Tu rostro buscaré. Fundación José Rivera
–90 cumpleaños– de la vida de don José Rivera, no dudé lógicamente en aceptar, aunque estoy un poco lejos. Para mí es un placer literalmente venir a este templo y recordar tantos momentos gozosos en donde hemos vivido y convivido con don José y donde la vida del seminario ha discurrido y forma parte de nuestra biografía, de la mía, personalmente, y de varios de los aquí presentes.
Quisiera agradecer especialmente la presencia del Delegado Diocesano para el Clero. Le pido que transmita a don Braulio nuestra oración por su pronta recuperación.
De D. José podría uno estar hablando horas y horas. Pero en este momento no se trata de eso, sino de ofrecer algún punto de reflexión que nos mueva a dar gracias, pues a eso hemos venido. Ya tuvimos ocasión de dar gracias, bajo la presidencia del Sr. Arzobispo, el pasado 25 de octubre en la Catedral de Toledo. Muchos o quizá todos vosotros estabais allí, con un gran grupo de sacerdotes y abundante número de fieles.
El reconocimiento de las virtudes heroicas de D. José por parte de la Iglesia significa, por una parte, que está más cerca el día de su glorificación, y esto es un motivo de esperanza. Pero además, significa que el proceso ha terminado. Eso lo saben bien, quienes han participado de una manera u otra en el proceso de presentar a la Iglesia las virtudes heroicas, los testimonios, los escritos, la positio, es decir, todo lo que la Iglesia requiere para eso. El decreto de virtudes heroicas, da por terminado el proceso. Y eso es un descanso, ¿verdad don Fernando? Él que ha sido vicepostulador y postulador y desde el principio ha tenido que trabajar, ir, venir, hacer, etc., es un descanso; en este sentido, tarea cumplida.
Pero no por eso podemos dormirnos en los laureles. Para la glorificación definitiva hace falta el reconocimiento de un milagro; y tenemos que seguir encomendándonos a Dios para que realice, por su intercesión, el milagro requerido. Incluso después de beatificado se precisa otro nuevo milagro para ser canonizado. A mí me emociona recordar aquel funeral de cuerpo presente el 26 de marzo de 1991, en la Iglesia de los PP. Jesuitas de Toledo (el más grande del casco histórico, abarrotado de fieles), en el que tuve el atrevimiento de pedir al Sr. Cardenal D. Marcelo el inicio del proceso del sacerdote que despedíamos. Ese atrevimiento se ha cumplido: ahí están las virtudes heroicas declaras hoy por la suprema autoridad de la Iglesia.
En su lápida, figuran esos tres títulos:
-“Formador de sacerdotes”; en este templo, en esta diócesis y por toda España, e incluso por Latinoamérica. Me encuentro con muchos obispos de Latinoamérica que lo han conocido y agradecen a Dios haberlo tenido de director espiritual en Salamanca. Son de aquella época anterior a que don José viniera a Toledo. Es muy conocido en Latinoamérica. El papa Francisco le conoce porque su libro “Espiritualidad Católica”, está extendido por toda Latinoamérica. Y lo mismo Mons. Arizmendi, Obispo de San Cristóbal de las Casas o Mons. Baltasar Porras Arzobispo de Mérida (Venezuela), con quien me encontré hace pocos días y gozamos de la buena noticia de las virtudes heroicas de Rivera.
Formador de sacerdotes. He escuchado a muchos sacerdotes en España, en Santiago de Compostela, en Málaga, en Almería, en Palma de Mallorca, en Barcelona, en Madrid, en tantos lugares... Estaba yo dando Ejercicios a los obispos españoles. Todavía no era yo obispo y me vino uno de los obispos a decirme: “Oye, eso que has dicho –y tú que eres de Toledo–, me suena a don José Rivera. ¿Has conocido a Rivera?”. Y le respondí: “Pues te suena bien”. Ahora en varias ocasiones le recuerdo aquello, porque él había hecho Ejercicios con don José y le había impactado. Quiero decir con esto que don José ha hecho un gran bien en toda una generación de sacerdotes, en la Iglesia, en España, en Latinoamérica, en tantos seminaristas que ahora son sacerdotes por el mundo entero, y particularmente, en el presbiterio de Toledo. Varios sacerdotes y algunos obispos me lo han dicho, me han dado su testimonio en este sentido; aun no habiendo sido discípulo directo o dirigido espiritual, el influjo de don José ha sido tan grande en el ambiente del Seminario de Toledo, que todos de alguna manera hemos respirado ese ambiente benéfico. Así me lo han confesado varios de ellos, pasados los años.
La Positio de las virtudes, al tratar de las virtudes en general, comienza señalando este aspecto: cómo D. Marcelo, cardenal arzobispo de Toledo, encontró providencialmente a este padre espiritual para su gran proyecto de Seminario. No fue el único. Con él y como él, otros tantos y los superiores del seminario y los profesores. O sea que el fenómeno del seminario de Toledo, que hoy es muy analizado en la Iglesia universal, tiene en D. José Rivera una pieza clave, dejando una estela de santidad en los sacerdotes especial y particularmente. Ojalá la aprovechemos, ojalá que este presbiterio de Toledo acoja esta gracia tan extraordinaria. No suceda aquello de “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Pasó con Jesucristo. Pero los sacerdotes debemos acoger el testimonio de otro sacerdote, máxime cuando ha pasado por nuestras calles, nos ha influido con su predicación, ha inyectado en esta corriente de gracia y de santidad que es la Iglesia, y concretamente la Iglesia diocesana, todo un impulso de santidad, que la Iglesia va reconociendo, paso a paso. Formador de sacerdotes.
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