Érase mi alma. Giovanni Quessep

Érase mi alma - Giovanni Quessep


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siempre se ha admirado su poesía, también ha despertado incomprensión o simplificaciones, o interpretaciones disímiles como esta que aventuro. Se le ha reclamado su mundo de hadas y el darle la espalda a un país victimario de sí mismo. Jamás se ha movido para defenderse. Jamás ha juzgado a quienes lo juzgan; tampoco ha juzgado al otro. Precisamente contra esta palabrería ha escrito su obra. Escapar de la urgencia del tiempo, de un tiempo atroz y envilecido, para darle forma a lo que tan gravemente ha destruido en nosotros: un tiempo humano en donde oír al hombre, una voz honda y bella, como un espejo que no miente, una palabra forjada en la verdad de una cultura que dramáticamente nos abandona, una voz que nace en el enfrentamiento consigo mismo. Quessep es mucho de lo que nos falta. Si es ajeno al tiempo que como tempestad vivimos, es culpa del tiempo, que a tanto le ha dado la espalda. Hoy, el único crimen de un poeta es la banalidad.

      “Sólo lo finito tiene forma”, por eso toda forma hiere y, salvada del tiempo, suaviza nuestra destrucción. Todo lo que humaniza la fogosidad del tiempo contra nosotros, humaniza también al hombre, extraviado hoy en inaplazables apetitos. Cuando John Cage dio un concierto cerrando su piano para hacernos oír el silencio, creo que actuó de la misma manera: suspendiendo el tiempo para oírse, oírnos y para que nosotros nos oigamos a nosotros mismos. Se madura desde adentro. Si así no sucede, jamás sabremos a dónde ir. A qué filo, a qué acantilado. Quessep ha recorrido el complejo laberinto que nos vive, y ha aprendido el difícil arte de habitarlo, sitiados como estamos por la belleza y por el horror del tiempo.

      Santiago Mutis Durán

      Bogotá, julio 2009

      De El ser no es una fábula (1968)

      Mientras cae el otoño

      Nosotros esperamos

      envueltos por las hojas doradas.

      El mundo no acaba en el atardecer,

      y solamente los sueños

      tienen su límite en las cosas.

      El tiempo nos conduce

      por su laberinto de horas en blanco

      mientras cae el otoño

      al patio de nuestra casa.

      Envueltos por la niebla incesante

      seguimos esperando:

      La nostalgia es vivir sin recordar

      de qué palabra fuimos inventados.

      Materia sin sonido de amor

      Vamos perdiendo cielo. Nos acosa

      la alta noche. Soñamos y perdemos.

      Los dados falsos, las huecas imágenes

      en la tierra. ¿Algún día no fue nuestro

      el mar, su ciclo de labios y pájaros,

      su complicado amor, el son eterno

      de su discordia? Turbias soledades.

      Miramos esta luz y vuelan hojas

      o nunca ya sin nombre de no ser

      la transparencia, tocamos el tiempo

      ya tan nosotros, ya tan nada, tan

      palabra caída en loca hermosura.

      Vamos perdiéndonos, precipitándonos

      de esperanza. Materia sin sonido

      de amor, materia aislada de los sueños

      y el bosque de hadas en la húmeda noche.

      Todo el resto es camino. ¿Dios? Silencio.

      Palabras perdidas

      La calle se desprende

      por lo más hondo del cielo.

      En su penumbra

      hay palabras perdidas

      que no encuentran

      su pequeño sitio en el tiempo.

      La calle inventa

      un nuevo color,

      y los hombres buscan

      alguna fábula en su memoria.

      Nosotros caminamos

      a la ausencia

      como fantasmas

      en la viva sombra.

      Lo que ignoramos

      Aquí no hay un celeste. Nunca. Llegas

      empujado por días, por palabras,

      por el viento que sube del otoño

      dándote niebla, lluvia entre los pasos.

      Sólo tu negación. El tiempo. Siempre

      se te podrá cantar: la vida no es

      el volumen de ser en lo que sueñas.

      La vida es esto que madura en sombra.

      ¿Quién se vuelve destino, piedra, fecha?

      ¿Quién va de nunca a olvidado mañana?

      Lo que ignoramos, ay, lo que sabemos

      entre voces perdidas en el polvo.

      Cruda esperanza que incendia la piel.

      Los días y las cosas sin nosotros.

      Nos persiguen olvidos

      Todo en ti es duro cielo. Me rodeas

      casi entre la caída, cuando van

      las nubes y las calles en un mismo

      declive. Contra el filo de una música

      tanto tiempo buscada y encontrada

      en la muerte, con deseo, soplas hondo

      por la raíz oscura, entonces surge

      tu transparencia. El agua es menos río.

      Pero en esta premura que nos hace

      vivir ya destinados a la sombra

      o a la orilla en silencio, nunca invade

      tu fábula a mi lengua, nunca tus

      nacimientos a tanta soledad.

      Nos persiguen olvidos, esperamos

      la desnudez: paraíso y derrota.

      El cuerpo es duro sueño entre las manos.

      Cuando dijo su nombre

      Cuando oí su relato del exilio

      supe que la impiedad no tiene nombre,

      y el recio sol caía como un hierro

      sobre nosotros, y entendí la muerte.

      Cuando dijo, inocente, el hombre es sólo

      cero a la izquierda, cero a la esperanza,

      movió mi carne un blanco laberinto

      de amor, y creció el tiempo de la culpa.

      Ciegas palabras en la tarde dieron

      su lucha contra el mar, y el sol rodaba

      como una purulenta rosa oscura.

      Cuando oí su relato del exilio

      vino la gran desolación, el luto,

      que movía los pasos en la sombra,

      y la trampa del sueño, interminable.

      Él pronunció su nombre, ya una larga

      soledad comenzaba a separarnos.

      La soledad es tuya

      Tienes fábula al fondo, no te afirmas

      sino en olvido


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