Teoría y práctica del análisis de conflictos ambientales complejos. Humberto Rojas Pinilla
una solución (Turner, 1988), la autoproducción del hábitat. La construcción “espontánea” de las ciudades en Colombia ha sido consecuencia de la acción combinada de distintas dinámicas culturales, económicas, políticas, sociales e institucionales que operan en varios niveles (Martínez, 2007).
La informalidad urbana se ha conceptualizado desde los saberes del urbanismo a partir del análisis de un conjunto de “falencias”. Puente Burgos (2005) sintetizó tres grandes rasgos de los asentamientos autoproducidos:
• Inconformidad con las normas: los asentamientos autoproducidos no cumplen con las normas, ya sea porque: a) se encuentran ubicados en áreas no planificadas para expansión urbana, fuera del perímetro urbano, b) ocupan áreas de riesgo por inundación o remoción en masa, entre otros, o c) se hallan en áreas de interés para la conservación (Puente Burgos, 2005, p. 20).
• Inconformidad con la planeación y la situación legal: esto se asocia al incumplimiento de las regulaciones del uso del suelo, de allí la denominación de ilegal o pirata.21 No obstante, la ilegalidad puede tener distintos orígenes, como: la ocupación de la tierra, el registro de la propiedad, las formas de subdivisión, la regulación de uso del suelo y la naturaleza o tipo de construcción (Organización de las Naciones Unidas y Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 1996, p. 102).
• La forma de crecimiento originada: la vinculación a alguna de las teorías urbanísticas y el concepto de ciudad tienen que ver con las deficiencias de las características físicas y los procesos constructivos realizados, los materiales utilizados y el precario acceso a servicios y equipamientos. Puente Burgos (2005) anota que al fenómeno de la urbanización informal se le han dado numerosas denominaciones asociadas a juicios de valor y cargas valorativas.
Por ello, es común que los conceptos surjan de posiciones ideológicas o construcciones epistemológicas producidas por grupos sociales que tienen interés en que las cosas se vean de una cierta manera. Las categorías anormales implican una fuerte violencia simbólica, al producir ciertas subjetividades “desviadas” —“los ilegales”— como una percepción generalizada y validada en la sociedad en el ejercicio de violencia sobre actores dominados, quienes, a su vez, a través de tácticas paternalistas y de formación de clientelas, legitiman y perpetúan esta dominación. El dominador asume que su posición es justa y, ante todo, necesaria para mantener un orden social determinado, por eso a través del loteo ilegal y los tierreros se configuran y articulan las redes clientelistas entre las comunidades y los caciques políticos, en las que se comparten fidelidades y “beneficios” para las poblaciones marginalizadas en los barrios informales de las periferias y los bordes, a través de las JAC, materializadas en servicios, infraestructuras y programas asistencialistas.
La informalidad ha sido percibida y producida desde las estructuras de poder y saberes hegemónicos, como el urbanismo y la planeación del desarrollo urbano, como algo “anormal” o “incompleto”. Así, desde mitad del siglo XX, se produjeron los conceptos y categorías de urbanización informal,22 espontánea,23 ilegal, pirata, clandestina, subnormal, progresiva o incompleta.
Estas categorías anormales se alinean con el concepto de subdesarrollo planteado por Arturo Escobar (1998) en La invención del Tercer Mundo, que, como explica Bourdieu, por efecto del poder simbólico, construye narrativas y escenificaciones que se transforman en discursos de verdad. Sus denominaciones corresponden a lo que Escobar ha llamado la producción económica y sociocultural del subdesarrollo, percibido este como la ausencia de algo, la carencia de algo, incivilizado, ligado a la pobreza, a la marginalidad y a la ausencia de recursos y capacidades (Escobar, 1992; Esteva, 1992).
Por lo mismo, deben ser intervenidos por mecanismos de seguridad, para lograr ser completados o, por lo menos, “mejorados” bajo los parámetros formales, de la misma manera que los proyectos de planeación del desarrollo en los denominados “países subdesarrollados”. De esta forma, los barrios deben ser intervenidos y regularizados para ser mejorados, sin tener en cuenta que desde el mismo surgimiento de las ciudades en Latinoamérica la ciudad formal se construyó para los “blancos” peninsulares, mientras que el obtener un techo en esa misma ciudad para un migrante mestizo, negro o indígena era responsabilidad propia.
Transformación de las percepciones sobre la informalidad
Durante los años sesenta, en medio del auge del modelo intervencionista y de planeación del desarrollo y en el contexto de la Guerra Fría, se evidencia en las ciudades del Sur un auge de la informalidad, así como de la protesta y de los movimientos reivindicativos populares asociados a los movimientos políticos de izquierda, tanto rurales como urbanos; esto estuvo acompañado de una gran producción académica en torno a los barrios populares, con importantes impactos sobre los cambios en las percepciones sobre esta forma de construcción de ciudad (véase Harvey, 1977; Lefebvre, 1978; entre otros).
Este fenómeno tendría sus antecedentes en la incorporación, desde los años cincuenta, en los Estados Unidos, de las ciencias sociales aplicadas y el descubrimiento de “lo cultural”, que poco a poco fue permeando las iniciativas desarrollistas y de planeación urbana; precisamente el carácter instrumental de esta última exigía y se legitimaba en las ciencias sociales. Elementos como la identidad compartida asociada a la pertenencia a un territorio; el papel de origen cultural de la población, los contextos, tejidos sociales y cotidianidades en los barrios marcados por la pobreza, la exclusión y la búsqueda del sustento, y la necesidad de indagar sobre fenómenos como los procesos organizativos dirigidos al logro de objetivos comunes —en el caso de los “informales”, fundamentalmente, la búsqueda de la legalización como pasaporte a la obtención de servicios básicos indispensables para la comunidad— son elementos tenidos en cuenta por los discursos sociotécnicos moderados y radicales, como ya se pudo apreciar.
Por esta misma época, los planificadores urbanos modernos dejan de percibir y entender la ciudad como un sistema cerrado susceptible de ser ordenado, para tratarlo como un sistema funcional abierto que incorporaba flujos, interacciones y entradas y salidas en cada una de sus dimensiones; en palabras de Jacobs (1973, p. 453), “las ciudades son problemas de complejidad organizada”. Las dinámicas sociales, para sorpresa de los expertos, producen efectos identificables sobre el territorio; emerge en consecuencia el denominado giro espacial, que se consolidará a partir de los años ochenta, así como surgen o se rescatan conceptos como el de hábitat, que son progresivamente enriquecidos con los nuevos aportes de la sociología, la antropología y el trabajo social.
Así, el hábitat es entendido
como un conjunto complejo de articulaciones entre los atributos y dimensiones que tienen lugar en los territorios. Los atributos son: suelo, servicios públicos, vivienda, equipamiento urbano, transporte, espacio público físico y patrimonio arquitectónico. Por su parte, las dimensiones se encuentran constituidas por: política, económica social, ambiental y estético cultural. (Giraldo, Bateman, Ferrari y García, 2006, p. 28)
La autoproducción del hábitat, vista en parte como la autoproducción de vivienda y un componente importante del sustento y los medios de vida, por parte de grupos pobres, migrantes y vulnerables en la ciudad, comienza a ser indagada y a ser vista por la academia ya no como una anormalidad, sino como una regularidad articulada a fenómenos estructurales políticos, económicos y sociales en otras escalas.
En palabras de Torres-Tovar, la autoproducción del hábitat
es un fenómeno generalmente negado o rechazado por quienes definen las políticas de vivienda, y en consecuencia se malogra un enorme potencial social, una gran capacidad popular, una fuerza creativa y participativa presente en las comunidades urbanas, lo cual podría servir para que las familias tuviesen mejores viviendas en una ciudad mejor. (2007, p. 68)
Sin embargo, para Vernez se constituía en una forma propia de solucionar un problema que al tiempo era resultado de las fallas de la política pública en Latinoamérica: los asentamientos informales no debían percibirse como obstáculos o defectos de la planificación, sino como un hábitat propio de comunidades en procesos de transición de sociedades