Demonios privados. Byron Mural

Demonios privados - Byron Mural


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tenía ni la más mínima idea de cómo haría para que su padre lo aceptara después de que descubriera el engaño que ambos habían fraguado haciéndolo pasar por un muchacho rico; ese problema lo solucionarían cuando llegara, por lo pronto ella se sentía infinitamente atraída por aquel muchacho sudoroso y trabajador.

      Doña Magali entró a la lavandería, la cual estaba ubicada en la parte trasera de la mansión; era un cuarto relativamente pequeño, allí tenían las máquinas de lavado y secado, generalmente solo las sirvientas entraban a ese lugar, era tanta la ropa que se lavaba en la mansión que el viejo Farid tuvo que comprar 5 lavadoras y 5 secadoras para dar cumplimiento a las demandas de todos los que bajo su techo se cobijaban. ―¿Marlen?… ―curioseó doña Magali dando un paso dentro de la lavandería. Su voz advirtió a la criada que la señora de la casa estaba dispuesta a todo para llegar a un acuerdo con ella.

      ―Señora… ―contestó, dejando la ropa a un lado y colocándose a un lado de la secadora, tenía pánico de lo que doña Magali le dijera; siempre la dueña de la casa tenía la razón, así tendría que ser siempre.

      ―Marlen, necesitamos hablar…

      ―Yo me tengo que ir de aquí señora, no es necesario que me despida.

      ―No, claro que no te vas a ir, lo que viste puedes callarlo, no necesitamos llegar a los extremos, si tú te callas yo te puedo dejar en tu puesto, por Dios, Marlen, llevas más de 5 años trabajando aquí, sé que es un tiempo relativamente corto, pero eres parte de la familia.

      ―Por lo mismo, señora, no podría verle la cara a mi niña Rania y ocultarle que usted y don Aldo, se, se entienden…

      Doña Magali se arrojó sobre ella y apretándole el cuello dijo en un tono amenazador:

      ―¡Está bien! ¡Lo vamos a hacer a mi manera! ¡Te vas a quedar aquí y vas a mantener la maldita boca cerrada, si dices lo que viste, te arranco la lengua, y te estoy hablando literalmente Marlen, si le cuentas a alguien lo que viste, yo misma te juro que me encargo de cavar tu tumba y enterrarte como se entierra a un perro! ¡Que conste que te lo advertí!

      La señora de la casa soltó el cuello de la muchacha, mientras en su rostro se borraba la rabia que sentía. Luego salió de la lavandería como si nada hubiera sucedido, mientras Marlen asimilaba las palabras amenazadoras de la señora Tafur; no tenía más opción que cerrar la boca o terminaría en una tumba fría… Explotó entonces, se recostó sobre la lavadora y lloró como si hubiera sido una niña de 3 años regañada severamente por su madre.

      Cuando Maité entró en su habitación encontró a su hermana sentada en la orilla de la cama.

      ―¿Rania? ¿Qué haces aquí? ¿Te pasa algo? ―interrogó mientras colocaba su cartera en la mesita de noche que estaba a un lado de la puerta al lado derecho de su cama. Rania estaba de espaldas y no contestó las preguntas que su hermana menor formulaba. Maité se acercó lentamente y se sentó a su lado, allí descubrió que su hermana estaba llorando.

      ―Rania, por Dios, empiezas a asustarme, ¿qué te pasa?

      ―Estoy preñada.

      Al escuchar esa frase Maité empezó a sonreír y su alma se llenó de ilusión, un sobrinito, trató de entender el llanto de su hermana y rodeó los hombros de Rania con sus brazos.

      ―Sé que ser madre no es una tarea fácil, pero un hijo siempre es una bendición, no quiero que estés triste por eso.

      ―Maité, temo por mi bebé, no quiero hacerle daño.

      ―Por Dios, Rania ¿de qué hablas?

      ―Para nadie es un secreto que tengo una enfermedad nerviosa, temo que pueda dañar a mi bebé, si tomando medicina me pongo como me pongo, ¿te puedes imaginar si no tomo nada?, por lo mismo el doctor me suspendió el tratamiento.

      ―Hermanita, relájate, justamente es lo que necesitas, relajarte y no pensar en eso. Ser madre ha de ser algo hermoso, disfruta esta etapa, ¿Aldo ya lo sabe?

      ―Sí, recién hoy nos enteramos juntos, fuimos a ver al doctor y él nos dio la noticia.

      ―Bueno, relájate, tómate un tecito y recuéstate un rato, apenas estas empezando una carrera que durará nueve meses, yo le pido a cualquiera de las sirvientas que te suba tu té, quédate aquí en mi cuarto. Yo voy a salir…

      Diciendo esto tomó su bolsa de nuevo, mientras lentamente Rania se recostaba en la cama de su hermana.

      ―Vuelvo al rato, y te felicito hermana ¡qué emoción vas a ser madre!

      Aldo estaba nervioso, miraba su computadora y no se podía concentrar, estaba en su oficina en la Procesadora de Mariscos, la que estaba ubicada en el último nivel del edificio.

      ―Señor, su cuñada lo busca ―dijo su secretaria por el teléfono.

      ―Hazla pasar ―ordenó el aún presidente de la empresa familiar. En efecto, Maité entró a la oficina, cerrando tras ella la puerta. Dejó su bolsa sobre la silla que estaba frente al escritorio de su cuñado y se acercó lentamente a él, y sin que este pudiera esquivarlo, le dio una cachetada, luego, sin que tuviera chance, le dejó ir otra de vuelta. Éste se puso de pie para contenerla.

      ―¡Maldito estúpido! ―le gritó enojadísima―, hiciste que yo abortara a tu hijo, ¿vas a hacer lo mismo?, ¿vas a hacer que mi hermana aborte el hijo que le hiciste?

      Aldo detuvo a Maité, pues esta estaba dispuesta a seguir golpeándolo, con sus manos aprisionó las de la joven furiosa y trató de calmarla:

      ―Maité, cálmate, no es el lugar.

      ―¿No es el lugar?, ¿olvidas cuántas veces me hiciste el amor sobre este maldito escritorio? Entonces sí era el lugar, ¿no?

      ―Maité, ya supéralo, yo no voy a estar contigo nunca.

      ―Te maldigo, Aldo, eres el hombre más infeliz que pude conocer en mi vida. No sé cómo no se me soltó la lengua y le conté todo a mi hermana, eras mi novio Aldo, eras mi novio, nos íbamos a casar, claro, al conocer a mi hermana la elegiste mejor a ella ¿y yo?, ¿y yo qué? ¿Dónde quedaba mi amor por ti?

      ―Te he pedido perdón mil veces, mil veces, en el corazón no se manda.

      La chica empezó a llorar de dolor, de rabia, de impotencia, aún seguía sintiendo ese amor apasionado por su cuñado, en el pasado Aldo la había marcado y esa marca ni Gabriel ni nadie la borraría, los primeros amores, siempre los primeros amores son los más destructivos cuando se vuelven imposibles.

      ―Te enamoraste de la estúpida enferma cretina de mi hermana. A veces pienso que debí matarte, infeliz. Tú no te mereces un hijo, no mereces que nadie te diga papá, maldito asesino, nunca debí aceptar abortar, maldito el día que te conocí.

      ―¿Puedes retirarte? O ¿quieres que llame a seguridad?

      Maité se le soltó y arrojó a su cuñado con todas sus fuerzas para quitarlo de donde estaba, entonces se sentó en la silla que Aldo ocupaba y ahogada en histeria reclamó:

      ―¿Tú?, ¿tú me vas a echar de la fábrica de mi padre, maldito estúpido?, a ver, eso sí lo quiero ver, llama a tus achichicles y que me saquen y te juro que, si me ponen una mano encima, no solo ellos saldrán despedidos, sino que tú también. Esta empresa es más mía que tuya, imbécil, así que aquí me voy a quedar el tiempo que se me dé la gana.

      ―Por Dios, Maité, no hagas esto más difícil.

      La joven suspiró, intentaba calmarse, inhalo y exhaló fuertemente y su temperamento cambió de histeria a calma en un santiamén, entonces se levantó de la silla y acercándose a él, dijo sensualmente:

      ―¿Estás seguro que quieres que me vaya? ―Se secó las lágrimas con delicadeza y levantándose la falda, añadió:

      ―Apuesto a que quisieras revivir viejos tiempos, ¿recuerdas los gemidos de placer que pegaba sobre este escritorio?


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