El señor de los sueños. Marcela Mariana Muchewicz
Mateo decía que eso no podía ser, pues este señor trabaja todos los días, mientras que Papá Noel vive tan lejos que solo puede ir a visitarlos una vez al año.
De esta manera se pasaron varias horas discutiendo y sacando conclusiones ante el terrible problema que ya estaba aterrorizando a todo el mundo.
La tía Nina, mientras tanto, tomó su bolso de viaje y su cartera, y se dirigió a la casa de su sobrino para pasar algunos días con él. Pensaba que podría llevar al pequeño a algún camping con pileta que hubiera en la zona.
Mientras todo esto se planeaba, los adultos de la ciudad comenzaron a visitar las iglesias y las clínicas sin encontrar respuestas. El sol comenzaba a entrar por el horizonte y las “curanderas” atendían a largas filas de personas que esperaban alguna solución; todas debían de estar muy agotadas porque jamás habían tenido tanto trabajo.
A esta altura, la población entera estaba demasiado nerviosa como para poder simplemente acostarse y dormir. Se aproximaba la tercera noche y las personas intuían que esta sería otra noche sin sueño. El clima estaba cálido, habían sido dos días donde el cielo no había tenido ni una sola nube, pero el calor lentamente comenzaba a retirarse, las paredes todavía estaban tibias cuando los amigos de Jhon se prepararon para regresar cada uno a su casa. La tía Nina llegó justo cuando se estaban despidiendo en la puerta, se quedó unos minutos charlando con ellos.
Como era de esperarse, le contaron a la tía su teoría y la importancia de encontrar a este señor mayor que probablemente estaría enfermo. Ella los escuchó tratando de no perderse de ningún detalle, no sea cosa que después le preguntaran algo de lo que habían dicho y no lo recodara.
A la joven le llamó la atención la carita de preocupados de los pequeños y consideró proponerles un viajecito que los hiciera salir un poco de tema.
Como cualquier persona adulta, descartó la posibilidad de que alguien mágico fuera el responsable de llevar las ganas de dormir a la humanidad y consideró que ese personaje debía ser producto de algún dibujito japonés que estuviera de moda y que ella no conocía.
Es increíble que los chicos miren esos programas, pensó. Seguramente deben haber estado imaginando que esas ocurrencias orientales, llenas de bichos raros, es real.
II
Eran las diez de la noche y habían pasado dos días sin que nadie pudiera dormir. La incertidumbre creaba una ola de chismes que inundaba la ciudad de cuchicheos y reunía en las esquinas a grupitos de personas que se miraban con preocupación.
Lucas, que ya había hablado bastante del tema con sus amigos, pensó que podría pedirles permiso a sus padres para acompañar a Jhon y a su tía a uno de los hermosos campings ubicados en la localidad misionera de San Vicente.
Entonces, después de la cena, cuando su papá se acomodó en su sofá predilecto con el control de la tele en la mano, y su mamá terminaba de ordenar la cocina, supo que era el momento oportuno y planificó las palabras que debía usar para lograr lo que deseaba. Primero le preguntó a ella, quien con un largo bostezo en los labios le dijo que hablarían del asunto por la mañana y que tratara de dormir, que a esa hora ya estaban todos muy cansados.
Lucas, al recibir esa respuesta, se dirigió a su habitación y esperó pacientemente a que volviera a amanecer.
Y comenzó el tercer día en el que nadie podía conciliar el sueño, ni de noche, ni de día. Su padre incluso había tomado pastillas, aunque era reacio a consumir medicamentos, pero nada logró con eso. Cada mañana todos se descubrían mirando el techo de sus habitaciones, igual o más cansados que la noche anterior.
Durante el desayuno, Lucas volvió a preguntarles a sus padres si le permitían pasar unos días de camping con su amigo Jhon y su tía Nina. Estos no vieron nada de malo en esa pequeña salida, pues conocían a la tía de Jhon y le tenían mucha confianza, y solo le preguntaron cuánto tiempo duraría el viaje. Él les dijo que estarían allá dos días; de modo que le permitieron preparar su bolso.
La aventura comenzaría esa misma tarde, de modo que con mucha emoción fue a su habitación a buscar la ropa que le haría falta, el protector solar, las toallas, el repelente y la gorra, entre otras cosas.
También encontró los inflables para el agua que le había regalado su abuelo el año pasado, y los guardó en el bolso, por las dudas. La pelota estaba un poco sucia y la limpió con el líquido que usa su mamá para limpiar los vidrios.
Acomodó un par de ojotas, y cuatro mallas para el agua. No estaba seguro de llevar algún abrigo, pero su mamá le pidió que agregara una campera y un pantalón largo, cuando revisaba lo que Lucas había empacado.
Luego, se dirigió hasta la casa de su amigo para contarle que ya tenía todo listo para el viaje.
III
La tía Nina era una joven de veinticinco años de edad, contadora de profesión y con mucha energía. Sus viajes hasta su ciudad natal eran muy esporádicos y duraban poco tiempo, pero ella aprovechaba cada momento para participar del crecimiento de sus sobrinos.
Vivía en la localidad de Posadas, Misiones, y ansiaba que llegara el mes de enero para desconectarse de la monotonía que le imponían sus ocupaciones laborales y los estudios de perfeccionamiento que continuaba haciendo.
Había planificado unas merecidas vacaciones en Brasil; las playas, el sol y la vida nocturna brasileña eran más que atractivas para ella y sus amigos, que formaban parte de ese grupo inseparable que habían constituido más de diez años atrás.
El viaje estaba previsto para la primera semana de enero, después de reyes, pero dos integrantes del grupo debieron posponerlo una semana por motivos laborales, de modo que Nina se encontraba de vacaciones y sin actividades entretenidas por el momento.
Como todo el mundo adulto, en el que ella casi debía incluirse, estaba muy alterado por la falta de sueño, decidió invitar a su sobrino Jhon a pasar dos días en el camping que más le gustaba. De esa manera, se distraería y compartiría un tiempo especial con ese niño, al que quería como si fuera su propio hijo.
Cuando le dijo a Jhon qué era lo que planeaba hacer, este saltó de alegría. Le encantaba ir a la pileta, hacer fogatas y escuchar los cuentos de la tía, que siempre tenía una sorprendente historia para contarle.
Esa noche se acostó en la habitación de su sobrino y charlaron hasta que no quedaron más temas pendientes entre ellos, planificaron el viaje e intentaron descansar con los ojos cerrados, pero no durmieron.
La salida con la tía le hizo olvidar a Jhon del Señor de los Sueños y su problema. Era más atractivo el plan de acampar, jugar en el agua y divertirse, que pensar en el paradero del ser que había ocupado sus mentes en las conversaciones de la tarde anterior.
La madre de Jhon estuvo de acuerdo; si su hijo pasaba esos días con la tía, se divertiría, y ella podría organizar las vacaciones familiares más tranquila y terminar todas las actividades que le habían quedado pendientes con la llegada del año nuevo y con la conmoción social del momento.
De manera que no se dijo más y se pusieron todos en marcha para preparar lo necesario para la salida. La carpa había estado guardada casi por un año, así que la armaron en el jardín para que se ventilara un poco, luego fueron a la farmacia para comprar protectores solares y repelentes.
Cuando regresaron a la casa y desarmaron la carpa, descubrieron que las hormigas habían encontrado un caramelo que se le había perdido a Jhon el año anterior en uno de los bolsillos. Así que la mamá se ofreció a limpiarla, pero a Nina le pareció mejor dejarla y alojarse en una cabaña.
La madre de Jhon conocía a los encargados del camping d, entonces llamó por teléfono y reservó un lugar. Los esperaban allí los cuidadores, y el día estaba precioso, por lo tanto, no quisieron esperar más.
Descansaron un rato después de almorzar y luego cargaron todo en el auto de Nina. Lucas estaba muy ansioso, y había aparecido después de comer, listo para partir de una buena vez.
Entre