La urgencia de ser santos. José Rivera Ramírez
hacemos, decimos que se corte esto o qué... tenemos la esperanza de que no salgan más barbaridades o esto va a seguir hasta el final siempre con el mismo tono...
Pero es que a la edad que tenéis todos, y aunque seáis mayores... Bueno, pues, allí nadie se conmovió; es más, alguno me fue a decir:
–“Es que esta película, para nosotros no importa...”
–Dije: anda estos..., por lo visto, son de madera o no me lo explico. Pero es que esto es normal. Oís hablar de una película indecente y la mayoría de los curas os la cuentan... y es porque la han visto ¿Por qué la han visto? Porque no les pasa nada... Una vez –debió de ser hace un par de años o por ahí– a las ocho de la mañana me llama un cura de un pueblo diciéndome:
–“Mira es que me dijeron que una película que era muy interesante y, francamente, la he visto y yo me he quedado muy preocupado y no sé si comulgar y decir misa...”
Digo: “dila, tú tranquilo... me lo sé de memoria... no pasa nada”
Y al poco tiempo un matrimonio me cuenta: “es que hemos visto la misma película –por la misma razón, porque les habían dicho que era muy interesante– y es que estamos volados...” Un matrimonio de cuarenta y tantos años... “Yo me iba a la cocina cinco minutos, el otro cogía el periódico, porque estábamos avergonzados de las burradas que veíamos...”
Pues yo les he oído comentar a otra serie de curas: “que nada, que eso no tiene nada de particular”... ¡Yo me quedo asombrado! Esto es lo que explica otras muchas cosas: que no tenemos ni idea del pecado; que no tenemos ni idea de que somos pecadores, quiero decir, ni que podemos caer en pecado... Esto nos va produciendo un embotamiento y acabamos por no ser sensibles para nada... Y el celo pastoral ¿dónde va a quedar? ¿y el celo pastoral respecto de mí mismo y el deseo de santidad...? Esto meditarlo y pedirle a Dios.
De hecho pecamos
En segundo lugar, que somos pecadores se manifiesta porque pecamos... Y aquí, hablando de nosotros, todos hacemos pecados veniales, seguro... ¿Qué sean muy deliberados? Esperemos que no. Pero es que, además, tened en cuenta que está definido que los hacemos... Pero es que da la impresión de que los hacemos todos menos yo... porque aquí todo son “faltas”, pecados no hay nunca... Si está definido que no puede pasar nadie un tiempo largo sin cometer pecados veniales... ya los teólogos afinan: no serán plenamente deliberados... porque muchos santos dan la impresión que un pecado plenamente deliberado no han hecho –santa Teresa del Niño Jesús–; pero si santa Teresa del Niño Jesús, que desde los tres años no ha negado nunca nada a Dios con plena conciencia, se confesaba, me extraña que nosotros no tengamos que confesar más que cada cuatro meses... Y –vamos– esto es cada vez más corriente en la mayor parte de los ambientes. Pues que pecamos... Y que mucha gente está en pecado mortal. Y que, por supuesto, podemos pecar. Si no hemos hecho un pecado mortal es porque Dios nos tiene de su mano, ni más ni menos.
La gravedad del pecado venial
Bossuet tiene un sermón –no me acuerdo si es a religiosas o es a la corte, porque la mayor parte de sus sermones son en esos ambientes– de cómo se puede llegar a cualquier pecado de los que parecen incluso más alejados del propio temperamento personal... Y va haciendo una historia: empieza por la codicia, la codicia me va llevando a la envidia... y acabo eliminando al que sea... si puedo, claro; y se puede llegar al asesinato... Darse cuenta que podemos llegar a cualquier cosa ¡Y esto tampoco nos lo creemos! Y lo que ya decía: que un pecado venial es una cosa muy grave. Después del pecado mortal no hay nada más grave que un pecado venial. Y que, por consiguiente, entre un pecado venial, que no hay por qué cometer, y, en fin, un terremoto, el terremoto no tiene importancia ninguna... Que han muerto siete mil personas, que se tenían que morir de todas formas... Dios les habrá dado la gracia para morir bien... Pero es que un pecado venial es mucho más grave que un terremoto; el que se muera una persona no tiene importancia ninguna y no es que lo diga yo, es que lo dice Nuestro Señor Jesucristo: “no temáis a los que matan el cuerpo y no pueden hacer más...” Es que eso no tiene importancia, no va a pasar nada, más que os maten... El Espíritu Santo, inspirando a los escritores sagrados habla así...
Iba antes a decir una guerra, pero una guerra es distinto porque tiene muchísimos pecados mortales por necesidad, pero un terremoto... ¿Me creo de verdad esto? Es que el embotamiento nuestro... Como de hecho pecamos, y como de hecho vemos que la gente peca, terminamos por embotarnos. Una cosa es que tengamos que ser misericordiosos... Pero no sólo no está en contradicción, sino que depende una cosa de la otra: sólo puedo ser muy misericordioso cuando me parece mucha desgracia el pecado. Yo no puedo tener mucha misericordia... ¿para qué la voy a tener si no le pasa nada a nadie? ¿Cómo voy a tener misericordia de mí mismo si resulta que no me pasa nada...? No puedo compadecerme, es decir, dolerme, arrepentirme, tener contrición de mí mismo más que cuando me parezca muy grave lo que hago, porque me encuentro realmente muy mal.
El desorden espiritual
En tercer lugar, que somos pecadores se manifiesta por todos los desórdenes, lo que dice san Ignacio: desorden en las operaciones, y lo que dice san Juan de la cruz –y suelo expresarlo yo más así–: toda la multitud de apegos que tenemos, es decir, por la multitud de vicios; porque los apegos son siempre resultado de unos vicios; si no, estaríamos mucho más desprendidos. Una santa Teresa del Niño Jesús, una santa clásica inocente, tiene muy poquitos apegos, aunque fuera pecadora; no hay más que leer lo que cuenta ella misma: un poco de mimo y casi nada más después. Acabo de leer la vida de santa Bernardita, los apuntes que deja, es igual: tiene muy pocos apegos, simplemente que tiene la concupiscencia y que todavía no se ha desarrollado, pero no ha enquistado los que tiene, que es lo que hacen los vicios, los apegos, las tendencias desordenadas, y por tanto no se le han desordenado más. Pero es que los desórdenes nuestros son el fruto de nuestros vicios, que han funcionado por esos niveles: por esas formas temperamentales más propias. Y estamos llenos de ellos.
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