Yo fui la elegida. Begoña Ameztoy

Yo fui la elegida - Begoña Ameztoy


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      Contenido

      1  Sinopsis

      2  Yo fui la elegida. LOS HIJOS DE AMETS

      3  Autora

      4  Legal

      Maravillas Asparren, la protagonista de esta singular historia, se adentra en los retorcidos laberintos de su memoria para recuperar su infancia perdida y llevarnos de la mano a través de un mundo misterioso, tan inverosímil como cierto. Circunstancias extraordinarias y desconcertantes, acontecimientos inexplicables que conforman la geografía humana de la inquietante saga familiar de LOS HIJOS DE AMETS.

      Apariciones, ensoñaciones y tradiciones ancestrales del Valle de Beriain, en lo más profundo de la barranca navarra, se entremezclan hasta conformar un universo único que la autora ya anticipó en El Señor de las Maravillas.

      En Yo fui la elegida nos permite conocer la deriva de unos personajes que se mueven entre el realismo mágico, el relato gótico y la novela de aventuras, cuya historia parece no tener fin.

      A Jorge Oteiza.

      Cuando Luzbel cayó del cielo,

      cubrió la tierra con su simiente.

      NOTA: Cecilio Asparren, el padre de mi abuelo Graciano, a quien llamaban el Moro, levantó la casa de Amets, por eso es el punto de partida de esta historia. Una historia real plagada de hechos tan increíbles como ciertos. Tan ciertos como otros, que, siendo aún más extraños, jamás revelaré.

      Hace casi seis meses que no sé nada de mi abuela Úrsula. Y, sin embargo, en todo este tiempo no he dejado de soñar con muertos. Con mi abuelo Graciano, con mi padre, con mi madre, con mis tíos Bibiano y Maravillas y hasta con Anselma, la partera de Izarra. He soñado con todos, excepto con mi abuela. Y a ella no se lo perdono. Porque no solo no se me aparece, sino que me envía mensajes equívocos utilizando cualquier medio para manifestarse. Por ejemplo, cuando aparto la mirada de un objeto para fijar la vista en otro, continúo viendo un rastro, una huella, una sombra del anterior, que se desplaza a mi espalda lento y silencioso. Sé perfectamente que es ella. No puede engañarme. También sé que es ella cuando aparecen reflejos extraños en los espejos. Es una táctica que emplea a menudo y en la que se regodea, pero yo en ningún caso le sigo el juego, la trato de igual a igual. Que no piense que porque está muerta es más poderosa que yo.

      Siempre estuve bien aleccionada por Maritxu Guller, la Bruja de Ulía, y no solo respecto al tema de los espejos, sino a tantos conocimientos y experiencias que compartí con ella. Por eso estaba decidida a revelarle mi propósito de escribir la historia de mis ancestros. Necesitaba su opinión y su consejo. Llevaba demasiado tiempo intentando convencerme a mí misma, además de a otros familiares, con mi primo Marcos a la cabeza, que se trataba de un proyecto lícito, incluso loable, pero había algo en lo más profundo de mi mente que también rechazaba la idea. ¿Tal vez el temor de importunar a los muertos?

      Recuerdo aquella tarde de una manera muy especial. Maritxu me recibió eufórica y comunicativa, sin embargo, no me llevó, como en otras ocasiones, a la mesita junto a la ventana orientada al paseo de Jai Alai. Nada me hizo sospechar entonces la experiencia que estaba a punto de vivir.

      –¿A qué no sabes qué día es hoy? –preguntó deteniéndose en el dintel de la puerta.

      –No –respondí sorprendida.

      –Santa Rita, abogada de los imposibles.

      –¡Qué curioso! –dije por compromiso.

      –Sus divisas son las rosas y un estigma sobre la frente en forma de cruz. Era una mujer muy segura de sí misma y muy inteligente. No creas que los santos son blandos y débiles, al contrario, para ser mártir hay que tener las ideas muy claras –después se colgó de mi brazo, había algo que quería enseñarme.

      –Pero ahora tenemos un tema más urgente que tratar. Ya veo que sigues con tus miedos.

      Nos sentamos en la mesa del comedor.

      –Escucha lo que te voy a decir: A los muertos nunca les demuestres ni tu miedo ni tu inseguridad –repitió con aquel énfasis que imprimía a sus palabras–. Los muertos son como los vivos, necesitan conocer tus puntos débiles.

      –O sea, que somos igual de cabrones vivos que muertos.

      Intentó disimular una carcajada, pero le delató la extraordinaria viveza de sus ojos.

      –¡Calla! No digas palabrotas –después se giró hacia un espejo que había al fondo–. Mira ¿ves aquellos reflejos en la parte superior derecha?

      Intenté aguzar la vista. Sí, era un punto de luz que, de pronto sin motivo aparente, se desintegraba en infinitos y diminutos rayos dorados.

      –Creo que sí –me levanté y fui hacia el espejo para señalar su posición y demostrar que yo también era capaz de advertir aquel extraño fenómeno.

      –No hace falta que me indiques donde está.

      Asentí avergonzada comprendiendo lo que quería decirme.

      –No hace falta porque tú sabrías si te estoy mintiendo ¿verdad?

      –Sí, claro que lo sabría –respondió con su habitual sonrisa maliciosa–. Aquí no valen las mentiras. O ves o no ves. Y yo sé perfectamente que tú ves sin que tengas necesidad de decírmelo.

      Volví a ocupar mi asiento frente a ella.

      –¿Qué es ese punto de luz, Maritxu?

      –Es el espíritu de un muerto. A ellos les gustan mucho los espejos y los cristales de las ventanas, como a las moscas –añadió sin perder un ápice de su elegante compostura.

      No me sorprendió su comentario. A mí también me repugnan los insectos.

      –¿Un muerto? ¿Quién? ¿Algún familiar?

      Pero se cruzó de brazos para cerrar el tema.

      –Yo sé quién es, pero vamos a dejarlo ahí. Es verdad que normalmente son familiares. Los muertos se quedan en el lugar donde han vivido... –movió la cabeza con una mueca de fastidio–. Aunque a veces van buscando acomodo donde más les interesa. De fuera vendrán que de casa te echarán –sentenció esta vez con una abierta carcajada.

      –Precisamente de eso quería hablarte, Maritxu.

      –¿Ah sí? –sonrió de nuevo como si mi comentario le sorprendiera.

      –Sí, necesito que me des tu opinión. Sabes que me cuesta mucho creer, pero es fascinante lo que aprendo contigo –añadí protocolaria.

      Pero a Maritxu no le interesaban los protocolos ni los halagos. Cruzó las manos sobre el regazo y se recostó en el asiento.

      –Te escucho –dijo entrecerrando los ojos.

      Era un momento delicado. Me sabía observada por alguien que intuía mis respuestas de antemano.

      –Por fin he decidido escribir la historia de mi familia –dije sosteniendo su mirada–. Aunque no sé si debo decir la historia de mi familia, o en realidad solo es una excusa para escribir mi propia historia. Necesito recordar todo lo que he olvidado. Mi archivo de infancia está completamente en blanco.

      –Lo sé, lo sé –repitió antes de añadir–. Tu historia y la de tu familia están unidas. Y más en tu caso, eres la principal depositaria de su


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