El ministerio médico. Elena G. de White

El ministerio médico - Elena G. de White


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I, titulado: “Los tiempos de esta ignorancia”.

       La naturaleza es la sierva de Dios

      El mundo material está bajo el control de Dios. Toda la naturaleza obedece las leyes que la gobiernan. Todo habla y actúa de acuerdo con la voluntad del Creador. Las nubes, la lluvia, el rocío, la luz del sol, los chubascos, el viento y la tormenta, todos están bajo la supervisión de Dios y rinden obediencia implícita a quien los emplea. El diminuto retoño de trigo brota de la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga [Job 37:16; Mar. 4:28]. El Señor utiliza a estos siervos obedientes para hacer su voluntad.–Carta 131, 1897.

       Cristo, la Vida y la Luz

      Cristo, quien creó el mundo y todas las cosas que hay en él, es la vida y la luz de cada cosa viviente.–TI 6:185, 186

      Nuestra vida se deriva de Jesús. En él hay vida original, propia, vida que proviene de él. En nosotros hay un manantial que mana de la fuente de vida [Sal. 36:9]. En él está la fuente de la vida. Nuestra vida es algo que recibimos, algo que el Dador toma nuevamente para sí. Si nuestra vida está escondida con Cristo en Dios, cuando se manifieste, también nos manifestaremos con él en gloria [Col. 3:3, 4]. Y mientras tanto en este mundo daremos a Dios, en servicio santificado, todas las facultades que él nos ha legado.–Carta 309, 1905.

       Vida por medio del poder de Dios

      La parábola de la semilla revela que Dios obra en la naturaleza [Sal. 147:8]. La semilla tiene en sí un principio germinativo, un principio que Dios mismo ha implantado; sin embargo, si se abandonara la semilla a sí misma no tendría poder para brotar. El hombre tiene una parte que desempeñar para promover el crecimiento del grano.

      Hay vida en la semilla, hay poder en el terreno; pero a menos que se ejerza día y noche el poder infinito, la semilla no dará frutos. Deben caer las lluvias para humedecer los campos sedientos, el sol debe impartir calor, debe comunicarse electricidad a la semilla enterrada. El Creador es el único que puede hacer surgir la vida que él ha implantado. Cada semilla crece y cada planta se desarrolla por el poder de Dios [Sal. 104:14].–PVGM 43, 44.

       Vida de Dios en la naturaleza

      El Señor dio su vida a los árboles y las plantas de su creación. Su palabra puede aumentar o disminuir el fruto de la tierra.

      Si los hombres abrieran su entendimiento para discernir la relación entre la naturaleza y el Dios de la naturaleza, se escucharían entusiastas reconocimientos del poder del Creador. La naturaleza moriría sin la vida de Dios. Sus obras creadas dependen de él [Sal. 36:9]. Él derrama propiedades vivificantes sobre todo lo que produce la naturaleza. Debemos considerar los árboles cargados de frutos como el don de Dios, de igual forma como si él hubiera colocado el fruto en nuestras manos.–Manuscrito 114, 1899.

       Dios alimenta a los millones de la Tierra

      Al alimentar a los 5.000, Jesús alzó el velo del mundo de la naturaleza y reveló el poder que se ejerce continuamente para nuestro bien. En la producción de las mieses de la tierra, Dios obra un milagro cada día. Por medio de agentes naturales se realiza la misma obra hecha al alimentar a la multitud. Los hombres preparan el suelo y siembran la semilla, pero es la vida de Dios lo que la hace germinar. Es la lluvia, el aire y el sol de Dios lo que hace producir “primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga” [Sal. 104:14; 147:8; Mar. 4:28]. Es Dios quien alimenta cada día a millones con las mieses de esta tierra.–DTG 335.

       Mantenidos en actividad

      El corazón palpitante, el pulso vibrante, todo nervio y músculo del organismo viviente se mantienen en orden y actividad por el poder del Dios infinito. “Considerad los lirios, cómo crecen; no trabajan, ni hilan; mas os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si así viste Dios la hierba que hoy está en el campo, y mañana es echada al horno, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Vosotros, pues, no os preocupéis por lo que habéis de comer, ni por lo que habéis de beber, ni estéis en ansiosa inquietud. Porque todas estas cosas buscan las gentes del mundo; pero vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. Mas buscad el reino de Dios, y todas estas cosas os serán añadidas” [Luc. 12:27-31].

      Cristo dirige aquí la mente hacia el exterior para que contemple los campos abiertos de la naturaleza, y su vigor toque los ojos y los sentidos para que disciernan las obras maravillosas del poder divino. Él dirige la atención primero a la naturaleza, luego arriba, por medio de la naturaleza, al Dios de la naturaleza, quien sostiene los mundos por su poder.–Manuscrito 73, 1893.

       A través de las leyes naturales

      No debe suponerse que una ley se pone en movimiento para obrar por sí misma en la semilla; que la hoja aparece porque así debe hacerlo por su propia cuenta. Dios tiene leyes que ha instituido, pero ellas son solamente las siervas mediante las cuales él logra los resultados. Es por medio de la intervención directa de Dios como toda hierba diminuta nace de la tierra y brota a la vida. Toda hoja crece y todo capullo florece por el poder de Dios.

      El organismo físico del hombre está bajo la supervisión divina, pero no es como un reloj que se pone en operación y debe funcionar por sí solo. El corazón palpita, un pulso sucede a otro, la respiración es consecutiva, pero todo el ser está bajo la supervisión de Dios. “Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios” [1 Cor. 3:9]. En Dios vivimos, y nos movemos, y somos [Hech. 17:28]. Cada latido del corazón, cada respiración, es la inspiración de aquel que sopló en la nariz de Adán el aliento de vida,la inspiración del Dios omnipresente, el gran Yo Soy [Gén. 2:7; Éxo. 3:14].–RH 8/11/1898.

       Dios en la naturaleza

      En todo lo creado se ve el sello de la Deidad. La naturaleza testifica de Dios. La mente sensible, puesta en contacto con el milagro y misterio del universo, no puede dejar de reconocer la obra del poder infinito. La producción abundante de la tierra y el movimiento que efectúa año tras año alrededor del sol no se deben a su energía inherente. Una mano invisible guía los planetas en el recorrido de sus órbitas celestes. Una vida misteriosa satura toda la naturaleza: una vida que sostiene los innumerables mundos que pueblan la inmensidad, que habita en el minúsculo insecto que flota en el aire estival, que sostiene el vuelo de la golondrina y alimenta a los pichones de los cuervos que graznan y que hace florecer el pimpollo y convierte en fruto la flor.

       Las leyes de la vida física

      El mismo poder que sostiene la naturaleza obra también en el hombre [Heb. 1:2, 3]. Las mismas grandes leyes que guían igualmente a la estrella y al átomo rigen la vida humana. Las leyes que gobiernan la acción del corazón para regular la salida de la corriente de vida al cuerpo, son las leyes de la poderosa inteligencia que tiene jurisdicción sobre el alma. De Dios procede toda la vida [Sal. 36:9]. Únicamente en armonía con él se puede hallar la verdadera esfera de acción de la vida. La condición para todos los objetos de su creación es la misma: una vida sostenida por la vida que se recibe de Dios, una vida que esté en armonía con la voluntad del Creador. Transgredir su ley, física, mental o moral, significa perder la armonía con el universo, introducir discordia, anarquía y ruina.

      Toda la naturaleza se ilumina para quien aprende así a interpretar sus enseñanzas; el mundo es un libro de texto; la vida una escuela. La unidad del hombre con la naturaleza y con Dios, el dominio universal de la ley, los resultados de la transgresión, no pueden dejar de hacer impresión


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