El centro del centro y otros relatos circulares. Abraham Vega Faúndez
muy apurados.
El inspector los miró, algo poco común le encontró al grupo: su acento, la corbata que les faltaba, sus miradas. “Algo no cuadra, algo no es de acá...”, se dijo.
–¿A dónde van los señores?
Se miraron entre ellos como preguntándose cuál sería la respuesta correcta que les asegurara que iban en la dirección correcta.
El inspector noto su confusión y les dijo:
–Señores, no se preocupen… lo primero, es lo primero; les explicaremos cómo funciona el tren ahora, seguro que no están muy enterados.
Llamó a su asistente y le pidió que les explicara “detalladamente a los señores que venían llegando”, lo que ofrecía el servicio.
–Seré breve –dijo el asistente–, no tengo mucho tiempo.
’El tren es una empresa, pero está dividida en muchas subempresas y también en sub-sub-empresas (medio pollo creo que lo llamaban en su época); cada una posee un carro, o dos, y algunas medio; dentro de cada carro, empresa o compañía si ustedes prefieren, hay distintos sectores y dentro de cada sector, asientos y, cada asiento tiene un valor específico.
’Por ejemplo, ustedes van en el carro que pertenece a la Empresa Newiz Ltda., van en el sector izquierdo y sus asientos están a la izquierda de la izquierda, por lo tanto, y solo en este caso particular, y debido a la escasa demanda por estos asientos, no tiene ninguna importancia si pagan o no, ya que viaja tan poca gente en este sector que la empresa lo declaró en quiebra y ahora es propiedad del Estado... al Estado le dejan todo lo que está en quiebra (todos los cachos dirían ustedes).
’En cambio, si ustedes viajaran en la Empresa Piñfra, y fueran en el sector derecho y, sus asientos estuvieran a la derecha de la derecha, debido a la fuerte demanda por este sector en los últimos años, deberían pagar 1.400 dólares.
–¿Dólares? –preguntó Juan.
–Por supuesto, dólares, aquí estamos a nivel internacional, pero… ¿entendieron bien lo que les expliqué?, si no, no se preocupen, aquí ya nadie entiende; el “modelo”, como le llaman, mientras menos y, menos personas lo entienden, dicen que funciona mejor.
–¿Cuánto vale el pasaje?
–¿Están decididos a continuar su viaje en esta empresa? Les advierto que la empresa del primer carro es más cómoda, cobra un poquito más, pero no se olviden que llegaran al andén, precisamente con dos segundos de anticipación que el último carro.
–Gracias por su información, continuaremos en este carro.
–“Empresa” –rectificó el asistente–. Permítanme, ¿y a dónde se dirigen?
–Al sur.
–¿Al sur?, el sur… el sur… bueno, me parece que ya no existe ese paradero, o tal vez cambio de nombre, ahora en realidad solo nos movemos al norte. Lo siento, lo más cerca es... es, bueno ya no recuerdo.
De todas maneras cortó unos boletos que los llamó de tipo universal (ida y vuelta cuando quieran, les dijo) y se los entregó. Ellos miraron sus pasajes, y cuando quisieron pagar el asistente había desaparecido.
La locomotora volvió a elevar su silbido en columnas de vapor, y Juan sentado frente a la ventana vio cómo el último carro del tren, con una banderita tricolor, que se hacía cada vez más pequeña, se perdía entre su vista y la hoja del calendario.
LA TORMENTA
“Los ojos vieron la combustión de los azufres, llovidos por la cólera divina, sobre la ignominia de las ciudades”.
Leonardo Lugones
I
La oficina del servicio meteorológico había pronosticado buen tiempo; las imágenes del satélite meteorológico que habían sido mostradas en los visualizadores de los hogares, difícilmente podían engañar a alguien; revelaban con claridad un frente de alta presión que cubría todo el territorio nacional, y un frente de baja presión que, según los expertos, pasaría muy al norte sin afectar la situación barométrica local.
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