Dublineses. Джеймс Джойс
verdaderas aventuras. Pero las aventuras verdaderas, pensaba, no le ocurren a la gente que se queda en casa: hay que buscarlas fuera.
Las vacaciones de verano estaban a la vuelta de la esquina cuando me decidí a romper con el tedio de la vida escolar durante un día al menos. Con Leo Dillon y un chaval llamado Mahony planeé hacer novillos un día. Cada uno ahorró seis peniques. Nos íbamos a encontrar a las seis de la mañana en el puente del canal. La hermana mayor de Mahony iba a escribirle una excusa y Leo Dillon iba a pedirle a su hermano que dijera que estaba enfermo. Quedamos en subir por Wharf Road hasta llegar a los barcos, cruzar luego en el ferri e ir andando a ver Pigeon House[6]. Leo Dillon tenía miedo de que nos encontráramos con el padre Butler o alguien de la escuela; pero Mahony, con toda la razón, preguntó qué iba a estar haciendo el padre Butler en Pigeon House. Quedamos convencidos: y yo puse fin a la primera etapa del complot recolectando los seis peniques de los otros dos, mostrándoles a la vez los míos. Cuando hacíamos los últimos preparativos, en la víspera, todos estábamos algo nerviosos. Chocamos la mano, riendo, y Mahony dijo:
—Hasta mañana, compañeros.
Esa noche no dormí bien. Por la mañana fui el primero en llegar al puente, pues era el que vivía más cerca. Escondí los libros entre la hierba crecida cerca del pozo de la ceniza[7] al final del jardín, donde no iba nadie nunca, y me fui aprisa por la orilla del canal. Era una mañana soleada y templada de la primera semana de junio. Me senté en la barandilla del puente admirando mis ligeras zapatillas de paño, que había diligentemente blanqueado por la noche, y observando los dóciles caballos que tiraban colina arriba de un tranvía cargado de comerciantes y oficinistas. Las ramas de los grandes árboles que bordeaban la alameda mostraban alegres pequeñas hojas de color verde claro y el sol pasaba sesgado a su través hasta el agua. La piedra de granito del puente empezaba a estar templada y me puse a darle con las palmas al compás de una melodía que tenía en la cabeza. Era muy feliz.
Llevaba sentado allí cinco o diez minutos cuando vi acercarse el traje gris de Mahony. Venía de la colina, sonriendo, y se encaramó junto a mí en el puente. Mientras esperábamos sacó el tirador que abultaba en su bolsillo interior y me explicó algunas mejoras que le había hecho. Le pregunté por qué lo había traído y me dijo que lo había traído para chotearse con los pájaros. Mahony usaba expresiones vulgares con soltura y al padre Butler le llamaba Mechero Bunsen[8]. Esperamos durante un cuarto de hora más pero seguía sin haber rastro de Leo Dillon. Finalmente Mahony bajó de un salto y dijo:
—Vamos. Ya sabía yo que el gordinflón se echaría atrás.
—¿Y sus seis peniques...? –dije.
—En prenda –dijo Mahony–. Mejor para nosotros. Un chelín y medio en vez de un chelín[9]. Fuimos por North Strand Road hasta que llegamos a la fábrica de vitriolo y después giramos a la derecha por Wharf Road. Mahony empezó a jugar a los indios tan pronto como nos alejamos de la vista de la gente. Persiguió a un grupo de rústicas[10] blandiendo su tirador sin cargar, y cuando dos rústicos empezaron, en gesto de caballerosidad, a tirarnos piedras, propuso que cargáramos contra ellos. Objeté que los chavales eran muy pequeños, así que seguimos andando; la panda de rústicos nos gritaba: ¡Pañaleros! ¡Pañaleros![11], pensando que éramos protestantes porque Mahony, que era de moreno de tez[12], llevaba la insignia de plata de un club de cricket[13] en la gorra. Al llegar al Smoothing Iron[14] planeamos un asedio; pero fue un fracaso porque hay que ser al menos tres. Nos vengamos de Leo Dillon manifestando lo rajado que era e imaginándonos cuántas le caerían del señor Ryan a las tres.
Nos acercamos después al río. Estuvimos mucho rato dando vueltas por las ruidosas calles flanqueadas de altas paredes de piedra, viendo las grúas trabajar, y los conductores de los chirriantes carros nos gritaron muchas veces por habernos quedado parados. Era mediodía cuando llegamos a los muelles, y como todos los trabajadores parecían estar almorzando, compramos dos currant buns[15] grandes y nos sentamos a comerlos en unas tuberías de metal junto al río. Nos entretuvimos con el espectáculo de la actividad comercial de Dublín... las barcazas señalizadas allá lejos por sus rizos de algodonoso humo, la flota pesquera marrón más allá de Ringsend[16], el gran buque de vela blanco que estaban descargando en el muelle opuesto. Mahony dijo que sería fenomenal escaparse al mar en uno de esos grandes barcos, e incluso yo, al mirar los grandes mástiles, vi o imaginé que la escasa dosis de geografía que me habían enseñado en el colegio adquiría sustancia ante mis ojos. El colegio y nuestra casa parecían alejarse y parecía desvanecerse la influencia que ejercían en nosotros.
Cruzamos el Liffey en el ferri, abonando el peaje para que nos transportaran junto a dos trabajadores y un pequeño judío con una maleta. Estuvimos serios hasta de solemnidad, aunque durante el corto trayecto hubo un momento en que cruzamos la mirada y nos reímos. Cuando desembarcamos nos quedamos viendo la descarga del buque de tres palos que habíamos observado desde el otro muelle. Uno que estaba allí mirando dijo que era un buque noruego. Yo fui a la popa y traté de descifrar el letrero que había, pero como no lo logré, volví y me puse a examinar a los marineros extranjeros para ver si alguno de ellos tenía los ojos verdes[17], pues tenía cierta confusa idea... Los ojos de los marineros eran azules y grises e incluso negros. El único marinero cuyos ojos habría podido decirse que eran verdes era un tipo alto que entretenía a la gente que había en el muelle gritando alegremente cada vez que las planchas caían:
—¡Vale! ¡Vale!
Cuando nos cansamos de este espectáculo fuimos internándonos lentamente hacia Ringsend. El día se había puesto bochornoso, y en los escaparates de las tiendas de comestibles había galletas revenidas amarilleándose. Compramos chocolate y unas galletas que nos comimos diligentemente mientras andábamos por las míseras calles donde viven las familias de los pescadores. No pudimos encontrar una lechería[18], así que fuimos a un colmado y compramos una botella de zumo de frambuesa cada uno. Reanimados así, Mahony persiguió a un gato por un callejón, pero el gato escapó a un descampado. Los dos estábamos bastante cansados y cuando llegamos al descampado fuimos inmediatamente a un terraplén desde cuya cresta podíamos ver el Dodder[19].
Era demasiado tarde y estábamos demasiado cansados para llevar a cabo nuestro proyecto de acercarnos a Pigeon House. Si no estábamos en casa antes de las cuatro nuestra aventura se descubriría. Mahony miraba con pesar su tirador y para que recuperara algo la alegría tuve que proponer que fuéramos a casa en tren[20]. El sol se escondió tras unas nubes y nos dejó con nuestros hastiados pensamientos y las migas de nuestras provisiones.
No había nadie salvo nosotros en el descampado. Tras permanecer un rato tumbados en el terraplén sin hablar, vi a un tipo que se acercaba desde la parte más lejana del descampado. Le observé perezosamente a la vez que chupaba uno de esos tallos verdes con los que las chicas dicen la fortuna[21]. Venía con lentitud junto al terraplén. Caminaba con una mano en la cadera y en la otra sostenía un bastón con el que tocaba levemente la hierba. Iba desastradamente vestido con un traje negro verdoso y llevaba lo que llamábamos un sombrero jerry