Ciudadano de un sueño sin retorno. Alejandro Iriarte Walton

Ciudadano de un sueño sin retorno - Alejandro Iriarte Walton


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de resguardo de la seguridad nacional y el normal desenvolvimiento de las actividades nacionales y mantención de la institucionalidad establecida”. Lo que no era otra cosa que la policía política y organismo de inteligencia del gobierno militar, que funcionó como aparato de persecución, secuestro, asesinato y desaparición de opositores políticos, entre 1977 y 1990. Su primer director fue el mismo general Manuel Contreras, pero a los pocos meses fue reemplazado por el general Odlanier Mena, luego por Humberto Gordon y, para concluir, con el general Hugo Salas Wensel.

      En los 17 años de dictadura, entre 1973 y 1990, se contabilizaron más de 40.000 víctimas de los derechos humanos, las que sufrieron persecución, encarcelamientos, torturas y desaparecimientos. Los casos de muertes comprobadas llegan a 3.065.

      El ambiente que se vivió en esos años fue de un terror constante, de un dolor permanente, de una tensión angustiosa, de una suspicacia sobrecogedora e inquietante. Era una forma de vida tremendamente difícil para toda una nación, cuyos habitantes estaban acostumbrados a vivir en libertad.

       1.- El origen

      Todo partió en la segunda mitad de la década del 60, tiempo de variados contrastes, de una dura guerra fría a nivel mundial, con bloques muy marcados y antagónicos, con una Iglesia católica que vivía cambios muy profundos después de concluir, no sin tropiezos, el Concilio Vaticano Segundo, tiempo de grandes revueltas estudiantiles, de aires de democracia, de libertad, de justicia y profundos anhelos de una ansiada paz, del nacimiento de los hippies y de revoluciones independentistas en todo el mundo. Algunos países muy importantes de América Latina ya vivían cruentas dictaduras militares, de las cuales llegaban noticias escabrosas de torturas, de violencia, de desapariciones y del doloroso exilio de muchos de sus habitantes.

      En la calle Sao Paulo de la Población Brasilia, situada en la llamada “república independiente” de San Miguel, comuna grande e importante del sur de Santiago, de clase media y media baja, en un sector muy popular, nació Rogelio Armando Burgos Espinoza, hijo de un obrero ferroviario del sur de Chile, que por razones de trabajo y amor había anclado hace un tiempo en la capital del reino, Santiago.

      Fue conocido desde pequeño como el Chico Lío, debido a su pequeña estatura y a su tremenda capacidad de criticarlo todo, de oponerse a todos, de buscarle las cinco patas al gato, como se dice en la sabiduría que nace del pueblo. Su familia, compuesta por seis miembros, se caracterizó por ser muy luchadora en una población que se declaraba acérrimo bastión de las fuerzas populares. Fidel Castro, el Che Guevara, Pablo Neruda y el Chicho (Salvador Allende) eran los héroes que guiaban el actuar de esas calles polvorientas que renovaban el maquillaje de sus fachadas con los ideales de justicia y reivindicación, alentadas por los signos de los tiempos que se vivían.

      La música de Violeta Parra, Inti-Illimani, Víctor Jara, Quilapayún, Patricio Manns, Quelentaro, Los Jaivas, Rolando Alarcón, Osvaldo (Gitano) Rodríguez, Illapu y tantos otros eran ecos que salían de cada una de esas pequeñas casas, inundaban el alma y la mente de ese pueblo, que presentía la llegada de la hora del triunfo tantas veces deseado y ahora tocado con la punta de los dedos. La Revolución cubana daba pie para pensar que se podía. Si un pequeño país de Centroamérica, como la isla de Cuba lo había logrado, ¿por qué Chile, que era un país de poetas y de grandes revolucionarios, inteligentes y combativos, no lo podía alcanzar?

      Las ansias de reivindicaciones en todo el mundo, que nacían del grupo etario más desafiador como eran los jóvenes de la generación del 60, irrumpían, explotaban, invadían las mentes, de una sociedad que tenía miles y millones de deudas con los pueblos originarios, con los proletarios y trabajadores de todo el mundo, con los países explotados a través de colonias centenarias, desde donde se habían robado gran parte de sus riquezas. En el siglo XIX le había tocado alcanzar su libertad a América del Sur, en la primera mitad del siglo XX le tocó sacudirse del yugo imperialista a Asia. Ahora el desafío independentista provenía de África, continente tantas veces mancillado, explotado y usado como botín de las esclavitudes más tremendas.

      La irrupción del marxismo en el pensamiento global se había tomado las universidades del mundo y eran cientos los intelectuales que pensaban que era posible un mundo sin pobres, sin clases sociales, con sueldos más justos, con oportunidades de desarrollo y crecimiento económico, al alcance de toda la humanidad. Ciertamente era una juventud y una generación muy soñadora, romántica, fantasiosa, tolerante, visionaria, idealista y quijotesca.

      Y esos sueños, más que de grandeza, eran ideales de justicia y de igualdad que irrumpían en forma potente también en el mundo del arte, a través de la literatura, la música, la pintura, la escultura, la danza, el folclore, el muralismo, etc.

      Era una década de artistas, de sociólogos, de cientistas políticos, de profesores, de economistas, de eximios filósofos, de fundadores de escuelas, de lucha contra el analfabetismo y de una gran irrupción femenina en todos los ámbitos del saber: profesional, social, educacional, político, artístico y científico. Todo esto produjo también un fuerte quiebre en la sociedad machista e irrumpió el mal llamado sexo débil, con cambios que marcaron para siempre a la sociedad occidental y universal.

      La creatividad musical rompió con todo lo conocido hasta ese momento y aparecieron una infinitud increíble de autores y grupos, que no solo le cantaban al amor, como era en la antigüedad, sino a la vida, a la lucha social, a los afanes de justicia, a la libertad en todas sus formas.

      Y en esta explosión de conquistas sociales en todo el orbe, la Revolución cubana fue clave para la comprensión de esta década. Profundicemos en el hecho que cambió el rumbo de la historia. Y que fue clave para Latinoamérica.

       2.- La Revolución cubana

      La Revolución cubana duró casi 6 años. Desde el 26 de julio de 1953 al 1° de enero de 1959. Todo se inició un año antes, cuando un grupo de jóvenes se desligó del Partido del Pueblo Cubano para luchar en contra de la dictadura militar del general Fulgencio Batista, quien se había tomado el poder el 10 de marzo de 1952 a través de un golpe de Estado. Estos noveles políticos estaban dispuestos a optar por la lucha armada, si era necesario, para derrocar al régimen batistiano. Se autotitularon la “Generación del Centenario” porque ese año se celebraban los 100 años del nacimiento de José Martí. Quien fuera reconocido y llamado “El Apóstol de la Independencia Cubana”, como también “El Maestro”, tuvo una influencia tan grande que es considerado por sus compatriotas como el principal modelador de la nacionalidad cubana tal como la conocemos hasta hoy.

      José Martí, gran político republicano y democrático, pensador, escritor y poeta, periodista y filósofo, marcó a fuego a los guerrilleros que estaban liderados y organizados militarmente por un joven de 23 años llamado Fidel Castro.

      El 26 de julio de 1953, día reconocido como el inicio de la Revolución cubana, intentaron tomarse el cuartel Moncada ubicado en la ciudad de Santiago de Cuba, y el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en la ciudad de Bayamo, pero fracasaron estrepitosamente en el intento y sufrieron decenas de muertos. El gobierno militar respondió con una severa acción represiva que llevó a la detención y enjuiciamiento público de Fidel Castro y de los jóvenes guerrilleros.

      Tras veintidós meses de prisión en la Isla de Pinos, ya que en Cuba no existía la pena de muerte, ante la creciente presión popular e internacional y varias intentonas insurreccionales, Castro y sus compañeros fueron amnistiados por Batista en 1955. Pocos días después, Castro creó en la clandestinidad el Movimiento 26 de Julio (M-26-7), una organización antiimperialista y democrática, fundada en las ideas de José Martí, cuyo fin era derrocar a Batista y generar grandes cambios.

      Ese mismo año Fidel Castro se fue con los jóvenes amnistiados a reorganizarse a México y a formar un grupo guerrillero con el cual volver a Cuba para comenzar la lucha armada. Con la fatídica experiencia vivida, ahora la preparación sería extrema y exigente; nada podía quedar al azar.

      En el exilio, Castro estableció contactos y acuerdos con todas las fuerzas favorables a la lucha armada, para derrotar al dictador Fulgencio Batista. Eran de las más variadas ideologías, incluso un


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