En mi principio está mi fin. José Rivera Ramírez
tema de la soledad
Colby desea no estar solo. Hasta el punto de que su retiro ‒su música, donde se retira de las tareas impuestas‒ le parece irreal, simplemente porque no tiene a nadie a quien ofrecérselo. Por eso establece el paralelo con Eggers. Lo que hace realidad no es la cosa, sino la persona, que da sentido a las cosas (p. 67-9). Pero se trata de la persona, no de la gente.
Colby.-“Contigo, sin embargo,
No estaba en soledad ni ante la gente”
y eso porque
“No puedo acostumbrarme a hacerlo para otros;
Pero cuando estoy solo, no consigo olvidar
Que es sólo para mí para quien toco.” (Ac. II).
Eggers, por el contrario, tiene su huerto que es real, porque en él recoge
“Remolachas, guisantes o judías
Para su esposa todo”.
Esta misma distinción: soledad - compañía de la gente - y eso otro, aparece en The Cocktail Party. Peter dice a Edward:
“Y para estar con Celia, que era algo diferente
A la compañía o a la soledad”1 (act. I).
Por eso el estar solo hace las cosas irreales:
“Heme allí... solo, en ese «huerto» mío.
Ese es el caso: solo. Por eso no es real.”
Lo que completa al hombre, lo que le hace real no son, pues, las cosas ‒que sólo tienen realidad del hombre mismo‒ ni la gente, con quien no entra en comunión humana, sino eso, la comunión con otras personas. Y cuando no tiene esto vive en dos mundos irreales: el de los hombres que no son encontrados en su interioridad, por tanto, en su humanidad, y el suyo propio, que carente de comunión con otro es irreal:
“Basta ese simple hecho de sentirme allí solo
Para que pase a ser irreal para mí.”
Colby comprende que Dios le haría todo real:
“Si yo fuera un hombre religioso,
Dios se pasearía por mi huerto,
y eso haría que el mundo exterior se volviese
aceptable y real, supongo yo.”
Para Colby, afectivo-intelectual, que no precisa ver, todo el problema se resuelve cuando establece la comunión con su padre muerto. Al conocer quién es su padre, el deseo de comprenderlo le hace aceptar, de golpe, su vocación real, verlo todo como real.
Por eso, la soledad está muy relacionada con la comprensión. Sentirme comprendido ‒de verdad‒ es sentirse amado y comunicado, aceptado. Por eso la comprensión tiene capacidad de cambiar:
“Quizá si alguien, ahora,
alcanza a verme tal y como soy
sea posible convertirme en mí.”
Es el deseo de Lucasta. Puesto que el hombre ‒por ser persona‒ no es ser aislado, sólo puede realizarse cuando entra en comunión con otro. Cuando es conocido ‒lo cual supone ser conocido en su vocación‒ aceptado, amado. Para Lucasta ser aceptado es algo maravilloso, pero infrecuente:
“Es tan maravilloso eso: ¡ser aceptado!
Pero hasta ahora nadie me «aceptó simplemente».”
Naturalmente de todo esto brotan inmensas consecuencias: la necesidad del contacto personal con Dios, con Cristo... La incapacidad de suplir esto con “grupos”. La necesidad de “representar” a Dios, a Cristo, ante cada hombre. Y un concepto mucho más profundo de la realidad.
El tema de la realidad
Para Sir Claudio, pese a sus éxitos como financiero, lo real es lo otro. Es contemplando a solas sus objetos, cuando siente
“Un angustioso éxtasis
Que me hace la vida soportable.
Es todo cuanto tengo. Me imagino que acaso
Ocupe el sitio de la religión”.
Por eso aconseja a Colby la huida hacia su mundo “verdadero”:
“Quiero proporcionarte un buen piano
El mejor, desde luego.
Así, cuando estés solo en la tarde con él
Creo que has de escaparte por la puerta secreta
Hacia ese verdadero mundo tuyo”. (Act. I).
Todo esto crea una disposición que hace irreal al hombre mismo, que le impide realizarse;
“Las personas que son de verdad religiosas
‒No conocí ninguna‒
Podrán tal vez hallar cierta unidad.
Y los hombres geniales.
Otros hay, me parece, que lo más que consiguen
Es vivir en dos mundos,
Ambos como una especie de artificio.
Esos somos tú y yo.” (Act. I).
Ya hemos visto la relación de la realidad con la comunión. Y la relación de la comunión con Dios. Por eso tenemos un concepto de realidad, mucho más importante que el corriente. El simple adaptarse a las circunstancias, creer en los hechos sin más, lleva a una vida falsa. Es curioso, pero a la postre, es Lady Isabel quien encuentra a su hijo, mientras Sir Claudio acaba sabiendo que su hijo no ha existido nunca. Y, sin embargo, es Lady Isabel quien dice a Sir Claudio
“Yo no creo en los hechos, y tú sí.
Esa es la diferencia que existe entre nosotros”.
Y Colby señala la diferencia entre hechos vivos y hechos muertos. Lo que importa no es la pesadumbre material del hecho o de la cosa, sino su significado
“Y es mejor no saber que conocer un hecho
Y advertir que eso nada significa.
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En el instante en que nací
El que fuese mi madre ‒si de verdad lo es‒
Era, sí, un hecho vivo.
Ahora es ya un hecho muerto.
Y de los hechos muertos no es posible
Que nada vivo brote” (Act. II).
Lo real está dentro del hombre, porque el hombre es ante todo espíritu ‒no solo espíritu‒. Así Lucasta.
“¿Sabes que estoy un poco celosa de tu música?
Y eso es porque la veo como un medio
De establecer contacto con un mundo
Más real que ninguno de cuantos he vivido.”
La realidad es incognoscible en su perfección. Sin embargo, el hombre puede conocerla hasta cierto punto, pero no hay que llamar realidad sin más a lo que se ve, pues entonces falseamos la misma esencia de lo que vemos. Es como, si viendo un objeto creyéramos que era simplemente color ‒como el arco iris‒ y quisiéramos cruzar por medio de él. Nos romperíamos el cuerpo. Ahora, el sentido de las cosas es ser signo de Dios. Todo otro conocimiento es aún más irreal que el simple desconocimiento, y toda aceptación de las cosas como las vemos, nos lleva al fracaso, a la muerte, como a Sir Claudio, a quien define Colby:
“Usted se ha convertido ya en un hombre
Que no tiene ninguna ilusión para sí
Ni tampoco ambiciones.” (Act. III).
Por otra parte, la realidad sensible ‒y aun no sensible‒