En mi principio está mi fin. José Rivera Ramírez
simplemente.
Y es mejor no saber, que conocer un hecho
Y advertir que eso nada significa.
En el instante aquel en que nací
Pudo usted ser mi madre,
Pero no quiso serlo. No la culpo por eso.
¡Y que Dios la perdone!
Pero se han de aceptar las consecuencias
En el instante aquel en que nací
El que fuese mi madre ‒si de verdad lo es‒
Era sí, un hecho vivo
Ahora es ya un hecho muerto.
... Nunca, hasta ahora, he deseado un padre
Jamás se me ocurrió pensar en ello.
Ahora me obligaron a pensar,
¡Y me hubiera gustado tanto haber tenido padres!” (Act. II).
Es decir, la paternidad supone una relación íntima, afectiva, con sus inevitables defectos y remordimientos posteriores, pero aceptada, querida. Supone el haber deseado al hijo, y el desearle como hijo en cada momento. Lo otro es un hecho muerto. Aquí late, otra vez, la idea de que la realidad tiene sentido, en tanto es reflejo de la voluntad deliberada del hombre. Queda ‒claro está‒ que siempre es efecto del plan del Padre.
La figura de Colby
Temperamento intelectual - afectivo. Cree que se puede vivir de una vocación ‒el arte‒. Se puede vivir incluso de ilusiones, pero no de mezclas. No quiere vivir solo, pero, en último extremo, la compañía que necesitaba no es tangible. Clarísimamente expresado en su idea del padre. Va a seguir su herencia, va a comprenderle sufriendo, lo mismo que él, la mediocridad. Por unirse al que cree su padre, está dispuesto a someterse a unas condiciones, que le ponen en situación de contradicción consigo mismo, cuando descubre a su padre verdadero, entonces coincide la herencia ‒el amor filial‒ la vocación; la humildad es adaptarse a la verdadera realidad. Es decir, su entendimiento y su amor se concuerdan totalmente, y entonces es capaz de la decisión plena y pacífica. Él sabe que el ser padre, no es algo puramente de la tierra, las relaciones continúan después. Él sabe que si creyera en Dios, todo quedaría para él en orden. Pues Dios reúne las condiciones que él busca. En el amor busca, ante todo, comprensión y colaboración, pero no necesariamente de unión física, se encuentra dichoso con la comprensión de su padre ya muerto, a quien no ha conocido nunca, pero a quien va a comprender trabajando en la misma obra. Por otro lado el padre, le ha dado la herencia y el modelo.
Como la mayor parte de la gente vive de lo que vive, los demás ‒como Lucasta‒ le encuentran lejano. No parece necesitar de nadie, y los hombres ‒otra fina observación‒ precisan encontrarse útiles. Por eso Lucasta elige a Raghan: Todo esto es lo que ella expresa. Aunque Colby no se siente interiormente sin necesidad de alguien, simplemente no ha comprendido que no es lo tangible su necesidad:
Lucasta: “Me ha hecho comprender lo que necesitaba.
Junto a Raghan me siento ya segura.
Y eso es lo que quiero.
De una forma u otra, yo puedo darle algo...
Algo que él necesita.
A Colby, en cambio, yo no le hago falta.
No le hace falta nadie. Resulta encantador,
Pero contar con él es imposible.
Él tiene un mundo propio,
Y puede en un momento desvanecerse en él...
En el preciso instante en que es más necesario.
Además, él tampoco cuenta con los demás
Y B. me necesita. A él la vida le ha herido
Igual que a mí, y por eso
Podemos ayudarnos mutuamente
…
“No va con tu carácter despreciar a la gente,
Porque no te interesas lo bastante.
Colby.- ¿Que yo no me intereso?
Lucasta.- No. O estás por encima
Del interés, o eres insensible...
¡Fíjate que no digo insensitivo!
Lo cierto es que resultas terriblemente frío,
O acaso es que tú tienes, para darte calor
Otro fuego distinto del que anima a las gentes
O eres un ególatra
O algo tan diferente del resto de nosotros
Que no acertamos a juzgarte, Colby
…
Colby.- ¡Os necesitaré a los dos, Lucasta!
Lucasta.- Tendremos para ti un significado;
Más tú, Colby, de nadie necesitas”. (Act. III)
Es probablemente esto lo que hace que “El secretario particular”, contra la opinión de los críticos, me parezca la mejor obra de Eliot. O, al menos, que me resulta la más interesante. Esta figura del intelectual-afectivo, que necesita ciertamente de los demás ‒que se encuentra alejado de ellos‒ que busca la identificación con alguien ‒aquí el padre‒ pero que arde en otra llama que el común, y por eso parece frío. Es difícil llegar a una identificación mayor en el amor, que en las expresiones de Colby respecto de su padre. Y es también evidente la necesidad de Dios que tienen ‒pero de una manera feroz, inmediata‒ estos temperamentos, de Dios, de Cristo. Su pasión les hace muy intensos, pero muy restringidos. Y solo una infusión de caridad ‒de abundantísima caridad‒ puede ensanchar su campo de conciencia, de modo que puedan llegar a todos. No creo que estos temperamentos sean frecuentes. Lo que es indudable es que en derredor deben producir una sensación de frialdad, y que pasarán por cerebrales, en el pésimo sentido que los necios, los infinitos necios ‒por tanto la gran mayoría de los hombres‒ dan a esta palabra. Y sin embargo, difícilmente se puede dar un afecto más intenso que en una persona que es, al mismo tiempo, muy intelectual. Yo diría que es lo más semejante al amor de los ángeles, y respecto del cristiano, lo más parecido al fuego de conocimiento amoroso, que abrasa a las supremas jerarquías.
El tema del cambio
No está muy recalcado, pero lo señalo por la relación con otras obras. Aparece dos veces la idea de nuestro cambio continuo:
Lucasta.- “Creo que estoy cambiando
Que he cambiado muchísimo en las dos horas últimas.
Colby.- También yo, me parece,
Más quizás eso que llamamos cambio...
Lucasta.- Sea llegar a comprender mejor
Lo que uno es en realidad.
Y tal vez, la razón de que eso ocurra...
Colby.- Es que se ha comenzado a comprender a otro.” (Act. II)
.............
Lucasta.- “Le digo adiós ahora
Al Colby que Lucasta conocía
Desde entonces los dos hemos cambiado:
Siempre estamos cambiando, como tú me decías.”
Es decir cambio continuo. El cambio, sin embargo, es superficial, esencialmente somos los mismos, sino que penetramos más lo que somos, nos conocemos mejor. Y eso se realiza por la comprensión de la comunidad.
LA TIERRA BALDIA
Día 20 de febrero. 1966
Durante toda la semana he estado releyendo el poema en la traducción de J. M. Aguirre2, que cada vez me gusta más. Lástima