El hechizo de la misericordia. José Rivera Ramírez
lo más corriente es que estéis atendiendo a un grupito que ya está hecho, y que vienen a Misa el Domingo, y les decís que tienen que venir a Misa… Porque caemos, más o menos todos, en reñir a la gente por lo que hacen otros ¿no?, que además no se lo van a contar. Pero tenemos la obsesión, precisamente, de decir «esta persona está en pecado» –porque objetivamente hablando está en pecado–, no sé cómo está, pero objetivamente está en pecado: ¿Por qué no la busco? Porque esto lo dice la parábola, vamos.
Y llegamos así a una conclusión muy importante, para examinarlo: ¿Cómo tomamos las palabras del Evangelio? Porque lo que cada vez le choca más a uno, que no sale de su asombro es: ¿Cómo podemos hacer tan poco caso a unas cosas que están tan claras? Porque yo creo que, como tantas otras cosas, la idea de que hay que buscar a los pecadores, que hay que buscarlos, que hay que cargárselos sobre el hombro, que hay que estar detrás de ellos, que hay que ir donde estén las ovejas perdidas… Y, por consiguiente, la oveja perdida; es decir, donde hay una. Una persona, todo lo que hemos hablado, porque la misericordia es personal, tengo misericordia de esta persona y voy a buscarla a ella, voy a buscarla precisamente donde la pueda encontrar como persona.
Daos cuenta de que, muy generalmente, la búsqueda de las ovejas perdidas se hace de dos maneras: o poniendo anuncios, al llegar la Cuaresma se ponen anuncios luminosos: «La oveja perdida que quiera, puede entrar; que esta temporada tenemos la puerta abierta». Lo cual no es buscar la oveja perdida; es decir, la oveja perdida que se moleste ella, que ya le hemos puesto anuncios. Eso no es buscarla. Y, si no, la otra, pues es irse a los bares; vamos, hablando claro, y a los sitios más raros, a ver, porque allí es donde están las ovejas perdidas, allí es donde las encontramos. ¡No!, allí no encontrareis las ovejas, allí encontrareis a las cabras. Quiero decir que en aquel momento la gente no está como persona, en aquel momento la gente está como individuo, está cada uno soltando su individualidad a toda orquesta, mezclándose unas con otras, y formando un ambiente de mediocridad que no es el que tenemos que evangelizar.
Se diga lo que se quiera –y se puede decir bien dicho, con tal que se quiera decir algo que es verdad– no es el ambiente lo que tenemos que evangelizar, son las personas. Son las personas las que forman el ambiente, no al revés. Y esto me parece muy importante, porque creo que ya he aludido a ello, es lo que acaba llevándonos, a fuerza de hablar de ambientes, a hablar de los pecados sociales. Y aquí nadie tiene culpa de nada. Son cosas, pues del ambiente. Los ambientes los formamos nosotros y cabalmente lo que tenemos que hacer, y está bastante claro en el Evangelio, es saber que podemos formar –ya me entendéis cómo, dejando que el Espíritu Santo nos mueva a colaborar con Cristo–, tenemos que formar personas que cambien los ambientes. Y entonces se trata de buscar a las ovejas una por una. Y cuando tenemos suficientes ovejas, pues hemos creado un ambiente. Entonces, ciertamente ellas, por el mismo modo de ser personal, se ponen en relación también significada unas con otras. Y se forman las organizaciones, que son algo orgánico, y no un a priori que yo coloco encima a la gente. Y entonces esto cambia el ambiente, hace un ambiente cristiano. Suficientemente cristiano y suficientemente ambiente, para que ciertamente entonces esto ayude en el modo normal que tiene el Señor de santificar a la gente. Pero no queramos santificar los ambientes, porque los ambientes no existen, sencillamente. El ambiente que tenemos que tener es toda la corte celestial que está interviniendo en esta celebración Eucarística; y ante la cual estamos presentes, sencillamente, porque estamos celebrando la Eucaristía.
Bueno, pues que veamos estas tres cosas y, como siempre, que demos gracias a Dios porque nos ha concedido a Jesucristo. Que demos gracias a Dios, y a Jesucristo mismo, porque nos concede conocerle a nosotros ya de antemano; porque nos concede un cierto nivel, al menos, de amor a Él, de gozo mismo, de celo pastoral, y hasta de participación de su misericordia. Que le pidamos perdón por lo que no hemos querido recibir todavía de su misericordia; sobre todo, pues, por lo que hay de soberbia, de autosuficiencia, en las diversas materias que caigamos cada uno. Pero, en fin, la sustancia siempre será esta resistencia, esta autosuficiencia. Bien, pues que le pidamos, pero con toda esperanza, actualizando mucho la gracia; digo, la esperanza, que ciertamente nos mueve a ello claro. Por eso digo que la actualicemos en este deseo confiado de la conversión nuestra y de la conversión de tantas ovejas perdidas. En cierto sentido de todos. Pero sobre todo estoy pensando en los que están perdidos de verdad, los que están literalmente llenos de pecado, los que son pecadores en el sentido más estricto de la palabra.
4. Contemplación de la misericordia de Cristo
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Se trata de una meditación de Ejercicios espirituales a religiosas, en agosto de 1982 [399-A]. En esta charla a religiosas, Rivera parte de la caridad, expresada culminantemente en la entrega de la vida de Jesucristo, que se concreta en ejemplos muy claros, para abordar la necesidad de contemplar la bondad de Cristo, de donde brotan los criterios que verifican la caridad. Por contraste, mejor se entiende la realidad del pecado, como en la parábola del hijo pródigo (Lc 15).
Jesucristo ha dado la vida por nosotros –como decía antes– en un arrebato de compasión. Jesucristo está disponiéndolo todo, en cada momento, para dar la vida por nosotros, de manera que cualquier acto que hace Jesucristo es siempre significativo de su deseo de dar la vida por nosotros.
Pues esto es lo que es una vida cristiana, una vida cristiana perfecta. No digo que podamos hacerlo desde el principio, pero digo que esto es lo que tenemos que esperar que Dios nos dé y a esto tenemos que desear llegar. Mientras tanto, no tenemos que decir que no hay que exagerar, tenemos que decir que tenemos poca caridad, que es distinto.
Tres ejemplos de caridad
A) El primero es el amor de Dios Padre, verdadera participación en el amor de Dios. Yo me lo pregunto muchas veces: «Su padre o su madre, ¿querrá a este individuo más que yo?», porque esto es intolerable, a no ser que su padre o su madre sean unos santos. La caridad es una verdadera participación del amor paternal de Dios y, en Dios, paternal y maternal es lo mismo. En la Biblia, aparece muchas veces la expresión maternal, no paternal sólo: “¿Se olvidará la madre del niño que ha llevado en sus entrañas? Pues, aunque la madre se olvide, yo no me olvidaré de ti, Israel” (Is 49,15). El amor de las madres viene de Dios, vamos.
Pues la caridad es una participación más inmediata. Es claro que yo haga las cosas de distinta forma que las hace su madre, pero en cuanto interés, si tengo menos, es que tengo muy poca caridad. Esto no se lo cree nadie. La gente no cree nunca que le queremos. Esto es continuo, la gente siempre que va a verte, va con la idea: “claro, es por no molestarle a usted”. Yo contesto: “si a mí no me puede usted molestar”. ¿Por qué? “Porque tengo mucha más caridad de la que ustedes se creen; ya sé que usted tiene poca caridad, pero yo voy teniendo algo”. Luego le decía a una señora: “–Pero bueno, ¿a usted la molesta cuando su hijo le cuenta cosas?”, dice: “–Hombre, no”. Digo yo: “–Pues yo la quiero a usted mucho más que usted a su hijo, convénzase, porque tengo mucha más caridad, pues claro, ahora, usted verá el tiempo que tiene para hablar, pero a mí, molestarme, lo que se dice molestarme”. No se lo cree nadie, y llevan razón en no creérselo, porque es que no la tenemos, claro. Nos está molestando la gente continuamente. ¿Por qué? Porque tenemos muy poca caridad. Bueno, pues la caridad tiene que llegar, en primer lugar, a esta participación. Conste que esto es lo que dice san Juan de Ávila a los sacerdotes. Pero, en fin, la caridad de los sacerdotes no veo yo que tenga esto.
Tendrá unos matices especiales, pero no veo que sea otra cosa distinta, me parece que es igual para cualquier persona, también para los padres y las madres de familia, que lleguen a amar a sus hijos, pasando de un amor instintivo a un amor personal cristiano. Muchas veces las señoras casadas te dicen: “Claro, es que usted no puede entender lo que es el amor de una madre, porque como usted no es madre”, eso te lo dicen enseguida. Yo contesto: “Pues hombre, desde luego no podría ser de ninguna manera madre; pero mire usted, si usted