengo". Y replicó: "Di que las traigan". Y mandé traer seis vasijas, llenas de seis clases de bebidas, y las probó una por una, y me dijo: "¡Alah te provea de todas sus gracias! ¡Cuán generoso es tu corazón! Pero ahora falta el incienso, y el benjuí, y los perfumes para quemar en la sala, y el agua de rosas y la de azahar para rociar a mis huéspedes". Entonces mandé traer un cofrecillo lleno de ámbar gris, madera de áloe, nadd, almizcle, incienso y benjuí, que valía más de cincuenta dinares de oro, y no se me olvidaron las esencias aromáticas ni los hisopos de plata con agua de olor. Y como el tiempo se acortaba tanto como se me oprimía el corazón, dije al barbero: "Toma todo esto, pero acaba de afeitarme la cabeza, por la vida de Mohamed (¡sean con El la oración y la paz de Alah!)"

      Y el barbero dijo entonces: "¡Por Alah! No cogeré este cofrecillo sin haberlo abierto a fin de saber su contenido". Y no hubo más remedio que llamar a un criado para que abriese el cofrecillo. Y entonces el barbero soltó el astrolabio, se sentó en el suelo, y empezó a sacar todos los perfumes, incienso, benjuí, almizcle, ámbar gris, áloe, y los olfateó uno tras otro con tanta lentitud y tanta parsimonia, que se me figuró otra vez que el alma se me salía del cuerpo. Después se levantó, me dió las gracias, cogió la navaja y volvió a reanudar la operación de afeitarme la cabeza. Pero apenas había empezado, se detuvo de nuevo y me dijo:

      "¡Por Alah! ¡Oh, hijo de mi vida! ¡No sé a cuál de los dos alabar y bendecir hoy más extremadamente, si a ti o a tu difunto padre!

      Porque en realidad, el festín que voy a dar en mi casa se debe por completo a tu iniciativa generosa y a tus magnánimos donativos.

      Pero, ¿te lo diré? Permíteme que te haga esta confianza: Mis convidados son personas poco dignas de tan suntuoso festín. Son, como yo, gente de diversos oficios, pero resultan deliciosos. Y para que te convenzas, nada mejor que los enumere: en primer lugar, el admirable Zeitún, el que da masajes en el hammam; el alegre y bromista Salih, que vende torrados; Haukal, vendedor de habas cocidas;

      Hakraschat, verdulero;

      Hamid, basurero, y finalmente, Hakaresch, vendedor de leche cuajada.

      Todos estos amigos a quienes he invitado, no son, ni con mucho, de esos charlatanes, curiosos e indiscretos, sino gente muy festiva, a cuyo lado no puede haber tristeza.

      El que menos, vale más en mi opinión que el rey más poderoso. Pues sabe que cada uno de ellos tiene fama en toda la ciudad por un baile y una canción diferentes. Y por si te agradase alguna, voy a bailar y cantar cada danza y cada canción.

      Fíjate bien: he aquí la danza de mi amigo Zeitún, el del hammam. ¿Qué te ha parecido?

      Y en cuanto a su canción, es ésta: ¡Mi amiga es tan gentil, que el cordero más dulce no la iguala en dulzura!¡La quiero apasionadamente, y ella me ama lo mismo! ¡Y me quere tanto, que apenas me alejo un instante, la veo acudir y echarse en mi cama! ¡Mi amiga es tan gentil, que el cordero más dulce no la iguala en dulzura!

      Pero, ¡oh, hijo de mi vida! prosiguió el barbero he aquí ahora la danza de mi amigo el basurero Hamid. ¡Observa cuán sugestiva es, cuánta es su alegría y cuánta es su ciencia! Y escucha la canción: ¡Mi mujer es avara, y si le hiciese caso me moriría de hambre! ¡Mi mujer es fea, y si le hiciese caso estaría siempre encerrado en mi casa! ¡Mi mujer esconde el pan en la alacena! ¡Pero si no como pan y sigue siendo tan fea que haría correr a un negro de narices aplastadas, tendré que acabar por castrarme!

      Después, el barbero, sin darme tiempo ni para hacer una seña de protesta, imitó todas las danzas de sus amigos y entonó todas sus canciones. Y luego me dijo: "Eso es lo que saben hacer mis amigos. De modo que si quieres reírte de veras, he de aconsejarte, por interés tuyo y placer para todos, que vengas a mi casa, para


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