Yo fui la elegida. Begoña Ameztoy
ocurriría realmente en aquella habitación para que el alma de Regina no pudiera descansar en paz? ¿Qué quería revelarnos en sus apariciones?
–¿Crees que tiene algún sentido que llevara siempre el rostro cubierto con el velo?
–Sí –asintió–. Ocultar el rostro no solo significa ocultar la identidad, sino también la verdad... o incluso la vergüenza de una ignominia, o de un pecado...
Estaba a punto de confiarme sus conjeturas, pero de pronto movió las manos enérgicamente.
–¡Vamos a dejarlo! No podemos resolverlo ni tú ni yo... Solo intentaba decirte que el miedo siempre es una carga inútil, que hasta puede llegar a costar la vida.
En aquel momento creí intuir que Maritxu al compartir aquella experiencia, esperaba algo de mí.
–¿Pero tú no crees que ella muriera de miedo... verdad?
Apretó los labios moviendo la cabeza de un lado a otro.
–No, no lo creo.
–¿Y me lo has contado porque esperabas que yo pudiera serte útil?
Sonrió abiertamente.
–Sí, sabes que confío en ti. “Casualmente” –añadió con un tonillo capcioso–. He señalado la página del Blanco y Negro con la carta de “la sacerdotisa” de mi tarot. En este caso, tú eres la joven sacerdotisa –suspiró hondamente antes de continuar–, pero quizás no sea el momento de que salga a la luz –concluyó.
De nuevo permanecimos en silencio. Sentí que la había decepcionado.
–¿Por qué dices que puede no ser el momento?
–Ha pasado demasiado tiempo.
–Pero el tiempo no existe en el más allá.
–Tienes razón Mara –sonrió maliciosa moviendo las manos como si descorriera una pesada cortina–. Tu visita de hoy ha sido providencial. Ahora entiendo algo que no encajaba en mi historia. Cualquier experiencia simple puede resultar útil para comprender una situación compleja.
Me sentí halagada y reconocida.
–Algo así como una revelación, Maritxu... ¿Quieres saber lo primero que he pensado?
–Sí, por supuesto –respondió apoyándose en una mesa de caoba frente a la biblioteca.
–Verás, al escucharte no he podido evitar visualizar la escena –suspiré intentando ordenar los elementos de aquella macabra historia–. El capellán del convento secretamente enamorado de la novicia, entró en el velatorio con la intención de mantener relaciones sexuales con ella. Tal vez incluso consentidas. De ahí, como tú dices, la sensación de pecado que tendría Regina que la obligaba a ocultar su rostro detrás del velo en sus apariciones.
–Sigue... –dijo Maritxu sin apartarme la mirada.
–Sin embargo, no podremos saber nunca si fueron consentidas o no... porque si se tratara de una violación, Regina también se ocultaría detrás del velo por la ignominia y la humillación que supondría.
–¿Qué más? –insistió impaciente por conocer el desenlace.
–En cualquiera de los dos casos, el capellán la mató –concluí tajante–. Regina era demasiado joven e inexperta, acabaría delatándole incluso si ella hubiera consentido. Y en el supuesto de una violación, también.
Maritxu escuchaba impasible como si se limitara a verificar la exactitud de un relato que ya conocía.
–¿Cómo la mató?
–Si no había en su cuerpo signos de violencia, probablemente asfixiada... Y después... muy original por su parte, elaboró la teoría de las convulsiones de la monja difunta y el ataque al corazón de Regina. Por eso la colocó sujetando el manillar de la puerta desesperadamente.
–La asfixia deja signos muy claros ¿cómo resuelves el resultado de la autopsia?– preguntó rasgando los ojos.
–No creo ni que se la hicieran. Y hasta es posible que falleciera de un ataque al corazón mientras la asfixiaba.
Maritxu cabeceó como si aceptara todas y cada una de mis conjeturas.
–Quizás con el “beso de la muerte”.
–No lo conozco, ¿cuál es?
–Sujetar los brazos de la mujer, después besarle en la boca y tapar la nariz al mismo tiempo. No es difícil para un hombre medianamente corpulento y una adolescente frágil como Regina.
–Entonces... ¿Tú crees que pudo ocurrir así? ¿Y todo esto en presencia de la difunta en el ataúd?
Esperó unos segundos antes de responder.
–Sí, incluso es posible que esa circunstancia fuera un aliciente para el capellán. La capacidad de abyección del ser humano es insondable... O como diría un comisario avezado... “sigue siendo una hipótesis factible” –esperó unos segundos antes de concluir con una sonrisa–. Lo sabía, Mara, me has ayudado... y a ella también.
–¿A ella? ¿A quién te refieres? –pregunté sospechando cuál iba a ser su respuesta.
–A Regina –respondió distraída sumida en sus cavilaciones.
Simulé un aparatoso escalofrío.
–¡Uf! Se me ponen los pelos de punta, Maritxu ¿por qué dices eso?
–Porque para un espíritu atormentado lo peor es que nadie llegue a conocer nunca su verdad. Si al menos dos personas hemos sido capaces de imaginar lo que realmente pudo ocurrir, esta sospecha, este pensamiento nuestro ya ha comenzado a tomar cuerpo. Se expandirá y lo podrán captar otras mentes.
–Qué teoría tan interesante, Maritxu. Me parece creíble y muy lógica... ¿Pero puedo preguntarte algo?
Me miró como si de pronto volviera a la realidad.
–Pregúntame lo que quieras.
–Al margen de lo que ocurriera con Regina y el capellán. ¿Tú crees que yo hubiera pasado la prueba del velatorio?
–¿No te parece que debería ser yo quien formulara esa pregunta?
–No lo sé, pero es como si me sintiera obligada a demostrarte que no tengo miedo.
Sonrió con dulzura.
–A mí no tienes nada que demostrarme. No lo hago por mí... eres tú quien debe fortalecerse. Pero no olvides la enseñanza que puede encerrar para ti esta historia.
No pude ocultar mi sorpresa.
–¿Para mí? No veo ninguna similitud.
–Sí la hay.
–¿Cuál?
–La inocencia –respondió sin vacilar.
Forcé una risa bastante ridícula.
–Perdona, Maritxu, yo no soy ninguna monjita de diecisiete años.
–No tiene que ver contigo... tiene que ver con él.
Por un momento pensé que desvariaba.
–¿Con quién?
–Con ese fraile al que vas a ver mañana. Tu inocencia respecto a sus intenciones es la misma que la de Regina de la Cruz respecto al Capellán del convento.
La abracé con ternura.
–Eres una anciana bondadosa –respondí buscando su complicidad. Pero ella no me siguió la broma.
–Cuídate –me dijo– y recuerda que siempre puedes dejarlo todo. Tu destino final, metafísico, es lo único importante.
Fue la última vez que vi a Maritxu Guller con vida. Falleció al poco tiempo de que todo esto ocurriese.