Dublineses. Джеймс Джойс
Media, y al método inglés, en el que se pronunciaban las palabras latinas como si fueran inglesas, y que era el enseñado en las escuelas.
[13] sobre Napoleón Bonaparte. Para justificar esta curiosa mención de Napoleón se han sugerido dos asuntos de su biografía como posibles temas de las historias del padre Flynn. El primero es apócrifo y se centra en una cita que se repetía en todas las ceremonias de primera comunión de la época: en su mayor momento de gloria, un día, estando rodeado de su corte y sus generales, le preguntaron cuál había sido el día más feliz de su vida, y el emperador, en lugar de mencionar una victoria o una ceremonia señalada, había contestado: «Caballeros, el día más feliz de mi vida fue el día en que hice mi primera santa comunión»; en el silencio que se produjo ante la inesperada respuesta se escuchó a Napoleón decir para sí: «Entonces era un niño inocente». El segundo es la clausura del Colegio irlandés de Roma, al que el emperador francés obligó a cerrar sus puertas en 1798.
[14] dejar la lengua sobre el labio inferior. La postura adoptada para recibir la hostia en el ritual católico.
[15] en Persia, pensé... Sinécdoque del Oriente, objeto de atracción e interés del romanticismo y la fantasía popular, fabuloso ámbito de placeres, aventuras y misterios, además de cuna de importantes corrientes religiosas.
[16] un cáliz retenido sin fuerza entre sus grandes manos. En cada una de las versiones de la narración, el cuerpo del padre Flynn tiene algo distinto en las manos. En la primera que se conserva es un rosario y una cruz en la segunda. El cáliz de la versión definitiva refuerza las reminiscencias de la eucaristía en toda la escena del cuarto mortuorio.
[17] que cogiera unas crackers. En toda la visita se puede ver una alusión a la ceremonia de la misa: los participantes se arrodillan, se persignan, se sirve vino y hay la posibilidad de comer galletas. En el original estas son cream crackers, un invento irlandés, en concreto de la empresa William B. Jacob. En Ulises (Circe) se sustituye el dominus vobiscum de la misa por un paródico Jacobs vobiscuits.
[18] una muerte maravillosa. En el original: «a beautiful death». Lo mismo que el «cadáver tan hermoso» (a beautiful corpse) de unas líneas más adelante, aunque parezcan chocantes, son expresiones comunes en Irlanda.
[19] el Freeman’s General. La hermana comete un solecismo al nombrar el periódico irlandés de mayor tirada en la época, el Freeman’s Journal and National Press. Aunque defensor del Home Rule, se le acusaba de doblegarse ante el gobierno británico.
[20] amigos en quien poder confiar. En el original: «no friends that a body can trust». Hay un juego léxico oculto –a los que Joyce era muy aficionado–, pues también puede interpretarse como «no hay amigos en los que un cadáver pueda confiar». «Qué gran verdad», remacha el texto a continuación.
[21] Irishtown. Barrio periférico de Dublín al sur del río Liffey. El curioso nombre proviene de la época en la que los irlandeses autóctonos tenían prohibida la residencia en la ciudad. Era una zona muy humilde, la mayor parte de sus habitantes vivían de trabajos ocasionales en el puerto, y en la década de 1830, cuando la familia Flynn habría vivido allí, sufrió una epidemia de cólera.
[22] esos de las ruedas reumáticas... Nuevo solecismo de la señora Flynn. Las ruedas neumáticas fueron inventadas en 1887 por el irlandés John Boyd Dunlop para que su hijo no sufriera los baches de las calles de Belfast al recorrerlas con su triciclo. El establecimiento de alquiler mencionado inmediatamente después existía en realidad.
[23] demasiado escrupuloso. Joyce era sin duda conocedor del significado teológico del término: persona que confunde actos moralmente indiferentes con pecados.
UN ENCUENTRO
Fue Joe Dillon el que nos enseñó lo que era el Salvaje Oeste. Tenía una pequeña biblioteca compuesta por viejos números de The Union Jack, Pluck y The Halfpenny Marvel[1]. Cada tarde después del colegio nos juntábamos en el jardín de detrás de su casa y organizábamos batallas de indios. Él y el gordo de su hermano pequeño, Leo el Ocioso, defendían el altillo del establo mientras nosotros tratábamos de conquistarlo al asalto; o nos enfrentábamos en una reñida batalla en el césped. Pero por muy bien que lucháramos, nunca vencíamos ni asedio ni batalla y todos nuestros combates concluían con la danza guerrera de la victoria de Joe Dillon. Sus padres iban todas las mañanas a misa de ocho en Gardiner Street[2] y el pacífico aroma de la señora Dillon solía prevalecer en el vestíbulo de la casa. Pero él jugaba con demasiada saña para nosotros, más jóvenes y tímidos. Parecía un indio cuando corría y brincaba por el jardín, un viejo cubreteteras en la cabeza, dándole a una lata con el puño y chillando:
—¡Ya! ¡Yaka, yaka, yaka!
Cuando dijeron que tenía vocación sacerdotal nadie lo creyó. Sin embargo era cierto.
Un indisciplinado espíritu se propagó entre nosotros y, bajo su influencia, las diferencias de cultura y constitución se dejaron de lado. Formamos una pandilla, algunos resueltamente, algunos en broma y algunos casi con miedo: y entre los de este último grupo, el de los indios renuentes que temían parecer estudiosos o faltos de vigor, yo era uno. Aunque las aventuras narradas en las historias del Salvaje Oeste resultaban ajenas a mi naturaleza, al menos abrían puertas de escape. A mí me gustaban más unas historias americanas de detectives que de cuando en cuando eran surcadas por feroces y desaliñadas chicas guapas. Aunque en estas historias no había nada malo y aunque su intención era literaria a veces, circulaban en secreto por el colegio. Un día mientras el padre Butler estaba escuchando las cuatro páginas de historia de Roma, al patoso de Leo Dillon le pillaron con un ejemplar de The Halfpenny Marvel.
—¿Esta página o esta página? ¿Esta página? ¡A ver, Dillon, en pie! Apenas había el día... ¡Continúa! ¿Qué día? Apenas había el día amanecido...[3]. ¿Lo has estudiado? ¿Qué tienes ahí en el bolsillo?
Los corazones de todos palpitaron cuando Leo Dillon entregó el cuadernillo y pusimos todos gesto inocente. El padre Butler pasó las páginas, frunciendo el ceño.
—¿Qué es esta basura? –dijo–. ¡El jefe apache! ¿Es esto lo que lees en lugar de estudiar la historia de Roma? Que no vuelva a encontrar ni uno más de estos desdichados productos en esta escuela. El que lo escribió fue, supongo, algún desgraciado escritorzuelo que escribe estas cosas para costearse la bebida. Me sorprende de muchachos como vosotros, educados, que leáis semejantes cosas. Podría entenderlo si fuerais... chicos del colegio público[4]. Bien, Dillon, te lo advierto seriamente, aplícate a tus tareas o...
Esta reprimenda en mitad de las severas horas de colegio hizo que para mí palideciera gran parte de la gloria del Salvaje Oeste, y la fofa y confusa cara de Leo Dillon despertó una de mis conciencias[5]. Pero en cuanto la restrictiva influencia del colegio quedaba lejos, de nuevo comenzaba a apetecer sensaciones fuertes por la vía de escape que únicamente