Demonios privados. Byron Mural

Demonios privados - Byron Mural


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estás utilizando, siempre he pensado que no me amas como dices ―agregó Gabriel en un tono de decepción.

      ―Amor, ¿sabes cuantos chicos ricos hay en Costa Asunción? Muchos, pero todos son unos señoritos, ¿no entiendes? Me encantas, amo el olor a sudor de hombre, eres el chico más guapo de toda la zona, eres fuerte, ¿para qué quiero yo a mi lado a alguien que quiera quitarme mis pinturas de uñas? Y lo digo por esos hijos de riquillos, consentidos que truenan los dedos y sus deseos se cumplen, yo no quiero un muñeco a mi lado, yo quiero un macho, un hombre, un compañero. Tú, tú llenas todas mis expectativas, y no te estoy utilizando amor.

      ―Nunca jamás te podré dar un nivel de vida como al que estás acostumbrada, Maité ¿Lo entiendes?

      ―Amor, ¿cuántas veces vamos a hablar de lo mismo? Tú no tienes que mantenerme a mí, los dos vamos a trabajar por hacer nuestro propio patrimonio y si mi padre me deshereda, pues iniciamos de cero, ¿cuál es en sí el problema? No me hagas creer que eres tú el que no me ama.

      ―Claro que te amo, y te amo más que a mi vida, solo quiero que seas feliz.

      ―Solo déjame estar a tu lado, así seré feliz. Amor, necesito que me hagas un favor, y para eso vamos a tener que hacer algo que quizá no te guste mucho.

      ―¿De qué se trata, Maité?

      Aldo entró feliz a la mansión, acompañado de su esposa.

      ―¡Sidi, Sidi Farid! ―gritó desde la puerta.

      Al oírlo, el padre de Rania salió de su estudio apresurado en su silla de ruedas, muy asustado.

      ―Por Alá, ¿qué pasa? ―exclamó.

      Aldo corrió a su lado y acurrucándose ante él dijo:

      ―Va a ser abuelo, ¡estamos embarazados!

      ―¡Por Alá! ¿Es verdad, Rania?

      ―Sí, papi, estoy esperando un hijo.

      Aldo se extrañó al ver en el rostro de su suegro una expresión de desagrado, la noticia lejos de alegrarle parecía enojarle, no era normal que un futuro abuelo tomara esa actitud, por lo que el muchacho se atrevió a decir:

      ―No entiendo su expresión, Sidi, lejos de estar feliz parece que está apenado o peor aún, enojado.

      ―No, no, claro que no, estoy feliz, solo que la noticia me tomó por sorpresa, esperaba esta noticia, pero no tan pronto. ― El tono con el que habló aún era de desconcierto, ¿eran tan inconscientes los jóvenes de no cuidarse y traer a un niño al mundo tan pronto?

      Aldo se puso de pie y fue a donde estaba su esposa y acariciando su aún oculto vientre preguntó:

      ―¿Dónde está mi suegrita? quiero darle la noticia.

      ―Está en la cocina ―indicó el viejo Farid en un tono frío.

      ―¿Vamos a darle la noticia? ―preguntó el entusiasmado futuro padre a Rania con una sonrisa rebosante de felicidad.

      ―¿Puedo hablar contigo, hija?

      La pregunta de su padre hizo que Rania se sintiera un poco nerviosa, siempre que su padre pedía hablar a solas con ella no era para cosas buenas.

      ―Ve con él, yo le daré la sorpresa a tu mamá ―aconsejó Aldo a su esposa y diciendo esto se fue a la cocina, mientras Sidi Farid invitaba a su hija a su despacho.

      Aldo, entusiasmado, entró en la cocina y vio a su suegra ocupadísima, no le importó, le dio la hermosa noticia. “Va ser abuela” le dijo sin ningún preámbulo.

      Doña Magali frunció el ceño, en su rostro solo podía leerse rabia y desconcierto; su joven yerno no pudo esquivar la bofetada que su suegra le propinó.

      ―¡Estúpido! ―Fueron las palabras llenas de ira de doña Magali, dejando a su yerno paralizado por sus acciones.

      III

      A mi manera

      Sidi Farid pidió a Rania que cerrara la puerta después de que ambos entraran a su despacho. Ella lo hizo y lo siguió hasta su escritorio, se sentó frente a él, mientras este se acomodaba al otro lado.

      ―Hija, durante estos años te hemos estado tratando de los nervios y sabes perfectamente que te ha costado mucho superar esa gran crisis nerviosa que te afecta, ahora estoy preocupado porque, como es lógico, no podrás continuar con tu tratamiento, necesito que trates de relajarte y controlarte, todo lo que hagas le afectará al bebé.

      Rania entrelazó sus manos, tenía un semblante tranquilo, parecía que durante años había estado esperando el mágico momento de quedar embarazada.

      ―Sí, papi ―contestó―, ahora que suspendió mi tratamiento, el doctor me advirtió que tengo que estar más relajada. Y pues solo espero poder aguantar estos largos nueve meses que están por venir.

      ―Alá lo permitirá, mi amor, te lo aseguro. Alá no abandona a sus fieles.

      ―Gracias por amarme tanto, papá, sé que eso de “fieles” lo dices por el gran amor que me tienes.

      ―Alá ama más que yo, mil veces más que yo. Es fiel y es infinitamente perfecto, él te dará las fuerzas para continuar sin medicamentos, mi amor. Ahora regresa con tu marido ―sugirió guiñándole el ojo.

      ―Alá, perdóname por lo que estoy haciendo. Perdóname, oh Dios, rico en misericordia ―exclamó en voz alta el viejo árabe al verse solo en su despacho, su suplica estaba llena de aflicción, pero también tenía la esperanza de que Dios escuchara sus oraciones.

      Al no poder evadir la cachetada, se abalanzó sobre doña Magali y la besó en la boca apasionadamente, esta se resistió al inicio, pero al no poderse zafar de los labios de su yerno, se dejó caer en las garras de la pasión que tiempo atrás ya los había consumido. Noches que juntos habían pasado fuera de la mansión cuando Aldo aún era novio de Rania, pero cuando se toman riesgos tan grandes como este generalmente trae consecuencias. De pronto y sin previo aviso entró en la cocina Marlen y al ver la escena se tapó la boca para no gritar. Pero fue inútil, doña Magali y Aldo la vieron y la sirvienta salió corriendo de la cocina:

      ―¡Marlen! ¡Marlen! ―gritó la dueña de la mansión Tafur, pero no logró detenerla.

      Marlen corrió cruzando por la sala, pero se estrelló contra Rania.

      ―¡Marlen! ¿Qué te pasa?

      ―Nada, mi niña, yo, yo…

      En ese momento llegó doña Magali seguida de Aldo, los dos no podían ocultar su excitación, una mezcla de pánico y miedo envolvía los rostros de ambos.

      La criada se sentía acorralada, ella no era nadie y aunque llevaba años al servicio de los Tafur su cabeza rodaría por la imprudencia de haber entrado en la cocina y darse cuenta que la señora de la casa no era realmente tan respetable como se pregonaba en toda Costa Asunción.

      ―Doña Magali, voy a ir por la ropa sucia ―anunció en un tono pausado y lleno de miedo.

      ―¿Pasa algo, mamá?

      ―No pasa nada, hija, solo que Marlen y yo necesitamos hablar, pero después lo haremos.

      ―La sirvienta está nerviosa porque ocurrió un accidente en la cocina, ya lo solucioné yo, pero salió corriendo y por eso veníamos a tranquilizarla, por un poco hace explotar la estufa… ―explicó Aldo mientras clavaba su mirada amenazante en la sirvienta.

      Doña Magali se retiró del lugar argumentando que iría a la lavandería de la casa para tranquilizar a la joven empleada.

      Aldo dio un cálido beso a su esposa y se retiró a la Procesadora, dejando a su esposa, quien, entusiasmada, acariciaba su


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